Vivir en la verdad: un reto para el juego totalitario

Havel: “Imaginemos que un día algo le explota por dentro a nuestro verdulero, y deja de colgar consignas para congraciarse; y de votar en elecciones que son una farsa; y comienza a decir lo que realmente piensa en las reuniones políticas”.

Dice Jesús en el Nuevo Testamento (Juan 8:32) que la verdad nos hará libres. Hace años allá en Cuba, un amigo, Alejandro, al que conocí en la antigua prisión de La Cabaña, preso por “lanchero”, a veces me pedía que le acompañara a buscar la leche de los niños. Cuando llegaba al “punto’e leche” Alejandro invariablemente tiraba la libreta de racionamiento sobre el mostrador y le decía en voz alta al dependiente: “Dame el agua”. Salvo algunos días cuando en vez de leche vendían por la libreta yogurt de soya. Entonces, le tiraba la libreta y le decía: “Dame el agua pesada”.

Sin saberlo, Alejandro estaba respondiendo a la sublevación espiritual contra la mentira totalitaria a que convocaba en su ensayo de 1978 El poder de los sin poder el escritor y dramaturgo disidente, y luego presidente de la República Checa, Vaslav Havel.

Havel señala en su ensayo que la vida en los sistemas post totalitarios es una especie de religión secular, y que está completamente impregnada de hipocresía y mentiras: al gobierno de la burocracia se le llama gobierno popular, a la farsa electoral, la forma más elevada de la democracia, etcétera. Y apunta que para legitimar estos sistemas ni siquiera es necesario creerse estas mentiras, basta con simular que se creen y que se acepta la vida con y en ese sistema. Como un vendedor de verduras que, dice, colgaba en su establecimiento, para sentirse seguro, un cartelito con el lema comunista: “Proletarios de todos los países, uníos”

Más adelante, dice Havel: “Imaginemos ahora que un día algo le explota por dentro a nuestro verdulero, y deja de colgar consignas sólo para congraciarse; y deja de votar en elecciones que él sabe son una farsa; y comienza a decir lo que realmente piensa en las reuniones políticas”.

Con esta revuelta suya, el verdulero deja de vivir en la mentira. Su rebelión –dice Havel-- es un intento por vivir en la verdad. Redescubre su identidad anulada y su dignidad. Rechaza el ritual, y rompe así las reglas del juego totalitario.

En Cuba hay una legión de hombres y mujeres que han decidido, pagando un alto precio, vivir en la verdad. Como Ivonne Malleza, que denunció en el Parque de Fraternidad de La Habana el arroz a cinco pesos y muchos otros abusos que la mayoría simula desconocer.

Una crónica de Alberto Méndez Castelló publicada en Cubanet bajo el título “El poder del sin poder”, trata sobre uno de estos cubanos dignos: Alexis Guerrero Cruz.

Hace unos días Alexis descubrió que se habían llevado el letrero pintado sobre un cartón que había fijado en la azotea de su casa. Y le dijo a María, su mujer: “Ahora tú verás”.

Cuenta el periodista de Cubanet que para volver a escribir su mensaje, esta vez desechó el cartón y eligió un trozo de hojalata de un viejo bidón de combustible.

Se trepó de noche a la azotea y a martillazos fue agujereando la pieza de hojalata, que después ataría con alambre al asta de la antena del televisor. Mientras trabajaba allá arriba, María se quejaba abajo del ruido en la azotea que no la dejaba ver la telenovela. No sabía que era él, creyó que eran los gatos.

El siguiente día es sábado, 10 de diciembre de 2011. Apenas han transcurrido unos minutos desde el amanecer, y el cartel que fuera robado en la noche ya ha sido repuesto. Después de echarse hacia atrás para comprobar la eficacia de su obra, Alexis Guerrero Cruz, un tunero de corta estatura y rasgos eslavos, sube a su Bicitaxi y sale a trabajar.

Alexis es en Puerto Padre el hombre de los carteles exigiendo derechos: Cuando en el barrio no tenían qué beber escribió: “Tenemos derecho al agua”. Puso el cartel en la bicicleta y fue a estacionarse frente a la mismísima sede del Partido Comunista.

Amigos y detractores lo han calificado a su gusto. Unos lo llaman patriota; otros, mercenario. Y hay hasta quien le llama ladrón. Pero eso no le preocupa –agrega el autor--. Él continúa sudando la camiseta para ganarse el pan. Y de vez en vez, escribe lo que piensa, y exhibe sus carteles a la luz del día.

En la tarde del sábado 10 de diciembre Alexis regresa a casa. Durante todo el día la vivienda ha estado bajo el acecho de dos piquetes. Pero al caer la tarde los piqueteros se marchan, y el cartel sigue ahí en la azotea. “Ahí está, míralo”, dice Alexis, contento.

La casa de Alexis y María –precisa Méndez Castelló-- está ubicada en la cúspide de la colina en la que se asienta la ciudad de Puerto Padre. Y aunque la caligrafía deja un poco que desear, el letrero puede leerse desde lejos: “Viva el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos”. Es a eso a lo que Váslav Havel llamó “el poder de los sin poder”.