Olvidan que justamente ellos han acostumbrado a la audiencia a fisgonear en los historiales hospitalarios como si fuera algo éticamente aceptable.
Enciendo la televisión y veo una mujer pariendo frente a la cámara en algún hospital del interior del país; la voz de una locutora explica las cifras de nacimientos de 2012. Yo me pregunto si le habrán pedido permiso a esa madre para filmarla durante el alumbramiento. La respuesta más probable es que no. Diez minutos después, me visita un amigo que me da a leer un artículo donde el abogado de Alan Gross protesta porque el gobierno cubano ha hecho público el historial médico de su cliente.
El tema me hace recordar aquella escena en que una cámara oculta en un hospital captaba a la madre de Orlando Zapata Tamayo conversando con un doctor, sin saber que estaba siendo grabada. La filmación fue transmitida en el horario estelar para que millones de televidentes la vieran, sin contar con la autorización –claro está- de la sufrida señora que acababa de perder a su hijo.
La saga no se queda ahí. En septiembre pasado, la directora de un policlínico explicaba los síntomas de una disidente que se sintió mal mientras realizaba un ayuno. Todos los detalles fueron dichos sin el más mínimo rubor, a pesar de estar vulnerando la privacidad de un paciente y violando así el juramento hipocrático cuando dice “guardaré silencio sobre todo aquello que en mi profesión, o fuera de ella, oiga o vea en la vida de los hombres”.
Yo misma resolví hace más de tres años no volver a pisar siquiera un consultorio médico, después de que la atemorizada doctora que me atendió fuera obligada a declarar frente a un lente oficial. Decidí –a cuenta y riesgo- cargar con mi salud y salvaguardar así mi intimidad. Aún hoy, cada vez que pienso en una consulta hospitalaria es como si me viera en un escenario con luces, cámaras… y un nutrido público mirando mis interioridades, mis vísceras.
Ahora, los mismos medios oficiales que han utilizado la intrusión en los archivos médicos como herramienta ideológica, defienden el secretismo sobre el estado de salud de Hugo Chávez. En la televisión, donde hemos visto tantos ataques a la privacidad de los pacientes, por estos días llaman morbosos a quienes exigen información sobre el presidente venezolano.
Olvidan que justamente ellos han acostumbrado a la audiencia a fisgonear en los historiales hospitalarios como si fuera algo éticamente aceptable. ¿Y todas esas pequeñas personas vulneradas en su privacidad por la prensa nacional, no merecían ellas también respeto? ¿Y todos esos galenos e instituciones médicas que faltaron a sus principios más sagrados? ¿Los penalizarán ahora que la indiscreción médica ha dejado de ser políticamente correcta?
Publicado en Generación Y el 10 de enero del 2013
El tema me hace recordar aquella escena en que una cámara oculta en un hospital captaba a la madre de Orlando Zapata Tamayo conversando con un doctor, sin saber que estaba siendo grabada. La filmación fue transmitida en el horario estelar para que millones de televidentes la vieran, sin contar con la autorización –claro está- de la sufrida señora que acababa de perder a su hijo.
La saga no se queda ahí. En septiembre pasado, la directora de un policlínico explicaba los síntomas de una disidente que se sintió mal mientras realizaba un ayuno. Todos los detalles fueron dichos sin el más mínimo rubor, a pesar de estar vulnerando la privacidad de un paciente y violando así el juramento hipocrático cuando dice “guardaré silencio sobre todo aquello que en mi profesión, o fuera de ella, oiga o vea en la vida de los hombres”.
Yo misma resolví hace más de tres años no volver a pisar siquiera un consultorio médico, después de que la atemorizada doctora que me atendió fuera obligada a declarar frente a un lente oficial. Decidí –a cuenta y riesgo- cargar con mi salud y salvaguardar así mi intimidad. Aún hoy, cada vez que pienso en una consulta hospitalaria es como si me viera en un escenario con luces, cámaras… y un nutrido público mirando mis interioridades, mis vísceras.
Ahora, los mismos medios oficiales que han utilizado la intrusión en los archivos médicos como herramienta ideológica, defienden el secretismo sobre el estado de salud de Hugo Chávez. En la televisión, donde hemos visto tantos ataques a la privacidad de los pacientes, por estos días llaman morbosos a quienes exigen información sobre el presidente venezolano.
Olvidan que justamente ellos han acostumbrado a la audiencia a fisgonear en los historiales hospitalarios como si fuera algo éticamente aceptable. ¿Y todas esas pequeñas personas vulneradas en su privacidad por la prensa nacional, no merecían ellas también respeto? ¿Y todos esos galenos e instituciones médicas que faltaron a sus principios más sagrados? ¿Los penalizarán ahora que la indiscreción médica ha dejado de ser políticamente correcta?
Publicado en Generación Y el 10 de enero del 2013