La batalla del futuro por una Cuba distinta, no voy a decir democrática porque eso está lejos, muy lejos, debe enfocarse en promover los Derechos Humanos y ayudar a la sociedad civil, con el fin de fomentar el concurso no sólo de la disidencia interna sino de una parte significativa de la población cubana. No hay otra.
Esa parece ser la hoja de ruta de la política exterior de Estados Unidos con relación a Cuba, estrategia acertada pero debilitada por el mensaje confuso de la iniciativa para reanudar relaciones diplomáticas con la isla. Pero no todo está perdido; aun cuando uno discrepe de las negociaciones entre Washington y La Habana, el proceso cubano ya tiene vida propia, va buscando acomodo a medida que se desprende del lastre que lo frena. Las figuras que se disputan su control se aproximan a un desenlace político y biológico conducente a la inexorable evolución del país, la cual dará paso a un período no por diferente menos complejo y borrascoso pero irreversible.
Como era de esperar, Raúl Castro aprovechó la Cumbre de la CELAC para inyectar una esperada contradicción a la tesis del acercamiento con Estados Unidos, desinflando las expectativas de cambio para ganar tiempo. Pero el tiempo se agota, ni toda la dialéctica del mundo será suficiente para salvar al régimen cubano de la enfermedad terminal que lo consume: No tiene futuro, la función de la revolución no es crear pluralismo político y prosperidad económica, sino destruir lo establecido.
Con sus remesas, la creciente emigración cubana ya está fraguando desde el exterior el futuro de Cuba, ha creado de facto en el exilio un Estado Libre Asociado con Estados Unidos al margen del régimen absolutista de La Habana, quebrado económica y moralmente. El efecto de este germen transformador no tiene fecha, el Muro de Berlín no cayó de la noche a la mañana ni Rusia es hoy una democracia plena pero sí un país distinto, como lo será Cuba en algún momento.