Porque conversar con la Seguridad del Estado significa otorgarle beligerancia a una institución represiva que no tiene ningún derecho legal, ni político, ni moral a intervenir en la toma de decisiones económicas o ideológicas del país...
Hace seis años publiqué un texto titulado “Descalificado para el diálogo”, donde narraba lo ocurrido en una estación de policía con unos agentes de la Seguridad del Estado. De entonces a la fecha no han vuelto a intentar conmigo una de esas conversaciones semiamistosas en las que “ellos” pretenden hacerme creer que están vivamente interesados en conocer mis inquietudes, diferencias o discrepancias con la política del Partido. Desde entonces tomé la decisión de nunca más conversar con ellos. ¿Por qué?
Porque conversar con la Seguridad del Estado significa otorgarle beligerancia a una institución represiva que no tiene ningún derecho legal, ni político, ni moral a intervenir en la toma de decisiones económicas o ideológicas del país. Porque el principal propósito de estas conversaciones es sacarnos información para afectar a otros opositores o activistas de la sociedad civil.
Porque esas son las ocasiones que ellos aprovechan además para sembrarnos la cizaña, hacernos creer que los otros están vendidos a una potencia extranjera o que colaboran con los órganos de la inteligencia; que son personas de baja catadura moral, carentes de ética y principios.
Porque tratan de manipularnos diciéndonos que somos salvables y no mercenarios como los demás y nos desinforman con falsas esperanzas, como si fueran ellos quienes estuvieran al mando de todos los destinos de la nación y tuvieran la potestad de ser el vehículo adecuado para canalizar críticas y quejas.
Porque en las condiciones en las que suelen producirse estas conversaciones llegamos al sitio diciendo nuestros nombres y mostrando el carné de identidad, mientras que ellos solo se presentan con seudónimos.
Porque no tenemos la oportunidad de dar por terminado el diálogo y son ellos quienes deciden hasta qué momento siguen escuchando; apenas si podemos gesticular o utilizar la terminología adecuada sin que lo dicho sea tomado como una falta de respeto o un desacato a las autoridades.
Porque no nos está permitido grabar lo que ellos dicen, ni invitar a un testigo, mientras que, por su parte, pueden filmar, editar la conversación, tirarnos el brazo por encima o ponernos un bolígrafo en el bolsillo para hacer creer que somos sus colaboradores.
Porque no debemos dejarlos que nos convenzan de que lo saben todo: nuestras preferencias sexuales, la ruta que usan nuestros hijos para ir a la escuela, las íntimas debilidades de nuestros amigos, el dinero que manejamos, las personas que recibimos…
Porque nada de lo que ellos afirman, ni las amenazas que hacen o las prohibiciones que establecen, las entregan por escrito, con membrete, cuño, nombre, grado, cargo, firma, ni apelando a incisos y artículos de leyes establecidas, como deben expresase las instituciones oficiales, sino que todo queda en el plano de lo que dicen estos anónimos sujetos “a título personal” quizás porque se creen más hombres (o más mujeres) que cualquiera de nosotros.
No hablo más con ellos, porque soy un hombre libre y no tengo que rendirle cuentas a nadie de a dónde voy, con quién me reúno o qué proyectos tengo.
Publicado originalmente en el blog Desde Aquí del periodista Reinaldo Escobar.
Porque conversar con la Seguridad del Estado significa otorgarle beligerancia a una institución represiva que no tiene ningún derecho legal, ni político, ni moral a intervenir en la toma de decisiones económicas o ideológicas del país. Porque el principal propósito de estas conversaciones es sacarnos información para afectar a otros opositores o activistas de la sociedad civil.
Porque esas son las ocasiones que ellos aprovechan además para sembrarnos la cizaña, hacernos creer que los otros están vendidos a una potencia extranjera o que colaboran con los órganos de la inteligencia; que son personas de baja catadura moral, carentes de ética y principios.
Porque tratan de manipularnos diciéndonos que somos salvables y no mercenarios como los demás y nos desinforman con falsas esperanzas, como si fueran ellos quienes estuvieran al mando de todos los destinos de la nación y tuvieran la potestad de ser el vehículo adecuado para canalizar críticas y quejas.
Porque en las condiciones en las que suelen producirse estas conversaciones llegamos al sitio diciendo nuestros nombres y mostrando el carné de identidad, mientras que ellos solo se presentan con seudónimos.
Porque no tenemos la oportunidad de dar por terminado el diálogo y son ellos quienes deciden hasta qué momento siguen escuchando; apenas si podemos gesticular o utilizar la terminología adecuada sin que lo dicho sea tomado como una falta de respeto o un desacato a las autoridades.
Porque no nos está permitido grabar lo que ellos dicen, ni invitar a un testigo, mientras que, por su parte, pueden filmar, editar la conversación, tirarnos el brazo por encima o ponernos un bolígrafo en el bolsillo para hacer creer que somos sus colaboradores.
Porque no debemos dejarlos que nos convenzan de que lo saben todo: nuestras preferencias sexuales, la ruta que usan nuestros hijos para ir a la escuela, las íntimas debilidades de nuestros amigos, el dinero que manejamos, las personas que recibimos…
Porque nada de lo que ellos afirman, ni las amenazas que hacen o las prohibiciones que establecen, las entregan por escrito, con membrete, cuño, nombre, grado, cargo, firma, ni apelando a incisos y artículos de leyes establecidas, como deben expresase las instituciones oficiales, sino que todo queda en el plano de lo que dicen estos anónimos sujetos “a título personal” quizás porque se creen más hombres (o más mujeres) que cualquiera de nosotros.
No hablo más con ellos, porque soy un hombre libre y no tengo que rendirle cuentas a nadie de a dónde voy, con quién me reúno o qué proyectos tengo.
Publicado originalmente en el blog Desde Aquí del periodista Reinaldo Escobar.