Me preocupa ese viejito que, después de trabajar toda su vida, ahora vende cigarros al menudeo en la esquina.
También la joven que se mira al espejo y valora su cuerpo para el “mercado del sexo”, donde podrá encontrar a un extranjero que la saque de aquí. Me preocupa el negro de piel curtida que por mucho levantarse temprano jamás podrá ascender a un puesto de responsabilidad, por culpa de ese racismo –visible e invisible- que lo condena a un empleo menor. La cuarentona de arrugas profundas que paga en automático la cotización del sindicato, aunque intuye que en la próxima reunión le anunciarán que ha quedado sin trabajo. El adolescente de provincia que sueña con escapar hacia La Habana, porque en su pueblito sólo le aguardan la estrechez material, una plaza mal remunerada y el alcohol.
Me preocupan las amigas junto a las que crecí y que ahora –al paso de las décadas- tienen menos, padecen más. El chofer de taxi que debe llevar un machete escondido bajo el asiento, porque la delincuencia crece aunque los periódicos se nieguen a reportarla. Me preocupa la vecina que viene a mitad de mes a pedir un poco de arroz, a pesar de saber que nunca podrá devolverlo. Esa gente que se lanza a las afueras de las carnicerías nada más llegar el pollo del mercado racionado, pues si no lo compra ese mismo día su familia no le perdonará. Me preocupa el académico que calla, para que sobre él no vayan a llover las sospechas y los insultos ideológicos. El hombre maduro que creyó y ya no creé, y al que sin embargo le causa terror tan sólo pensar en un posible cambio. El niño que ha puesto sus sueños en irse a otro país, hacia una realidad que ni siquiera conoce, hacia una cultura que ni siquiera entiende.
Me preocupa la gente que sólo puede ver la televisión oficial, leer sólo los libros publicados por las editoriales oficiales. El guajiro que esconde en el fondo del maletín el queso que venderá en la ciudad, para que los controles policiales no lo encuentren. La anciana que dice “esto sí es café” cuando la hija emigrada le envía un paquete con algo de comida y un poco de dinero. Me preocupan las personas que cada vez están en un estado de mayor indefensión económica y social, que duermen en tantos portales de La Habana, que buscan comida en tantos latones de basura. Y me preocupan no sólo por la miseria de sus vidas, sino porque cada vez quedan más al margen de los discursos y de las políticas. Tengo el temor, la gran preocupación, que el número de desfavorecidos va en aumento y que ni siquiera existen los canales para reconocer y solucionar su situación.
Me preocupan las amigas junto a las que crecí y que ahora –al paso de las décadas- tienen menos, padecen más. El chofer de taxi que debe llevar un machete escondido bajo el asiento, porque la delincuencia crece aunque los periódicos se nieguen a reportarla. Me preocupa la vecina que viene a mitad de mes a pedir un poco de arroz, a pesar de saber que nunca podrá devolverlo. Esa gente que se lanza a las afueras de las carnicerías nada más llegar el pollo del mercado racionado, pues si no lo compra ese mismo día su familia no le perdonará. Me preocupa el académico que calla, para que sobre él no vayan a llover las sospechas y los insultos ideológicos. El hombre maduro que creyó y ya no creé, y al que sin embargo le causa terror tan sólo pensar en un posible cambio. El niño que ha puesto sus sueños en irse a otro país, hacia una realidad que ni siquiera conoce, hacia una cultura que ni siquiera entiende.
Me preocupa la gente que sólo puede ver la televisión oficial, leer sólo los libros publicados por las editoriales oficiales. El guajiro que esconde en el fondo del maletín el queso que venderá en la ciudad, para que los controles policiales no lo encuentren. La anciana que dice “esto sí es café” cuando la hija emigrada le envía un paquete con algo de comida y un poco de dinero. Me preocupan las personas que cada vez están en un estado de mayor indefensión económica y social, que duermen en tantos portales de La Habana, que buscan comida en tantos latones de basura. Y me preocupan no sólo por la miseria de sus vidas, sino porque cada vez quedan más al margen de los discursos y de las políticas. Tengo el temor, la gran preocupación, que el número de desfavorecidos va en aumento y que ni siquiera existen los canales para reconocer y solucionar su situación.