Comienza diciembre y La Habana huele a cine. Durante la 39 edición del Festival de Cine Latinoamericano se pueden ver alrededor de la calle 23 las largas filas de cinéfilos esperando para entrar a uno de los pocos cines que tienen a su disposición. Momento para reflexionar sobre el estado decadente de las salas de proyección de la capital.
Los cubanos estamos ligados al cine desde la tarde del domingo 24 de enero de 1897, cuando en una sala próxima al Teatro Tacón (Hoy Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso) Gabriel Veyre realiza la primera proyección cinematográfica, a la que asistieron más de 2.000 habaneros.
Hasta diciembre de 1958, la capital cubana era la ciudad de América que más cines tenía. Hoy sobrevive sólo una fracción de ellos. Algunos de los más fastuosos han sido clausurados y reducidos a un estado ruinoso.
“No solo significa una importante pérdida patrimonial desde el punto de vista arquitectónico, sino también un lastre a las costumbres y la proyección cultural de los habaneros”, dijo a Martí Noticias la Doctora en Ciencias del Arte Ana Casanova.
Un recorrido por los barrios de La Habana te hace encontrar un desolador panorama. De 42 cines existentes en la capital quedan 13 en funcionamiento con limitaciones y 29 cerrados. A excepción de los cines del circuito de la calle 23 en el Vedado (23 y 12, Chaplin, Riviera, Yara, La Rampa), la mayor parte de las salas habaneras han ido desapareciendo lentamente, y las pocas que quedan, presentan pésimas condiciones constructivas y de infraestructura, que impiden disfrutar de un buen filme.
“Ya no tenemos donde ir, nos hemos quedado sin opciones, ya pasó la época de invitar a tu novia al cine, o ir con tus amigos a ver una buena película”, dijo Juan Luis, vecino de Luyanó.
Con la llegada al poder de los hermanos Castro, el gobierno expropió los teatros y cines. Comienza la lenta y dramática decadencia de las salas de proyección del país. Desde la pérdida de butacas, el deterioro de los baños, la desaparición de las letras de las marquesinas, los anuncios lumínicos y los carteles, hasta la extinción de la amable figura de la acomodadora o la rotura de los equipos de proyección; problemas que tuvieron su máxima expresión durante la terrible crisis económica de los años 90.
La desidia hace más difícil esta situación, pues hay cines insalvables y otros que no aguantarán muchos años más.
“Esto es un problema, y más cuando no se les ha buscado solución efectiva para darle refuncionalización a todas estas salas”, señaló la Doctora Casanova.
En tanto, los pobladores de las zonas más apartadas del centro de la ciudad se ven obligados a trasladarse en sus horas de ocio hacia el Vedado, porque las circunstancias en que se encuentran las salas de cine de sus localidades no favorecen a los amantes del séptimo arte.
“Nadie se acuerda de nosotros, de los barrios, de la gente que no tiene opciones culturales”, dijo con nostalgia y resignación María, residente en San Miguel del Padrón.
El Festival de Cine Latinoamericano también se ha ido empobreciendo. Ante esta situación y la competencia de las nuevas tecnologías, y las opciones del paquete semanal, las personas prefieren ver las películas y series en la comodidad de su hogar.
Así hay nombres que quedan en la memoria: Carral, Campoamor, Erie, Avenida, Fausto, Florida, Neptuno, Rex, Rialto, antes templos de cine, que entre sus enmohecidas butacas guardan historias de amor y recuerdos memorables. Los habaneros se resignan mientras la capital cubana ve morir sus salas oscuras.