La Agencia Internacional de Pruebas (ITA, por sus siglas en inglés) fue la organización encargada de hacer los controles antidopaje en unos juegos olímpicos por primera vez. Inicialmente pensaron que por las restricciones de la pandemia harían menos pruebas que las 6.000 realizadas en Río 2016, pero al fin pudieron recolectar 6.200 muestras a 4.255 competidores de Tokio 2020, lo que representa más o menos un tercio de los atletas participantes.
Dentro de las pesquisas encontraron seis violaciones a las reglas antidopaje, los atletas hallados con sustancias prohibidas fueron suspendidos antes que sus casos fueran pasados a la CAS (Court of Arbitration for Sports).
Teniendo en cuenta el tamaño de las delegaciones, las pruebas fueron implementadas en gran parte en atletas de Rusia que participaron bajo el nombre de Russian Olimpic Committee, China, Estados Unidos de América, Inglaterra y Australia.
Hablando de Rusia, hay que tener en cuenta que desde tiempos de la Alemania comunista no se abordaba el tema del dopaje, como un problema de estado. El caso Rusia es preocupante porque a pesar de la gran cantidad de evidencia sobre el dopaje usado en los deportistas de ese país, el COI no se ha atrevido a sancionar totalmente y como sería justo hacerlo, a la Federación Rusa, primero porque están temerosos de perder rivalidad entre potencias deportivas, mejoramiento de marcas, que el conflicto traspase las barreras deportivas hasta llegar a un conflicto político al estilo de sucedido en tiempos de la Guerra Fría con juegos olímpicos de Los Ángeles y de Moscú. No podemos olvidar que el COI tiene como premisa no intervenir en problemas políticos y mucho menos generarlos.
El caso específico del dopaje en las delegaciones deportivas rusas, será tema de la segunda parte de este artículo.
El problema del dopaje es de vieja data y es otra arista del deporte usado como herramienta política. Los alemanes comunistas en su momento y a través de su comité olímpico, reconocieron que el gobierno alemán había montado un sistema de dopaje para 10.000 atletas aproximadamente, durante los años 1970 y 1989.
La información salió a flote, no por honestidad de los directivos ni por un “mea culpa” que admitiera la falta, sino por el testimonio de muchísimos deportistas que denunciaron las gravísimas consecuencias que sufrieron posteriormente en su salud como desequilibrios hormonales, cáncer, infertilidad, problemas renales, transformación física indeseable, al haber sido sometidos a tratamientos con testosterona especialmente a un derivado llamado Oral Turinabol junto a otros esteroides.
En esa misma etapa muchos países comunistas incluyendo a Cuba, usaron entrenadores y técnicos alemanes, los cuales proporcionaron sustancias prohibidas y las técnicas para usarlas, buscando mejorar la actuación de los atletas.
Muchas medallas de las que ganó Cuba en esa etapa, fueron conseguidas a través de técnicas de dopaje, son medallas de cierto color, pero llenas de corrupción, oportunismo y sustancias nocivas que le quitan todo el valor al juego limpio, a la honestidad y a la igualdad en las condiciones de competencia. Esas son las medallas de la vergüenza.