20 años después, drama migratorio une a dos cubanas

Alicia García y Jennifer Cruz, dos cubanas conectadas por el mismo drama, el de la emigración.

Jennifer se encuentra atrapada en un campamento para refugiados cubanos en Costa Rica, al que Alicia, una balsera del éxodo del 94, llega para brindar ayuda a los migrantes de la isla.

Jennifer Cruz, 27 años, enfermera. Es una de las mujeres que espera salir lo más pronto posible del campamento donde se encuentra, hace 15 días, en la frontera de Costa Rica con Nicaragua.

En su ciudad de origen, Bayamo, abundan las mujeres de cabello y ojos negros, de piel morena. Ella debe ser la excepción. Su voz ofrece el perfil de una joven profesional con las ideas claras. De hecho, los cubanos que están estancados en Costa Rica con la intención de llegar a Estados Unidos corresponden a una emigración “más actualizada” que otras anteriores; dominan bien los medios masivos de comunicación y en particular las redes sociales digitales. Llevan un teléfono y lo pagan caro. Tan caro que el minuto para llamar a Cuba les cuesta dos dólares.

Durante su travesía hasta Costa Rica vio de todo. Militares colombianos con armas largas extorsionándolos. Ellos pagaron, faltaría más, dice Jennifer. Se les veía muy peligrosos. De manera que ahora tienen muy poco dinero. Según rumores que no pudo confirmar, los militares violaron a un hombre y a una mujer.

​Ahora en Costa Rica se siente más tranquila, en comparación con el miedo que pasó durante la trayectoria desde Ecuador. Está en uno de los 22 campamentos habilitados por el gobierno centroamericano para dar refugio a cubanos migrantes (la cifra oficial rebasa los 4.000, según datos costarricenses). Junto a ella, 500 compatriotas de todas las edades, oficios y profesiones.

Abundan los médicos, más de 30 en su campamento, según comentó al programa Contacto Cuba de Radio Martí. Se ayudan entre todos pero no existe un líder, apunta la joven enfermera, que dejó un hijo pequeño en Cuba con la esperanza de recuperarlo a la mayor brevedad.

Jennifer está segura de que no volverá a Cuba, pase lo que pase. En la isla vendía textiles para ganarse la vida un poco mejor. Su profesión no le daba para mantener a su hijo. El padre del pequeño abandonó el país y no se sabe nada de él.

Voz de Mujer, el alivio

Alicia García es una balsera del 94. Escapó de la isla en la segunda oleada migratoria más grande que hubo después de la de Mariel, que ocurrió en 1980. Inteligente, con mucha presencia y las palabras exactas para comunicarse, Alicia fundó una organización sin ánimos de lucro que da soporte a cubanos recién llegados a Estados Unidos, u otros que están en camino; por eso conoció a Jennifer. Alicia viajó a Costa Rica y constató la inmensa cantidad de jóvenes cubanos estancados allí, procedentes de varias provincias de la isla.

Jennifer recibió apoyo emocional y también el beneplácito de la “especialista” en temas relacionados con la mujer, porque Alicia también se encarga de apoyar a mujeres maltratadas en Miami y alrededores. El hecho de que Jennifer dejara a su hijo, y marchara sola ante el peligro que supone este viaje, fue celebrado por la balsera, que conoce lo que es una trayectoria delicada, y también lo que es un campo de refugiados. Alicia estuvo cuatro meses y medio en la base norteamericana de Guantánamo, mientras se negociaba la ley de Pies Secos-Pies Mojados, que da derecho a quedarse a los cubanos que toquen suelo norteamericano.

Ha pasado el tiempo desde 1994, pero las necesidades migratorias de los cubanos no han mermado. Según nuestros cálculos, Jennifer tendría seis años cuando Alicia emprendió su viaje en una rústica embarcación, saliendo de un punto no muy lejos de La Habana. Alicia tendría entonces 23 años, cuatro menos de los que tiene Jennifer ahora.

Fundación Voz de mujer.

Además de la Fundación Voz de Mujer que ella preside, tiene otra vinculada que se llama Fundación Éxodo 1994. Debajo del título, en su tarjeta, un epígrafe reza lo siguiente: “Cuando un pueblo emigra, los gobernantes sobran”.

Alicia logró rehacer su vida, pero el mal trago de ese viaje –muchos mueren, no es secreto- queda para siempre.

Como enfermera, Jennifer está dando apoyo en el campamento. Junto a ella hay maestros, médicos, abogados. Sus palabras de agradecimiento para el gobierno de Costa Rica se repiten durante la conversación. Está muy segura de no volver atrás, a pesar de la incertidumbre por un “puente aéreo” sobre Nicaragua, país que no los deja avanzar por tierra. Todavía no hay nada claro sobre cuál será el final de su viaje, pero Jennifer vive un poco más tranquila desde que tiene a mano el teléfono de Alicia. Y eso se agradece.