Este artículo de opinión lo publicamos por cortesía de su autor, Oleksandr Pronkevych, decano de la Facultad de Filología en la Universidad Petr Mogilo del Mar Negro, en la ciudad de Mykolaiv y presidente de la Asociación de Hispanistas de Ucrania. La columna del profesor Pronkevych fue publicada originalmente en el diario La Voz de Galicia.
A mí me gusta leer los Libros Sagrados no porque sea un hombre religioso, sino porque sus textos cuentan historias que hacen pensar a los lectores durante siglos: en su simbolismo, desde la perspectiva de la experiencia histórica, se refleja la realidad actual contradictoria que nos rodea. Una de estas historias es el mito bíblico sobre el combate de David y Goliat (1 Samuel 17:55), muy ampliamente representado en la cultura universal. No hay sentido para relatar la trama de este. Sin embargo, lo que ocurrió entre los personajes implicados me recuerda la situación que observamos ahora en el frente.
Alguien podría pensar que Goliat es Putin y se equivocará, porque Goliat es Rusia, el país con territorio grande, con recursos humanos y materiales inagotables y con una conciencia primitiva. Putin se siente Goliat en su imaginación y se comporta y habla como el filisteo de la Biblia. Este último se dirige a David con desprecio: «Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo». En la lengua de Putin, esta frase se traduce en: «Todavía no hemos empezado la guerra». Sin embargo, no es Goliat. Es el enano que ha tomado como rehén al imperio gigante y ha entrado con la torpeza del elefante en una cacharrería…
David es el símbolo del hombre que combate con el enemigo que le supera en masa -en el tamaño del cuerpo o, en nuestro caso, en la cantidad de las armas-. Para vencer la batalla, David aprovecha el intelecto, su maestría militar y el apoyo de Dios: «Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel», responde a las palabras insolentes del gigante grosero. Viene a ser Ucrania, o más exactamente, el Ejército ucraniano. Así es como el David de Miguel Ángel es llevado en esta guerra por Dios, por su pueblo, por su estoicismo y por la creatividad en el uso de la estrategia y la táctica en los campos de combates.
En el texto bíblico, David encuentra el punto débil de Goliat -es la frente del gigante contra el que David tira la piedra con su honda-. El gigante cayó a tierra y David con su espada «lo acabó de matar y le cortó con ella la cabeza».
Es imposible ganar la guerra con Rusia lanzando piedras a la frente de los soldados rusos. Es inútil porque sus calaveras están llenas de plomo, como escribía un poeta español sobre otros militares que aterrorizaban a la gente pacífica. La honda del David ucraniano es el lanzamisiles Himars y otros sistemas lanzacohetes occidentales que golpean los depósitos de municiones del ejército invasor.
El Goliat ruso perderá la guerra. La victoria será para el David ucraniano.