Apeados del segundo lugar en el medallero de los recién finalizados Juegos Panamericanos de Toronto, Canadá, los atletas de Cuba han regresado a la Isla --se dice que una treintena de ellos tomaron las de Villadiego- - en medio de un fárrago mediático que los evalúa en blanco o negro a partir, sobre todo, de las calenturas ideológicas de los analistas.
El periódico Granma, este lunes, insistía en las supuestas bondades del socialismo como catalizador de un resultado que ubicó a los cubanos no en el segundo lugar pronosticado por su gobierno, pero al menos en el cuarto (altisonancia mediante: La dignidad no cabe en una mochila, Luz de alba en Mississauga, cuando el bronce brilla como el oro, y otras perlas de titulares) y clamaba infantilmente por la resurrección del profesor de educación física como una de las soluciones ante el declive de su rendimiento.
El órgano del Partido Comunista practica inclusive un colosal salto atrás en el tiempo, y desentierra el ideario de Pierre de Coubertin, aquel que en el siglo XIX insistía en que lo importante es competir. El ilustre Barón se avergonzaría hoy --pienso yo-- de que ciertos deportistas fueran entonces privados de sus medallas, tras aceptar algunas decenas de dólares, y contemplaría atónito el ingreso de los cubanos al mundo del profesionalismo, después de 50 años calificándolo como al mismísimo Satanás.
Se desliza apenas en la prensa cubana que Estados Unidos, Canadá y Brasil --los mejores en Toronto-- son también de los primeros en la economía mundial, lo que realza el esfuerzo de los deportistas antillanos y aunque nadie sepa en qué lejano rincón del Producto Interno Bruto mundial ha ido a caer la Isla.
NO TAN AMARGO
Del otro extremo de la cuerda tiran los que califican como amargo el cuarto puesto ocupado por Cuba. Nacidos bajo una doble tenaza, de un lado el cada vez más débil embargo de su vecino del Norte, pero sobre todo el férreo bloqueo que les impone su gobierno, los hombres y mujeres que de San Antonio a Maisí ejercitan el músculo merecen hoy nuestra admiración.
Internet, un hogar con mínimas comodidades y un auto para ir o venir de los entrenamientos forman parte de la rutina diaria del atleta de cualquier geografía, pero en el caso de los cubanos constituyen un privilegio de poquísimos.
Y si la dinastía en el poder amaestró durante medio siglo a sus deportistas, presentándolos como el resultado de un sistema político superior, el circo socialista se llena poco a poco de fisuras. A despecho de la cúpula al mando, el ambiente de las pistas y los gimnasios va perdiendo su lugar como asidero único entre la juventud cubana, aquella que ansía conocer más allá de sus fronteras o vestir y comer mejor que sus empobrecidos compatriotas.
El subliderazgo deportivo continental que Cuba amasó desde 1971 tenía los pies de barro y se había diseñado en los laboratorios. Como desmentido al discurso oficial, ese de que quienes piensan distinto quieren volver a antes de 1959, los atletas del mundo entero nos demuestran que ellos tampoco viven como hace 50 años.
Hay coraje y talento en nuestros peloteros y voleibolistas, en las figuras del atletismo, del judo o la lucha, pero --como en las placas tectónicas-- el universo del músculo se remece para después acomodarse sobre la faz de la tierra.
Por su población, por sus escasos recursos, y --sobre todo-- por la imperiosa necesidad de libertades individuales, nuestra querida Cuba no podía en estos tiempos permanecer como la segunda potencia atlética del continente.
Brindemos, no obstante, los cubanos de adentro y de afuera, por nuestra delegación a Toronto 2015. Por los medallistas y por los que se esforzaron pese a no llegar al podio. Por los que compitieron sin rendirse ante las bajas en sus filas, y por los que escogieron un futuro mejor que el deparado por un país que nadie sabe adónde va.
Que el trago amargo se lo beban esos pocos que detentan el poder.