Reflexiones

A lo largo del proceso cubano algunos acontecimientos nos han obligado a volver a la mesa de trabajo con los planos debajo del brazo a reflexionar sobre nuestros percances, evaluar lo sucedido, ajustar nuestra respuesta y anticipar, dentro de lo posible, el comportamiento de nuestro objetivo. El fiasco de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles en 1962, el derribo de la avionetas de Hermanos al Rescate, exigió de nosotros buscar otras opciones para continuar adelante en busca de una solución al problema de Cuba.

Así surgió en la isla un movimiento pro derechos humanos que fue el germen de la actual disidencia y oposición interna; cubanos exiliados combatieron a los comunistas cubanos en el Congo; y empresarios cubanos del destierro ejercieron presión en los círculos políticos estadounidenses para crear Radio y Televisión Martí.

Ahora tropezamos con un nuevo obstáculo, la anunciada reanudación de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana como resultado de una conversación amistosa de sus respectivos líderes que resultó en el canje de Alan Gross por tres espías cubanos presos en Estados Unidos. Un cambio intempestivo en la política exterior de este país a cambio de nada por parte del gobierno cubano, interpretado sin embargo por la periodista de un diario local como "una llamada telefónica que cambió el curso de la historia". Crear esa imagen era el propósito de la maquinaria mediática del régimen; volvemos a la mesa de trabajo para librar la batalla del futuro.

Empíricamente no podemos interpretar la movida cubana del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como una iniciativa que vaya a lograr algún cambio significativo en las relaciones con Cuba, porque nada se puede verificar en tiempo futuro. Lo que si podemos verificar en tiempo presente es que el mandatario logró su verdadero objetivo: conseguir la libertad de Alan Gross.

La historia no ha cambiado su curso: la cúpula gobernante cubana no puede fomentar la libertad política y económica sin perder el poder, pero si puede buscar en el cambio de política exterior de Estados Unidos (aún desconocemos todo lo que se acordó en un año de negociaciones) la sucesión del sistema tras la desaparición de Fidel y Raúl Castro. Esta inferencia encuentra asidero en el precedente de John F. Kennedy. ¿Y ahora, qué?

Esta no es una batalla de ideas, sino una batalla informática. La cúpula gobernante cubana perdió la batalla ideológica en todos los frentes, se sostiene por el terror que inspiran los cuerpos represivos y las bayonetas en los cuarteles, no por el respaldo de la opinión pública. Informar al pueblo de Cuba sigue siendo la clave de esta batalla en defensa de los derechos humanos y apoyo a opositores y disidentes que luchan en la línea del frente. ¿Por qué los derechos humanos? Porque la Declaración Universal de los Derechos Humanos comprende todos los valores que conforman la libertad y la democracia.

¿Por qué opositores y disidentes, sobre todo la población negra de la isla? Porque Cuba les pertenece. Pero no nos engañemos, esta cruzada, ya dilatada de por sí, será todavía más larga, tanto, que muchos de nosotros no alcanzaremos a ver su culminación. Pero eso no nos desalienta, por el contrario, acrecienta el compromiso con aquellos que asumirán la responsabilidad de continuar adelante y reconstruir el país.

No pretendo tener la respuesta a un proceso tan complejo como el nuestro, pero al menos tengo, desde hace años, una explicación plausible de su origen.

Como placas tectónicas presionadas una contra otra hasta provocar en ocasiones un terremoto, dos fuerzas culturales se disputaban la identidad de la sociedad cubana: una hispanista europeizante de cara al pasado y otra americanista de cara al futuro. "La primera respondía a un motivo histórico; la segunda a un imperativo geográfico" (Ramiro Guerra 1975:495).

La Cuba insurrecta inspirada en el modelo democrático de su vecino estadounidense ganó la guerra de independencia pero perdió la República por haber quedado aniquilada como resultado del proceso bélico, siendo desplazada por una emigración masiva de peninsulares sin interés natural por la independencia de Cuba y hostil por instinto a Estados Unidos.

Los descendientes de estos inmigrantes, nacidos después de 1898 con una edad promedio de menos de cuarenta años, muchos de ellos también hijos de exiliados republicanos, fueron los que tomaron el poder en Cuba en 1959, inspirados en la Guerra Civil española. Estados Unidos no empujó Cuba a la órbita soviética, Fidel Castro fue un agente de cambio formado por el ethos de los peninsulares que entraron en Cuba como resultado del Tratado de París por miedo al negro.

En este sentido, Estados Unidos lleva en el pecado la penitencia. No obstante, los líderes de la Cuba del futuro deben tomar en cuenta la otra cara de la moneda, cómo se formó el pensamiento de los cubanos en el bando insurrecto.

Orestes Ferrara, un hombre digno de crédito, relata en sus memorias que sus compañeros en el Ejército Mambí "no tenían más horizonte que los dejados por la Revolución francesa de 1793. Desconocían en gran parte la Revolución americana de la independencia, y en total el poderoso movimiento jurídico y político de Inglaterra que había creado sus instituciones, culminando en 1688 (Ferrara 1975:89). De esa Revolución gloriosa emana el sistema bipartidista, la libertad de expresión y los derechos fundamentales del mundo occidental, desconocidos ayer por la mayoría de nuestros libertadores y triturados hoy por nuestros opresores marxistas-leninistas. No menos importante, por lo que tiene de revelador, es la conclusión a la que llegaron un día ya lejano en La Habana los veteranos de la guerra de independencia Aurelio Hevia, el Coronel Manuel Sanguily y Ferrara: "Los cubanos lucharon contra España por la independencia, no por la democracia o la libertad" (Ferrara 1975:123).

Como podemos apreciar "las cadenas vienen de lejos" y es preciso reflexionar sobre nuestra historia nacional para corregir, en los nuevos planos de trabajo, los desvíos innecesarios que nos han traído tantos sinsabores. Dejando a un lado los complejos heredados de la España decimonónica, la nueva hoja de ruta debe reconocer el ineludible vínculo geopolítico con Estados Unidos, con la misma visión de que hizo gala el puertorriqueño Luis Muñoz Marín.

Paradójicamente las condiciones ya están dadas por los mismos enemigos acérrimos de la Unión Americana, propulsores de una emigración masiva que con sus remesas han creado de facto una asociación cada vez mayor con Estados Unidos. Es cierto que hemos tenido que soportar tragos amargos, pero el tiempo se encargará de confirmar que estamos del lado correcto de la historia.