De esa manera interpelaba Fidel Castro en los primeros meses del año 1959 -cobijado por la sombra del monumento a José Martí, en aquella plaza que ya había perdido su nombre- a la multitud cautiva por el efecto hipnótico de su verborrea:
“¿Qué República era aquella?”
Hubiera sido fácil responderle que, “aquella”, era la República que él se había cargado sin, al menos personalmente, disparar un tiro, la República imperfecta que le perdonó la vida, condenándolo a sólo dos años de presidio por el asalto al Cuartel Moncada, esa acción terrorista que él organizó, enviando a los asaltantes a una carnicería, no sin antes planificar, muy bien, cómo no arriesgar su personal pellejo. Pero no, las cosas nunca suelen ser tan sencillas.
Aquella República, que naciera el 20 de Mayo de 1902, tras 410 años de colonialismo español, fue gestada en dos cruentas Guerras de Independencia; incubada en los vientres de los campos de concentración creados por el feroz Valeriano Weyler; moldeada con el filo de los machetes de negros descalzos y aristócratas masones, liberales, patriotas, que habían empeñado hasta la cubertería familiar para costear sus sueños de independencia; tatuada con innumerables cicatrices en el cuerpo moreno de Antonio Maceo, el Titán de Bronce, cuya voz proclamaba con orgullo el 15 de marzo de 1878 en Los Mangos de Baraguá, enojado por el indecoroso Pacto del Zanjón, frente al representante de España, General Arsenio Martínez Campos:
“No, no nos entendemos, General.” “¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!!!”
La primera bandera cubana que envolvió a la recién nacida República, ondeó de la manos del General Máximo Gómez, viejísimo y enfermo, a las 12: 08 minutos del 20 de mayo de 1902, frente a una población emocionada.
No queremos cerrar los ojos, ignorar realidades. Como cualquier criatura, la República daba bandazos, tropezaba, caía, volvía a levantarse pero, en 1940 era ya la orgullosa propietaria de la Constitución más avanzada de la época, según expertos.
De 1902 a 1959 tuvo 20 presidentes, entre ellos, al menos dos considerados dictadores; apenas otros dos lograron alcanzar un segundo mandato; tuvimos presidentes de un mes, de tres días y hasta otros dos que apenas sobrevivieron 24 horas en el poder y un golpe militar -o cuartelazo- asestado el 10 de Marzo de 1952, por el General Fulgencio Batista, sí, el mismo que amnistió a los que sobrevivieron del ya mencionado asalto al Cuartel Guillermón Moncada y, a pesar de que esos polvos trajeron estos lodos…
“¿Qué República era aquella?”
No, después de ser colonia durante casi medio siglo, no podía ser otra República que aquélla. Era la anhelada intención de una República. Cuba era sólo un pequeño país en transición, porque la democracia no es un título en propiedad, sino un arduo aprendizaje y, aunque eran los primeros, torpes pasos, la isla tuvo logros memorables, sí, memorables, que el Señor Castro, ese que hablaba más que un loro bajo la sombra del monumento a un avergonzado José Martí, se dedicó, sistemáticamente, a desenterrar de la memoria de los cubanos. En otro mundo, este fanático de la perorata podía ser acusado de infanticidio al asesinar, aún en su cuna, a la pequeña República que otros cubanos, mucho mejores, habían soñado y que él, el Asesino en Jefe, enterró hace ya 60 largos, duros, hambrientos, ensangrentados años.
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