Tanto publicó la prensa –por decisión de Fidel Castro-- que el deporte profesional convierte a los atletas en peones, y que la bandera de cada equipo importa poco, porque el dinero manda, que los cubanos se tragaron esa píldora durante medio siglo: pero anoche el Heat conquistó la final de la NBA y la gente en Miami gozó como niños con zapatos nuevos.
En 2010, los basquetbolistas de la Ciudad del Sol habían acaparado el mercado de agentes libres, firmando a LeBron James, Chris Bosh y Dwyane Wade mediante contratos de largo término.
Pero perdieron su primera final en conjunto, y el especialista de NBA Marc Valeri comentaba como el Gran D (Dirk Nowitzki, el alemán que capitaneó la plantilla de los campeones de Dallas) resultó mejor que los Tres Grandes (los mismos que reforzaron al Heat).
“La fórmula de Miami no funcionó porque usted pudo ver a tres hombres jugando para sí mismos, para el nombre propio que tienen en la espalda y no para el del equipo, plasmado en el pecho”, decía aquel especialista. Y algunos dijeron que no eran tres monstruos defendiendo al Heat, sino dos, porque en los 6 partidos de la final Dallas marcó 36 puntos a su favor durante los minutos que Lebron James estuvo en la cancha; sin él, Miami lideró la pizarra por 22 unidades.
Pero llegó el 2012, llegó la turbulenta espera que por reclamos financieros retrasó la temporada –y acortó el calendario--… y finalmente el Heat se coronó campeón este jueves, 121-106, sepultando al Thunder de Oklahoma.
Por los perdedores, Durant marcó 32 cartones, con 11 rebotes, y Westbrook hizo 13 asistencias. Para reivindicarse, Lebron dominó todas las cifras de los monarcas: 26, 11 y 13, respectivamente.
De vuelta a casa, comprobé que no solo había fiesta a la salida de la arena AAA, palpé el alboroto en Coral Gables y en el South West, y supe de las quejas del doctor Richard, mi vecino cirujano, porque los vecinos de los altos le hacían retumbar el techo con su festejo ante la televisión.
Me acordé entonces de Centro Habana, de cuando las calles se llenan de gente que se resiste a dormir si ganan los peloteros de Industriales, y de los aficionados que tienen el valor espartano de regresar a pie del estadio, en una ciudad casi privada de transporte público.
Y una ojeada a internet, a punto de meterme en la cama, me ofreció una imagen reveladora de quiénes en verdad son los atletas propiedad de sus dueños: un equipo Cuba de baloncesto, diezmado por cinco deserciones, era vapuleado en Puerto Rico, sede del campeonato centroamericano.
En Oakland, sin embargo, Yoenis Céspedes, el cubano tercer bate de los Atléticos –y el más reciente de nuestros emigrantes millonarios—decidía el partido ante los Dodgers con jonrón en el final del noveno inning.
En 2010, los basquetbolistas de la Ciudad del Sol habían acaparado el mercado de agentes libres, firmando a LeBron James, Chris Bosh y Dwyane Wade mediante contratos de largo término.
Pero perdieron su primera final en conjunto, y el especialista de NBA Marc Valeri comentaba como el Gran D (Dirk Nowitzki, el alemán que capitaneó la plantilla de los campeones de Dallas) resultó mejor que los Tres Grandes (los mismos que reforzaron al Heat).
“La fórmula de Miami no funcionó porque usted pudo ver a tres hombres jugando para sí mismos, para el nombre propio que tienen en la espalda y no para el del equipo, plasmado en el pecho”, decía aquel especialista. Y algunos dijeron que no eran tres monstruos defendiendo al Heat, sino dos, porque en los 6 partidos de la final Dallas marcó 36 puntos a su favor durante los minutos que Lebron James estuvo en la cancha; sin él, Miami lideró la pizarra por 22 unidades.
Pero llegó el 2012, llegó la turbulenta espera que por reclamos financieros retrasó la temporada –y acortó el calendario--… y finalmente el Heat se coronó campeón este jueves, 121-106, sepultando al Thunder de Oklahoma.
Por los perdedores, Durant marcó 32 cartones, con 11 rebotes, y Westbrook hizo 13 asistencias. Para reivindicarse, Lebron dominó todas las cifras de los monarcas: 26, 11 y 13, respectivamente.
De vuelta a casa, comprobé que no solo había fiesta a la salida de la arena AAA, palpé el alboroto en Coral Gables y en el South West, y supe de las quejas del doctor Richard, mi vecino cirujano, porque los vecinos de los altos le hacían retumbar el techo con su festejo ante la televisión.
Me acordé entonces de Centro Habana, de cuando las calles se llenan de gente que se resiste a dormir si ganan los peloteros de Industriales, y de los aficionados que tienen el valor espartano de regresar a pie del estadio, en una ciudad casi privada de transporte público.
Y una ojeada a internet, a punto de meterme en la cama, me ofreció una imagen reveladora de quiénes en verdad son los atletas propiedad de sus dueños: un equipo Cuba de baloncesto, diezmado por cinco deserciones, era vapuleado en Puerto Rico, sede del campeonato centroamericano.
En Oakland, sin embargo, Yoenis Céspedes, el cubano tercer bate de los Atléticos –y el más reciente de nuestros emigrantes millonarios—decidía el partido ante los Dodgers con jonrón en el final del noveno inning.