Mañana el ruso promedio injuriará a Putin cuando tenga que cambiar más de 50 rublos por un euro para viajar a Grecia o Egipto.
En Moscú cierran los oídos a los reclamos internacionales para que no use la fuerza contra Ucrania y para que saque sus tropas de Crimea. De nada valen las votaciones en el Consejo de Seguridad de la ONU en la Asamblea General.
Obama regresó a Washington con los mismos dolores de cabeza que al partir. Putin mantiene sus tropas en Crimea, no hay en Siria salida al conflicto civil e Irán atrasa un acuerdo para la inspección de su programa nuclear.
En Europa Obama no tuvo aquellos baños de popularidad de su etapa preelectoral; Edward Snowden, desde Moscú, le creó graves fisuras con sus colegas europeos.
Pero pudo lograr el mandatario estadounidense unidad para aislar a la élite política rusa, imponer sanciones a bancos rusos, empresas militares, y sacar a Rusia del G-8. Pero todavía no está dicha la última palabra sobre la crisis. Putin sabe que no habrá confrontación militar por la ocupación de Crimea y sigue sus planes basados en el uso de la fuerza.
La llamada telefónica de Putin a Obama cuando estaba el americano en Riad, no fue para buscar acuerdos. Llamaron del Kremlin para repetir el plan, que lleva el canciller Lavrov consigo a las reuniones con Kerry, lo mismo en París, que en Londres.
La solución que presenta Putin es muy rusa, y no tiene en cuenta el pensar de Kiev. Mantenerse en la tierra donde hay rusos o que fuera de Rusia. En Moscú, como en los tiempos de Pedro I o Stalin, insisten en decidir como debe de vivir el vecino. Y por el momento EE UU permanece firme junto a los reclamos de las autoridades ucranianas.
Desde la invasión a Afganistán no había tanta tirantez, acusaciones mutuas, reproches, cancelaciones de reuniones o cumbres entre Washington y Moscú. A Putin le importan poco, por el momento, las sanciones de EEUU y la UE. Lo que puede detenerle el apetito imperial es la caída del rublo, el cierre de bancos rusos en Occidente, el colapso de las grandes empresas como Gazprom o Lukoil y una caída de la economía rusa como la de 1998.
Aunque Putin jure que las sanciones americanas o europeas no afectan al ruso promedio, ya no puede éste usar su Visa o MasterCard. Y no importa que ahora baile y cante con nostalgia soviética. Mañana injuriará a Putin cuando tenga que cambiar más de 50 rublos por un euro para viajar a Grecia o Egipto.
Obama regresó a Washington con los mismos dolores de cabeza que al partir. Putin mantiene sus tropas en Crimea, no hay en Siria salida al conflicto civil e Irán atrasa un acuerdo para la inspección de su programa nuclear.
En Europa Obama no tuvo aquellos baños de popularidad de su etapa preelectoral; Edward Snowden, desde Moscú, le creó graves fisuras con sus colegas europeos.
Pero pudo lograr el mandatario estadounidense unidad para aislar a la élite política rusa, imponer sanciones a bancos rusos, empresas militares, y sacar a Rusia del G-8. Pero todavía no está dicha la última palabra sobre la crisis. Putin sabe que no habrá confrontación militar por la ocupación de Crimea y sigue sus planes basados en el uso de la fuerza.
La llamada telefónica de Putin a Obama cuando estaba el americano en Riad, no fue para buscar acuerdos. Llamaron del Kremlin para repetir el plan, que lleva el canciller Lavrov consigo a las reuniones con Kerry, lo mismo en París, que en Londres.
La solución que presenta Putin es muy rusa, y no tiene en cuenta el pensar de Kiev. Mantenerse en la tierra donde hay rusos o que fuera de Rusia. En Moscú, como en los tiempos de Pedro I o Stalin, insisten en decidir como debe de vivir el vecino. Y por el momento EE UU permanece firme junto a los reclamos de las autoridades ucranianas.
Desde la invasión a Afganistán no había tanta tirantez, acusaciones mutuas, reproches, cancelaciones de reuniones o cumbres entre Washington y Moscú. A Putin le importan poco, por el momento, las sanciones de EEUU y la UE. Lo que puede detenerle el apetito imperial es la caída del rublo, el cierre de bancos rusos en Occidente, el colapso de las grandes empresas como Gazprom o Lukoil y una caída de la economía rusa como la de 1998.
Aunque Putin jure que las sanciones americanas o europeas no afectan al ruso promedio, ya no puede éste usar su Visa o MasterCard. Y no importa que ahora baile y cante con nostalgia soviética. Mañana injuriará a Putin cuando tenga que cambiar más de 50 rublos por un euro para viajar a Grecia o Egipto.