El terrible suceso aéreo ocurrido esta semana en los Alpes franceses, una zona de mínimo acceso, obliga a repensar si, en su día, los políticos del viejo continente hicieron bien o mal en unificar Europa.
Lo que parece una obviedad –el tema de la unificación–, no lo es tanto si recordamos que hay territorios unificados que quieren separarse, así como otros que desde el principio, a comienzos de los años 2000, no entraron en la Zona Euro.
Al estrellarse el vuelo 4U 9525, procedente de Barcelona y con destino Düsseldorf, con 150 personas a bordo, se activó un protocolo de trabajo que incluyó en principio a tres países, Francia, España y Alemania. El primero se encargó de la investigación, y los otros dos de la atención a los familiares de las víctimas mortales, familiares que se encontraban tanto en origen como en destino del trayecto.
Los tres presidentes del ejecutivo –François Hollande, Mariano Rajoy y Angela Merkel– se reunieron cerca del lugar de los hechos y facilitaron todo tipo de ayuda a los familiares y a la investigación. Pero el primer medio de prensa en dar la noticia de por qué se estrelló el aparato no fue de ninguno de estos Estados, sino el The New York Times, que se valió de una fuente reservada.
Así y todo –en menos de 48 horas el lector global salió ganando–, el Sindicato Nacional francés de Pilotos de Línea (SNPL) anunció que tiene previsto presentar una denuncia ante la Justicia por las filtraciones sobre la investigación que ha habido; 24 horas después de cursada esta denuncia, nos enterábamos que el copiloto Andreas Lubitz, a todas luces causante del desastre humano, estaba de baja y había dejado de medicarse por depresión, aunque había roto los certificados médicos y ocultado su grave situación a la compañía para la que trabajaba.
La compañía Germanwings, de bandera alemana, no es ni más ni menos que filial de Lufthansa, una de las líneas aéreas más prestigiosas del mundo. Siendo Germanwings una empresa de bajo coste (un low cost, como se le conoce popularmente), rápido se activaron las alarmas sobre el funcionamiento y seguridad de esta variante muy económica para el viajero de bajo poder adquisitivo. Téngase en cuenta que, por 20 euros (I/V), se puede viajar de Barcelona a París o a Roma si se reserva una oferta de low cost; esto quiere decir: Asientos vacíos o promociones puntuales.
El presunto incidente de principios de esta semana podría, por tanto, afianzar la economía europea o comenzar a derribarla, según se maneje la crisis. Ya en los comienzos de la Unión Europea hubo países como Gran Bretaña y Suecia que, aun ajustándose a normativas internacionales de la zona, no aceptaron el cambio de moneda. Otros incluso no participaron del Tratado Schengen que abre las fronteras con un visado general.
Es muy posible que a partir de ahora las tensiones entre España y Alemania mejoren sustancialmente, por activar un protocolo de crisis en tiempo récord, según percibimos que ha ocurrido. La compañía de low cost Norwegian implantó acto seguido el protocolo para que la cabina nunca quede con un solo miembro de la tripulación. Lufthansa lo acaba de implantar también.
Regiones separatistas como Cataluña, de donde partió el vuelo siniestrado, deberían tomar nota de esto a la hora de plantearse su independencia de España y de la Zona Euro. El aeropuerto de Barcelona es uno de los más importantes de Europa y de donde salen y llegan muchos vuelos low cost.
También, a partir de la catástrofe, se generaron comentarios ofensivos contra los catalanes en las redes sociales, comentarios que, con bajeza, retomaron el diferendo entre Cataluña y la España castiza. El Gobierno español y el catalán (la Generalitat) trabajaron de inmediato para localizar a los autores de los twitts ofensivos y llevarlos a una corte de justicia.
Descartada, como parece ser, la intención terrorista en este amargo episodio de aviación civil, la realidad hace pensar en un ser humano abrumado y pesimista que anda por ahí y que pudiera estar sentado en los controles de un Airbus A320 con 150 personas a bordo. Volando sobre los Alpes franceses, una zona tranquila que no está en conflicto con nadie. El símbolo vale para reflexionar sobre la unión de las naciones y la estandarización de controles tecnológicos, que ya existen, por cierto.