WASHINGTON - Cuando varios estadounidenses empezaron a enfermar en La Habana, víctimas de ataques extraños e invisibles, los investigadores se centraron en una pregunta clave: ¿Quién tenía motivos para alejar a Cuba de Estados Unidos?
Casi un año más tarde, Estados Unidos no ha resuelto el acertijo. Pero sea quien sea el responsable, la trama parece estar dando resultado.
Han pasado menos de tres años desde que los viejos enemigos iniciaron un ambicioso experimento diplomático, restaurando sus lazos formales pese al resentimiento latente y a la posible oposición política a ambos lados del Estrecho de Florida. Pese a todo, el delicado deshielo comenzó en 2015 y ha ido avanzando sin prisa pero sin pausa.
Ahora el experimento se ha visto bruscamente interrumpido.
Las delegaciones diplomáticas de ambos países se quedarán pronto con una plantilla menor a la que han mantenido en los últimos años.
Estados Unidos, preocupado por la seguridad de sus diplomáticos, dejará el personal mínimo para emergencias. Cuba, que ha recibido orden de retirar a 15 diplomáticos, mantendrá aproximadamente a una docena en Washington, menos incluso de los que trabajaban en la “sección de intereses” que ocupó el lugar de la embajada durante décadas en las que ambos países no tenían comunicaciones oficiales.
Para unos dos millones de cubano-estadounidenses y para sus parientes en la isla caribeña, la distancia parece de pronto mucho mayor que las apenas 90 millas de agua que separan las dos naciones. El proceso de visas se paralizará para los 20.000 cubanos que piden permiso cada año para emigrar a Estados Unidos y las miles de personas más que piden permisos para visitar a su familia.
“Lo único que puedo hacer es esperar”, dijo Carlos Sierra, de 31 años, que trabaja en un restaurante en La Habana. Sus esperanzas de pedir una visa de reunificación familiar para unirse a sus padres en Estados Unidos se han volatilizado.
Pero, ¿qué otra opción tenía Washington?
El secretario de Estado, Rex Tillerson, y otros miembros del gobierno estadounidense se esforzaron por buscar una respuesta a los ataques, según fuentes del gobierno. Las fuentes no estaban autorizadas a comentar deliberaciones internas y pidieron mantener el anonimato.
Había reparos a castigar a Cuba dado que Estados Unidos aún no ha culpado a nadie. También había preocupaciones de que si alguna entidad _quizá Rusia, o una facción del gobierno cubano_ estaba intentando abrir una brecha entre Washington y La Habana, recortar los lazos diplomáticos sería entrar en su juego.
Sin embargo, es posible que los estadounidenses no estén a salvo en Cuba en estos tiempos, al menos hasta donde saben sus responsables de seguridad. Se ha confirmado que 22 estadounidenses han sufrido problemas de salud por los ataques, y la cifra sigue subiendo.
Reacios a ceder ante un agresor aún desconocido, la mayoría de los diplomáticos en La Habana se opusieron a marcharse, como hicieron su sindicato en Washington y buena parte del personal del Departamento de Estado, según funcionarios. Pero dejar a estadounidenses en una situación de riesgo planteaba un dilema moral que, en definitiva, su gobierno decidió no tolerar.
“Es una decisión angustiosa”, dijo Mark Feierstein, exfuncionario de la Casa Blanca que lideró el acercamiento con Cuba en los últimos años del gobierno de Barack Obama. “Claramente hay alguna entidad ahí fuera que quiere dañar las relaciones entre los dos países, y por desgracia, han tenido éxito”.
Para los estadounidenses, el asunto reaviva una carga emocional y una tensión política asociada con la polémica de Benghazi, en Libia, donde murieron cuatro estadounidenses en 2012. En los años posteriores, la exsecretaria de Estado Hillary Clinton y su equipo recibieron un aluvión de acusaciones de que sabían que sus compatriotas no estaban seguros en la ciudad y no intervinieron a tiempo.
Para el gobierno de Raúl Castro, la crisis ha planteado un desafío totalmente diferente: si los ataques siguen siendo un misterio, ¿cómo puede Cuba exonerarse?
La Habana creía que había mostrado buena fe al permitir que agentes del FBI entraran y operaran en su territorio, algo que según Cuba no había ocurrido en más de 50 años. Washington ha elogiado su disposición a cooperar, pero también ha evitado compartir detalles sensibles de la investigación.
Al principio, el gobierno comunista de Cuba fue cauto en sus declaraciones públicas sobre el asunto, dejando que Washington llevara la voz cantante. Pero entonces Estados Unidos empezó a sugerir que La Habana tenía algo de responsabilidad _si no culpabilidad_ porque los estadounidenses habían sufrido daños en territorio cubano.
Estados Unidos nunca ha explicado si hay alguna medida que el gobierno de Castro puede pero no quiere tomar para impedir unos ataques que por ahora no tienen culpable o dispositivo responsable conocido. En su lugar, Estados Unidos sólo ha dicho que mantener a salvo a los diplomáticos es responsabilidad de Cuba, sin añadir más.
De modo que el martes, horas después de que Estados Unidos expulsara a sus diplomáticos, Cuba finalmente pasó a la ofensiva.
En un largo comunicado leído a periodistas en La Habana, el ministro de Exteriores, Bruno Rodríguez, detalló todo lo que ha solicitado su país para ayudar a las autoridades cubanas a investigar: notificación inmediata de los ataques, acceso a los estadounidenses afectados y sus médicos, y datos técnicos sobre qué arma podría haber en juego, por nombrar algunos.
Su argumento: si Cuba no tiene información, ¿cómo puede esperarse que resuelva el crimen?
Los partidarios del acercamiento entre los dos países alegan que en definitiva, el gobierno de Trump cedió a la presión política de voces contrarias al deshielo, como el senador de Florida Marco Rubio.
Muchos de esos mismos legisladores estadounidenses intentaron sin éxito convencer a Trump este año de que retomara las más distantes relaciones anteriores a 2015.
“Si nunca resolvemos este misterio, ¿entonces qué?”, preguntó James Williams, presidente del grupo activista Engage Cuba. “No es tomarse en serio la resolución el asunto, es aprovechar una oportunidad para alcanzar un objetivo político que no pudieron lograr por su cuenta. No debería tratarse de eso”.
[Por JOSH LEDERMAN de Associated Press]