Paquito D'Rivera emocionó al público este último sábado en el Miami Dade County Auditorium. El concierto único que el genial saxofonista ofreció aquí para promocionar su más reciente álbum –Jazz Meets the Classics– resultó un encuentro entre amigos, una fiesta instrumental muy parecida a las que se improvisan en los nigth clubs de jazz de las grandes ciudades, con la diferencia de que este programa cumplió con algunos requisitos básicos de puesta en escena, previamente concebida para teatros.
Ahí estuvo la gracia. Un show man como Paquito D'Rivera, que tiene público asegurado en medio mundo, y en especial en Miami, fue totalmente interactivo, lúdico, simpático, popular. Con un espanglish "a lo cubano", condujo el espectáculo de aproximadamente dos horas, logrando que la curva de atención no cayera nunca, muy a pesar del inexistente diseño de luces del teatro: luces fijas cenitales, blancas, y un seguidor –cañón– que nunca reaccionó a tiempo. Porque Paquito D'Rivera es muy inquieto sobre el escenario, gallardo, a veces con pose de torero interactuando también con su banda (llevaba chaleco rojo, por cierto).
Es un genio de la comunicación que sabe además sintetizar historias y épocas. Con unas variaciones espectaculares que hace de piezas tremendamente conocidas. Un atrevido que no teme jugárselas todas, pero con magníficos resultados.
Ya no hablemos del Paquito instrumentista, sobradamente conocido y premiado. Hablemos del orquestador que pretende tocar en un acto los cuatro puntos cardinales, dejando un sabor cubano entreverado, pero no demasiado predominante.
Eso de bueno tienen muchos jazzistas: la cortesía, intrínseca y necesaria, que permite intercambiar ejecuciones en concilios donde todos brillan y a la vez hacen de acompañantes. Cada uno de los músicos de su banda es una historia aparte y así lo dejaron ver a su debido tiempo, con solos inolvidables.
El formato de sexteto en el latin jazz es perfecto si, como en este caso, tiene un buen pianista (Alex Brown, USA) que se roba la noche con su elegancia y juventud; un baterista espectacular (Vince Cherico, USA); un percusionista cubano sobrado de oficio (Arturo Stable); un bajista comedido (Oscar Stagnaro, Perú), y una sección de vientos/metal (Diego Urcola, Argentina) a la medida de lo que Paquito D'Rivera es capaz de proyectar con su sección de vientos/madera.
Son músicos de oficio y talento, adaptados a las maromas de ese director que se mueve de los clásicos (Beethoven) a los populares con gran facilidad; de Lecuona a Piazzola y del chachachá al latin jazz –pasando por la música paraguaya– sin que se noten las costuras, con mucha gracia, como decíamos arriba.
Cuando parecía que todo estaba dicho, aparecieron en escena cuatro invitados que se fueron sumando poco a poco. Esperábamos alguna sorpresa –el jazz sin improvisación no logra todo su encanto–, pero no a ese nivel de "descarga". Una jam session en el mejor estilo de los bares de copas. Paquito llegó a reunir diez músicos en escena.
Subió el gran violinista uruguayo Federico Britos Ruiz, que anteriormente nos había encantado con su breve aparición en el cuarto track ("Nieblas del Riachuelo") del disco Lágrimas Negras (2004) de Bebo Valdés y El Cigala. Con él, entre otros, el también ex Irakere Carlos Averhoff, con su saxo soprano.
Ya lo decíamos: Paquito se montó una fiesta con sus amigos y tuvo el detalle de compartirla con el público, que, faltaría más, coreó letras y bailó. Y si no hubo un segundo bis fue porque encendieron las luces de la sala.
Pena de no estar repleto el Auditorium. En Europa un espectáculo de ese nivel de soltura y técnica instrumental, se llena hasta la bandera. Pero Miami a veces se permite no tocar la luna. Las entradas no eran un escándalo que digamos: Había desde $25.
Los "teloneros" del concierto fueron unos jovencísimos –y algunos casi niños– músicos de una jazzband escolar, la WDNA-JECC Jazz Bootcamp Ensemble. Maravillosos también.