Como la gran mayoría de los cubanos exiliados, sentí gran alegría cuando se aprobó la creación de Radio Martí y más aún cuando el 20 de mayo de 1985, aniversario del nacimiento de la República de Cuba, se saludó al pueblo de la Isla a través de las ondas radiales. Mi ilusión con este proyecto no era infundada. Como escritora, desde muy joven he tenido conciencia del valor de la palabra. Mis compatriotas sufrían un embargo de información. Solo recibían la limitada y a menudo tergiversada versión oficial de lo que pasaba en el mundo y en la propia Isla. Radio Martí, y más tarde TV Martí, tenían como objetivo romper ese muro que aislaba al pueblo cubano.
Recuerdo una ocasión en que Orlando Rossardi me invitó a los estudios en Washington, D.C. a grabar un programa para TV Martí y la gran emoción que me embargó al pensar que pudieran verme y escucharme en mi país natal.
Una vez que la emisora se mudó a Miami, comencé a participar con cierta frecuencia como invitada en algunos programas regulares. Uno de ellos fue la Universidad del Aire, que inspirado en el espacio radial del mismo nombre que había dirigido años atrasen La Habana el intelectual Jorge Mañach, condujo por largo tiempo para Radio Martí otra destacada figura de la cultura cubana, José Ignacio Rasco, fallecido en 2013. Como vivíamos cerca y Rasco era mi amigo y mentor, me llevaba en su auto –en ocasiones también a otros invitados—a los estudios de Radio Martí, entonces situados en El Doral. Rasco escogía un tema, dos ponentes presentábamos un breve trabajo sobre el mismo, y luego lo discutíamos. Igual podían intercambiarse ideas sobre el papel del autonomismo en el siglo XIX cubano, el desarrollo de la televisión en Cuba, un libro de hacía 60 años o recién publicado. Era siempre un debate de altura, por el calibre de los participantes. Como una de las más jóvenes, me tocaba a veces retar respetuosamente criterios establecidos e intentar acercarme a nuestra historia y cultura con nuevos ojos. Para mí fue una experiencia enriquecedora y me imagino que también para los oyentes en Cuba.
En esas visitas a los estudios de Radio Martí a veces me encontraba a otras personas que conducían programas. Recuerdo especialmente a Luis Aguilar León, viejo amigo desde sus años como profesor en la prestigiosa Georgetown University en Washington, D.C., donde en una época ambos residíamos. También me escuchaban otros miembros de plantilla de Radio Martí y comenzaron a llamarme cada cierto tiempo para que participara en algún programa o simplemente para pedirme mi opinión. Desde 1995 yo me desempeñaba como Subdirectora del Instituto de Investigaciones Cubanas (CRI) de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) y vivía muy al tanto de la realidad cubana así como de los estudios académicos sobre la Isla.
En 1997 el periodista Ariel Remos me dejó saber que me había recomendado para que participara regularmente en un programa con él. Ariel, que era mi gran amigo desde hacía años, tenía un pensamiento conservador. Radio Martí buscaban a alguien que por el contrario fuera más liberal, para balancear el espacio radial. Remos pensó que yo era la persona ideal. Poco tiempo después firmé los papeles como contratista e hice ese y otro programa durante casi una década. Las comparecencias con Remos eran especialmente interesantes porque discutíamos mucho, lo cual agradaba a los moderadores, pues pensaban, con acierto, que mostraba a los cubanos la posibilidad de sostener abiertamente criterios distintos. En una ocasión la controversia fue tan acalorada que al minuto de salir del aire el buen Ariel me llamó para pedirme disculpas, lo cual era totalmente innecesario. Remos, que falleció en 2013, era un caballero y los debates nunca entraban en el plano personal. Durante esos años participé con varios otros periodistas como comentaristas, entre los que recuerdo con especial afecto a Roberto Casins. Asimismo tuvimos distintos moderadores, como Margarita Rojo, David Hall y Álvaro Alba.
Nos daban el tema unas horas antes, y bien podía ser de un asunto cubano, estadounidense de cualquier parte del mundo. Ello requería mantenerse al tanto de prácticamente todo y hacer una búsqueda y lectura rápida en la red antes de salir al aire. Como afortunadamente los participantes teníamos criterios propios y estábamos informados, los programas tenían un nivel muy profesional. Personalmente, rememoro con nostalgia aquella etapa.
En 1999 sucedió un evento en mi vida personal que no sólo fue importante para mí sino para mis colaboraciones con Radio Martí. Después de 40 años, regresé a Cuba y viajé a la Isla anualmente y en ocasiones dos veces al año hasta 2005, y de nuevo a partir de 2009 hasta 2017. Hasta que me jubilé en 2011, estos viajes estaban auspiciados por FIU y me dieron oportunidad de dictar y escuchar conferencias, reunirme con académicos y escritores, llevar un año a La Habana a un grupo estudiantes, además de visitar familiares, cumplir con una cantidad infinita de encargos –que me permitían entrar así en buen número de hogares-- caminar por las calles de la ciudad, visitar museos, asistir al ballet, el teatro, la Feria del Libro. En 2001 hice un viaje por carretera hasta Santiago de Cuba, con paradas en Madruga, Cienfuegos, Camagüey, Bayamo y El Cobre. Fue una forma de ir conociendo de primera mano la realidad cubana.
En los primeros viajes especialmente comprobé el impacto de Radio Martí. Fueron múltiples las ocasiones en que personas me llevaban hacia el fondo de sus casas para confiarme que me escuchaban regularmente por la emisora. A veces me repetían frases exactas que yo había dicho, y aunque tal vez yo no las recordara, sabía que eran ciertas porque reflejaban mi manera de pensar y de expresarme. Una de los momentos más conmovedoras –aunque también al principio atemorizador— fue en mi primer viaje, al que fui con mi hermana. Conversaba con ella, cuando el taxista que nos conducía me preguntó si yo hablaba por radio. Como soy patológicamente sincera, le dije tímidamente que sí.
--¿Por una radio extranjera?—insistió el hombre.
Aunque temerosa de que fuera una trampa y acabara presa, le contesté afirmativamente. Resultó que era un asiduo oyente de Radio Martí ¡y me reconoció por la voz! Seguidamente me comentó sobre sus programas favoritos y se convirtió en nuestro chofer fijo el resto del viaje.
Mis visitas a Cuba, creo yo, resultaron en un beneficio para mis contribuciones a Radio Martí porque se entiende la realidad cubana mucho mejor cuando uno tiene la posibilidad de viajar a la Isla. Esa intrahistoria, ese detalle del cotidiano trajinar de los cubanos que no aparece en trabajos académicos ni en noticias periodísticas, enriqueció mi visión y mi posibilidad de hablarle más directamente al oyente cubano.
Pero todo tiene su precio. Cada vez que iba a Cuba, una colega --asumo que encargada de mi buena conducta-- me llamaba la atención por algo que había dicho por la radio. No me dejaba intimidar. Argüía que yo no les preguntaba siquiera lo que hacían en Cuba cuando los invitaba a nuestra Universidad y les conseguía una visa a EEUU, que no era el país de ellos. De igual forma, no les correspondía tratar de controlar lo que yo hiciera fuera de Cuba. Es honesto decir que estos “regaños” fueron hechos con respeto y a veces hasta tímidamente. Tal vez la persona comprendía lo injusta que era su misión o tal vez mis respuestas llegaron a convencerla de que yo no cambiaría mi forma de actuar.En todo caso, el agua nunca llegó al río.
Lamenté mucho cuando en 2010 no renovaron mis contratos y cesaron mis colaboraciones con Radio Martí, pese a que aún en ocasiones sus periodistas me llaman o se acercan a mí en algún evento para pedirme mi opinión sobre temas de actualidad, cosa que acepto siempre gustosa.
Mi concepto sobre las personas con quien trabajé en Radio Martí es el más alto. Desde los moderadores y periodistas, hasta los encargados de procesar las facturas siempre encontré en todos un alto nivel de profesionalismo, que no varío aunque cada nuevo director pudiera imprimir a su administración el sello de sus criterios y personalidad.
Los medios de comunicaciones han variado infinitamente en las últimas décadas y los cubanos tienen en la actualidad un acceso a redes sociales que ha cambiado la dinámica del país. Radio Martí y, con menos intensidad, TV Martí, jugaron un papel clave en romper el muro de silencio que aislaba a los cubanos del mundo e incluso de sucesos en el país. Creo que sería útil que aprovechara las nuevas vías de comunicación para continuar una labor que no solo beneficia a Cuba sino que trasmite muy efectivamente los valores democráticos y humanista que han sido un faro para la humanidad.