Un problema para la salud pública por su alta incidencia en la población lo constituye la hipertensión arterial. Se estima que 1/6 de la población mundial sufre la enfermedad y en algunas poblaciones susceptibles la prevalencia es tan alta que 1 de 4 adultos mayores de 18 años es hipertenso. En Cuba esta patología constituye el mayor por ciento de la mortalidad y de la discapacidad del país, así como la mayoría de los gastos en Salud son provocados precisamente a consecuencia de ese padecimiento.
Esta es una enfermedad crónica, caracterizada por un continuo aumento de la presión sanguínea en las arterias. Generalmente no da síntomas en las etapas iniciales, pero si no se trata de modo adecuado puede evolucionar y convertirse en la causa de graves complicaciones y secuelas, incluso de muerte.
Aunque no se conoce su etiología en más del 90 por ciento de los casos, ha podido establecerse que hay un componente hereditario que influye en la tendencia o predisposición de la transmisión de padres a hijos. El género también influye constatándose que tiene mayor incidencia en los hombres hasta que las mujeres llegan a la menopausia, cuando se muestra que el comportamiento se iguala en ambos sexos. La edad es otro factor que influye, y los más afectados son los adultos mayores. En cuanto a la raza, los afrodescendientes tienen el doble de posibilidades de desarrollar hipertensión comparados con las personas de raza blanca, además de tener un peor pronóstico.
En la aparición de la enfermedad también influye la prevalencia de otros factores que pueden ser modificables, como es el sobrepeso u obesidad, el estres sostenido, y los hábitos de alcoholismo, tabaquismo y el café, entre otros.
El modo de detectar la hipertensión en su fase inicial es asistiendo a consulta para realizarse revisiones periódicas, al menos anualmente para los adultos mayores de 18 años. Se puede llegar a establecer el diagnóstico tomando en cuenta los antecedentes familiares y personales, a través de la exploración física y mediante otras pruebas complementarias. El rango que se considera normal para las cifras de presión arterial es por debajo de 139 milímetro de Hg para la presión sistólica (máxima), y por debajo de 89 milímetros de Hg la diastólica (mínima).
Entre los riesgos que enfrenta un hipertenso no tratado tiene, como media, 10 veces más probabilidades de morir de infarto que un individuo con tensión normal. Además, la hipertensión puede producir trombos o rupturas arteriales, pudiendo dar lugar a hemorragias, daño en las células nerviosas, pérdida de memoria o parálisis. El riñón también sufre las consecuencias de la enfermedad y entre los pacientes hipertensos se produce insuficiencia renal con más frecuencia que entre los normotensos. En los ojos produce daños vasculares que pueden llevar incluso a la pérdida de la vision.
Ante todos esos peligros se debe hacer lo posible por eliminar los factores de riesgos que sean modificables, y asumir hábitos y estilos de vida saludable. La práctica de ejercicio físico es muy beneficiosa, pues no sólo reduce la presión arterial, sino que también tiene un efecto positivo sobre otros factores de riesgo cardiovascular como la obesidad, la diabetes o el colesterol alto. Preferentemente se aconseja pasear, correr moderadamente, nadar o ir en bicicleta, de 30 a 45 minutos, un mínimo de 3 veces por semana.
La dieta juega un papel vital, se debe reducir la ingestión de sal a 4-6 gramos al día, lo que viene siendo una cucharadita chiquita, y lo indicado es disminuir el consumo de productos preparados y en conserva, sustituyéndolos por los naturales ricos en potasio, como legumbres, frutas y verduras. También resulta importante abandonar el consumo de alcohol, el hábito de fumar y dejar o reducir la ingestion de café a no más de 2 a 3 tacitas al día.
Los aquejados de hipertensión disponen de una amplia variedad de fármacos que le permiten controlar la enfermedad. El tratamiento debe ser siempre individualizado. Para la elección del fármaco, hay que considerar factores como la edad y el sexo del paciente, el grado de hipertensión, la presencia de otros trastornos (como diabetes o valores elevados de colesterol), los efectos secundarios y el coste de las medicinas y las pruebas necesarias para controlar su seguridad. Habitualmente los pacientes toleran bien los medicamentos, pero cualquier antihipertensivo puede provocar efectos secundarios, de modo que si éstos aparecen, se debería informar de ello al médico para que ajuste la dosis o cambie el tratamiento.
Un buen control de la enfermedad depende en gran medida de la responsabilidad del enfermo. No hay mejor tarea individual que apostar por permanecer lo más saludable que se pueda.
Esta es una enfermedad crónica, caracterizada por un continuo aumento de la presión sanguínea en las arterias. Generalmente no da síntomas en las etapas iniciales, pero si no se trata de modo adecuado puede evolucionar y convertirse en la causa de graves complicaciones y secuelas, incluso de muerte.
Aunque no se conoce su etiología en más del 90 por ciento de los casos, ha podido establecerse que hay un componente hereditario que influye en la tendencia o predisposición de la transmisión de padres a hijos. El género también influye constatándose que tiene mayor incidencia en los hombres hasta que las mujeres llegan a la menopausia, cuando se muestra que el comportamiento se iguala en ambos sexos. La edad es otro factor que influye, y los más afectados son los adultos mayores. En cuanto a la raza, los afrodescendientes tienen el doble de posibilidades de desarrollar hipertensión comparados con las personas de raza blanca, además de tener un peor pronóstico.
En la aparición de la enfermedad también influye la prevalencia de otros factores que pueden ser modificables, como es el sobrepeso u obesidad, el estres sostenido, y los hábitos de alcoholismo, tabaquismo y el café, entre otros.
El modo de detectar la hipertensión en su fase inicial es asistiendo a consulta para realizarse revisiones periódicas, al menos anualmente para los adultos mayores de 18 años. Se puede llegar a establecer el diagnóstico tomando en cuenta los antecedentes familiares y personales, a través de la exploración física y mediante otras pruebas complementarias. El rango que se considera normal para las cifras de presión arterial es por debajo de 139 milímetro de Hg para la presión sistólica (máxima), y por debajo de 89 milímetros de Hg la diastólica (mínima).
Entre los riesgos que enfrenta un hipertenso no tratado tiene, como media, 10 veces más probabilidades de morir de infarto que un individuo con tensión normal. Además, la hipertensión puede producir trombos o rupturas arteriales, pudiendo dar lugar a hemorragias, daño en las células nerviosas, pérdida de memoria o parálisis. El riñón también sufre las consecuencias de la enfermedad y entre los pacientes hipertensos se produce insuficiencia renal con más frecuencia que entre los normotensos. En los ojos produce daños vasculares que pueden llevar incluso a la pérdida de la vision.
Ante todos esos peligros se debe hacer lo posible por eliminar los factores de riesgos que sean modificables, y asumir hábitos y estilos de vida saludable. La práctica de ejercicio físico es muy beneficiosa, pues no sólo reduce la presión arterial, sino que también tiene un efecto positivo sobre otros factores de riesgo cardiovascular como la obesidad, la diabetes o el colesterol alto. Preferentemente se aconseja pasear, correr moderadamente, nadar o ir en bicicleta, de 30 a 45 minutos, un mínimo de 3 veces por semana.
La dieta juega un papel vital, se debe reducir la ingestión de sal a 4-6 gramos al día, lo que viene siendo una cucharadita chiquita, y lo indicado es disminuir el consumo de productos preparados y en conserva, sustituyéndolos por los naturales ricos en potasio, como legumbres, frutas y verduras. También resulta importante abandonar el consumo de alcohol, el hábito de fumar y dejar o reducir la ingestion de café a no más de 2 a 3 tacitas al día.
Los aquejados de hipertensión disponen de una amplia variedad de fármacos que le permiten controlar la enfermedad. El tratamiento debe ser siempre individualizado. Para la elección del fármaco, hay que considerar factores como la edad y el sexo del paciente, el grado de hipertensión, la presencia de otros trastornos (como diabetes o valores elevados de colesterol), los efectos secundarios y el coste de las medicinas y las pruebas necesarias para controlar su seguridad. Habitualmente los pacientes toleran bien los medicamentos, pero cualquier antihipertensivo puede provocar efectos secundarios, de modo que si éstos aparecen, se debería informar de ello al médico para que ajuste la dosis o cambie el tratamiento.
Un buen control de la enfermedad depende en gran medida de la responsabilidad del enfermo. No hay mejor tarea individual que apostar por permanecer lo más saludable que se pueda.