Para mayor desgracia, la mentalidad de las masas está todavía en la Edad Media y la ley primera de la conducta de los pobres es el clientelismo y la fidelidad tribal.
Por primera vez desde su fundación hace 66 años, el Pakistán cumplió una legislatura completa, es decir, por primera vez un gobierno elegido democráticamente estuvo en el cargo los 5 años para los que había sido elegido.
El Gabinete del Partido Popular Pakistaní, una organización conservadora presidida por Raja Pervez Ashraf, entregó el pasado sábado el poder a un Gobierno de transición que deberá convocar elecciones en un plazo de 90 días. Los comicios se celebrarán probablemente el próximo mes de mayo.
Es un fenómenos totalmente nuevo: Hasta ahora todos los Gobiernos pakistaníes habían sido derrocados por golpes de Estado o forzados a dimitir por escándalos de corrupción y abusos de poder de los ministros.
El que una nación de 180 millones de habitantes no haya logrado aún un nivel mínimamente aceptable de democracia se debe a muchas causas. La primera y más importante es la miseria: con más de la mitad de la población debajo del umbral de la pobreza, las masas no han podido alcanzar una formación y hábitos intelectuales en que puedan arraigar los valores democráticos.
Pero hay también otra razón, estrechamente emparentada con la primera, que es la pasión religiosa. La gran nación musulmana del subcontinente indio nació con dolor, pasión y sangre justamente por radicalismo religioso. Cuando Gran Bretaña renunció a su colonialismo, el tercio musulmán de la antigua colonia, se negó a tiros a formar parte de una gran nación india; exigieron – y obtuvieron – una gran nación musulmana en la India, aunque de menor envergadura que la República India.
Este nacimiento a la bayoneta fue un mal parto bajo todos los aspectos. En primer lugar fue ruinoso porque el país tuvo que asumir unos gastos militares desorbitados para sus recursos. Mantuvo guerras frustrantes con la unión India y quiso en vano mantener la unidad de las dos partes de la República. En vano, porque, religión aparte, la parte occidental del país no tenía cultural y étnicamente casi nada en común con la parte oriental, el actual Bangladesh.
Por último, este desorbitado protagonismo del estamento militar acabó por hacer de los militares los auténticos amos del país. Unas veces, asumiendo directamente el poder a raíz de pronunciamientos y las otras veces – menos la legislatura que acaba de concluir -, por un control indirecto.
Esa primacía del poder militar tenía causas endógenas como las que se acaban de exponer y otras internacionales, ya que el generalato pakistaní supo aprovechar magníficamente las tensiones de la guerra fría para recibir armas y dinero que le sirivieron para contrarrestar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX las veleidades rusófilas de la India del clan Nehru. Con la consecuencia de que los servicios secretos militares pakistníes constituyen un Estado dentro del Estado que mira mucho más por los intereses de ciertos generales que por el bienestar de la nación entera.
Para mayor desgracia, la mentalidad de las masas está todavía en la Edad Media y la ley primera de la conducta de los pobres es el clientelismo y la fidelidad tribal. No se votan programas ni ideologías, en cada distrito se elige a los candidatos propuestos por los ricos y del lugar. Y allá donde no hay un solo patrón, el poder imana de las “madrasas”,escuelas coránicas financiadas por los radicales wahabitas de Arabia Saudí, que llenan las cabezas de los niños con aforismos mahometanos - y los estómagos con una miaja de cereales.
Esta desolación social y cultural no ha impedido, empero, que poderosos en la endeble democracia pakistaní hayan corrientes populistas. Y así, al tiempo que se cumple por primera vez en el país un ciclo parlamentario, en la lucha electoral por el poder no entran en liza solamente los partidos tradicionales, sino que esta vez se presentan figuras exóticas y extrafalarias, como la ex estrella de cricket (deporte nacional en todo el subcontinente indio) Imran Khan, o el líder anti sistema Tahir-ul.Quadri. ¡Hasta el exiliado dictador militar Pervez Musharraf ha anunciado que regresará al Pakistán para presentar su candidatura!.
Es muy pronto para aventurar pronósticos electorales, pero las encuestas más recientes predicen una victoria del principal dirigente de la oposición, el también muy conservador Nawaz Sharif, seguido del Partido Popular.
A Musharraf no se le concede ninguna posibilidad tanto por los recuerdos que dejó su mandato de 1999 al 2008, cómo – y sobre todo – por el hecho de que los militares han perdido su confianza en él
El Gabinete del Partido Popular Pakistaní, una organización conservadora presidida por Raja Pervez Ashraf, entregó el pasado sábado el poder a un Gobierno de transición que deberá convocar elecciones en un plazo de 90 días. Los comicios se celebrarán probablemente el próximo mes de mayo.
Es un fenómenos totalmente nuevo: Hasta ahora todos los Gobiernos pakistaníes habían sido derrocados por golpes de Estado o forzados a dimitir por escándalos de corrupción y abusos de poder de los ministros.
El que una nación de 180 millones de habitantes no haya logrado aún un nivel mínimamente aceptable de democracia se debe a muchas causas. La primera y más importante es la miseria: con más de la mitad de la población debajo del umbral de la pobreza, las masas no han podido alcanzar una formación y hábitos intelectuales en que puedan arraigar los valores democráticos.
Pero hay también otra razón, estrechamente emparentada con la primera, que es la pasión religiosa. La gran nación musulmana del subcontinente indio nació con dolor, pasión y sangre justamente por radicalismo religioso. Cuando Gran Bretaña renunció a su colonialismo, el tercio musulmán de la antigua colonia, se negó a tiros a formar parte de una gran nación india; exigieron – y obtuvieron – una gran nación musulmana en la India, aunque de menor envergadura que la República India.
Este nacimiento a la bayoneta fue un mal parto bajo todos los aspectos. En primer lugar fue ruinoso porque el país tuvo que asumir unos gastos militares desorbitados para sus recursos. Mantuvo guerras frustrantes con la unión India y quiso en vano mantener la unidad de las dos partes de la República. En vano, porque, religión aparte, la parte occidental del país no tenía cultural y étnicamente casi nada en común con la parte oriental, el actual Bangladesh.
Por último, este desorbitado protagonismo del estamento militar acabó por hacer de los militares los auténticos amos del país. Unas veces, asumiendo directamente el poder a raíz de pronunciamientos y las otras veces – menos la legislatura que acaba de concluir -, por un control indirecto.
Esa primacía del poder militar tenía causas endógenas como las que se acaban de exponer y otras internacionales, ya que el generalato pakistaní supo aprovechar magníficamente las tensiones de la guerra fría para recibir armas y dinero que le sirivieron para contrarrestar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX las veleidades rusófilas de la India del clan Nehru. Con la consecuencia de que los servicios secretos militares pakistníes constituyen un Estado dentro del Estado que mira mucho más por los intereses de ciertos generales que por el bienestar de la nación entera.
Para mayor desgracia, la mentalidad de las masas está todavía en la Edad Media y la ley primera de la conducta de los pobres es el clientelismo y la fidelidad tribal. No se votan programas ni ideologías, en cada distrito se elige a los candidatos propuestos por los ricos y del lugar. Y allá donde no hay un solo patrón, el poder imana de las “madrasas”,escuelas coránicas financiadas por los radicales wahabitas de Arabia Saudí, que llenan las cabezas de los niños con aforismos mahometanos - y los estómagos con una miaja de cereales.
Esta desolación social y cultural no ha impedido, empero, que poderosos en la endeble democracia pakistaní hayan corrientes populistas. Y así, al tiempo que se cumple por primera vez en el país un ciclo parlamentario, en la lucha electoral por el poder no entran en liza solamente los partidos tradicionales, sino que esta vez se presentan figuras exóticas y extrafalarias, como la ex estrella de cricket (deporte nacional en todo el subcontinente indio) Imran Khan, o el líder anti sistema Tahir-ul.Quadri. ¡Hasta el exiliado dictador militar Pervez Musharraf ha anunciado que regresará al Pakistán para presentar su candidatura!.
Es muy pronto para aventurar pronósticos electorales, pero las encuestas más recientes predicen una victoria del principal dirigente de la oposición, el también muy conservador Nawaz Sharif, seguido del Partido Popular.
A Musharraf no se le concede ninguna posibilidad tanto por los recuerdos que dejó su mandato de 1999 al 2008, cómo – y sobre todo – por el hecho de que los militares han perdido su confianza en él