17D: Primer aniversario de un matrimonio estéril

El presidente Barack Obama conversa con Raúl Castro y el canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, durante la inauguración de la VII Cumbre de las Américas en Panamá

La agonizante pandilla marxista-antimperialista se recicla, de comunista a burguesa, gracias al capital imperial

Transcurrido el primer año del restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, siguen sin cumplirse las expectativas que despertara el histórico suceso entre los cubanos de la Isla. Con muchas penas y ninguna gloria, los isleños han continuado arrastrando una existencia precaria y huérfana de esperanzas que –lejos de tender a una mejoría– ha visto agravarse la crisis económica permanente, aumentar del costo de la vida y consolidarse el desabastecimiento crónico.

A la vez, crece el deterioro general de los sistemas de salud y educación –último reducto de la retórica oficial–, y se ha generado un nuevo e indetenible proceso de emigración que ha devenido estampida, ante el temor a que las negociaciones entre ambos gobiernos conduzcan eventualmente a la desaparición de la Ley de Ajuste Cubano.

Sentadas ya las bases diplomáticas, reabiertas las respectivas embajadas en Washington y La Habana, y establecidas las agendas de un proceso de negociaciones que continúa discurriendo en secreto, la política de las autoridades cubanas se ha dirigido a obstaculizar hasta su nulidad el efecto que debieron tener las medidas dictadas por el presidente estadounidense a favor de una apertura hacia Cuba en beneficio de iniciativas privadas no estatales. El aumento de visitantes de esa nación vecina y la amplia flexibilización que deja sin efectos muchas de las limitaciones que impone el Embargo no han tenido un beneficio significativo para la población, aunque sí han contribuido al ingreso de divisas para el gobierno cubano y para las empresas extranjeras establecidas en la Isla, en especial para las relacionadas con el sector turístico.

Pese a esto, tales ingresos resultan insuficientes incluso para la camarilla gobernante, agobiada por la enorme deuda externa, la falta de acceso a los créditos del Fondo Monetario Internacional, la angustiosa dependencia de apoyos externos –cuestión que, paradójicamente, utiliza como elemento de descrédito y deslegitimación en el caso de la disidencia interna–, la falta de respuesta del empresariado extranjero a la “atractiva” Ley de Inversiones, y la necesidad imperiosa de ganar tiempo para asegurarse la perpetuidad en el poder.

Finalmente, a la sombra del Tío Sam, se ha cerrado el ciclo de la revolución, con un final no por esperado menos dramático. He aquí que la pandilla “marxista-antimperialista” está operando el milagro de reciclarse desde la agonía, metamorfoseándose de comunista a burguesa precisamente gracias al capital imperial.

A juzgar por las evidencias, y a falta de informaciones autorizadas y contrastables, la casi vertiginosa avalancha de propuestas unilaterales de la Casa Blanca sucedidas en el transcurso del año no ha recibido una respuesta proporcional desde el Palacio de la Revolución. El General-Presidente cubano no solo ha resultado incapaz de corresponder en intensidad y magnitud a los pasos positivos de Washington hacia un acercamiento que redunde directamente en beneficio de la sociedad cubana y no en provecho único de la cúpula gobernante, sino que ha imprimido a la pretendida “normalización” el mismo ritmo (“sin prisa”) que a los extemporáneos y nunca cumplidos Lineamientos del pasado Congreso del PCC.

Desde el 17D, aunque no como resultado de ese acontecimiento, la crisis cubana no ha hecho más que agudizarse. Con la economía en picada, una gran parte de la fuerza laboral en fuga o con aspiraciones a escapar, la población envejeciendo, la tasa de natalidad deprimida, la corrupción rampante, la inflación en aumento y otro incontable número de males por solucionar, cualquier otro gobierno hubiese asumido este momento de distensión y acercamiento como una oportunidad de abrir un camino de prosperidad y bienestar para su pueblo. No así la dictadura de los Castro.

En respuesta, los cubanos comunes son hoy más descreídos políticamente, más indiferentes y más pro-norteamericanos que nunca antes.

Opositores y disidentes: un sector en crecimiento

Contrario al criterio más extendido, y pese a estar dividida y fragmentada en múltiples proyectos, la sociedad civil independiente, y en particular los grupos opositores y disidentes, ha estado ganando en organización y crecimiento. Una muestra incuestionable de esto es el incremento de la represión contra ellos.

La progresiva intensidad de la fuerza represora no indica –como sugieren algunos, con una lógica simplista– un “fortalecimiento de la dictadura” a partir del inicio del proceso de conversaciones con el gobierno estadounidense, sino, por el contrario, una muestra de debilidad que acusa a la vez el temor al impacto de la influencia norteamericana en la sociedad cubana y la imposibilidad de contener el crecimiento de las fuerzas cívicas, loque los conduce a aplicar la violencia para evitar en lo posible, o al menos ralentizar, su propagación y contagio social. Una estrategia contraproducente que ha logrado justamente el efecto contrario: han aumentado el sector disidente y el descontento popular.

Después del parteaguas generado por las diferentes posiciones asumidas ante el proceso iniciado el 17 D, ha sobrevenido un período de intenso activismo opositor en el cual todas las tendencias han ganado en visibilidad y espacios. Se han comenzado a gestar alianzas entre organizaciones de las más variadas tendencias, a partir de un consenso común: la urgencia de consolidar la lucha cívica para conquistar la democracia en Cuba. A este tenor, el consenso general es que todas las formas de lucha pacífica son válidas en tanto ejercen presión sobre las grietas del sistema y coadyuvan a su debilitamiento.

En justicia, hay que reconocer que el empeño de todos los grupos opositores –sea cual fuera su orientación y sus propuestas– no solo se enfrenta al desafío de la acción represiva y violenta del régimen en el poder, sino a la casi total indiferencia de la comunidad internacional y –lo que es peor– a la insuficiente solidaridad y reconocimiento por parte de numerosos gobiernos democráticos del mundo.

Al parecer, los líderes políticos y empresariales occidentales esperan de la oposición cubana la ciclópea tarea de crear una fuerte coalición o convertirse en una alternativa política al poder omnímodo de los Castro, casi sin ayuda alguna, antes de reconocerle el legítimo derecho de representación, no obstante la colosal diferencia de recursos y oportunidades entre los contrincantes. Ante los intereses del capital, los sueños democráticos de los cubanos no significan nada.

2016, un año decisivo

Así, este 17D se celebran las bodas de papel del matrimonio por conveniencia entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, pero hasta ahora la unión ha sido estéril. Al menos para los cubanos, que nunca fuimos invitados a la fiesta. El estilo conspirador de la casta verde olivo se impuso en el convite. Sin embargo, sería injusto atribuir los actuales males de Cuba a un supuesto error político de la Casa Blanca. En todo caso, con este acercamiento al régimen Barack Obama está haciendo lo que se espera de un gobernante: velar por los intereses de su país y de sus gobernados. Bien por Obama, mal por Castro.

En realidad, la crisis general cubana existía mucho antes que el Presidente estadounidense asumiera el gobierno, de manera que las frustraciones que hoy sufren los más ilusos responden más bien a un exceso de injustificadas expectativas y a una sobrevaloración de la importancia de Cuba, apenas una insignificante isla con delirios de grandeza, regida por un sistema anacrónico e ineficiente, y perdida en el enorme mapa geopolítico regional.

Ha sido un año intenso, pero mirándolo en retrospectiva, la oposición y los cubanos comunes al menos deberán haber asimilado una valiosa experiencia: nadie vendrá a salvarnos del naufragio.

Hace justamente un año ocurrió lo impensable cuando los más enconados enemigos de este Hemisferio decidieron sentarse a la mesa de negociaciones para zanjar sus diferencias. Algo importante nos enseña esta increíble saga: el año 2016 podría ser decisivo si los que aspiramos a hacer de Cuba un estado de derecho nos revelamos capaces de hacer lo que ahora parece imposible: una coalición cívica frente a una dictadura que se asume eterna. No parece que nos queden otras opciones.

[Este artículo fue originalmente publicado en Cubanet]