El acuerdo ruso-estadounidense sobre la destrucción de las armas químicas del Gobierno sirio ratifica una evidencia y plantea varias cuestiones.
Lo primero es una obviedad : que militarmente, el conflicto no se puede resolver por nadie a ningún precio mínimamente aceptable. Una intervención armada limitada mataría gente, pero no cambiaría nada; y una invasión en toda regla sería ruinosa y costaría muchísimas vidas humanas. De ahí que EEUU y Rusia hayan acordado dejarlo tal como ésta, pero empaquetando ese no hacer nada en tratados y párrafos a montón, que salvan la cara ante la opinión pública.
En cuanto a las preguntas que genera el encuentro-desencuentro de norteamericanos y rusos, la primera que surge es la de ¿Cuál es la auténtica correlación de fuerzas en el mundo del siglo XXI?. Desde un punto de vista meramente militar, la superioridad estadounidense es absolutamente indiscutible. Pero, por un lado potencias menores que EEUU disponen también de arsenales de aterrador poder destructivo, lo que descarta la tentación de toda confrontación directa; una guerra ahora sería un morir matando para todos.
Por otra parte, como decía ya Napoleón, “las guerras se ganan con tres cosas : dinero, dinero y dinero”. Y el mundo no ha salido aún de la crisis económica global, de forma que si a todos les sobran armas devastadoras – a EEUU, más que a los otros -, en cambio, dinero para hacer una guerra les falta a todos. La crisis económica mundial debería ser catastrófica para que una gran guerra resultase más apetecible que la debacle financiera.
Por otro lado, las realidades de Washington, donde la política exterior se ve influída por los politiqueos domésticos, han distanciado hoy en día a EEUU de sus principales aliados. El que un socio histórico tan leal como Gran Bretaña rechazase la idea de una operación militar de castigo contra Damasco es realmente alarmante.
Y el presidente Obama no sólo se percató de ello, sino que reaccionó oportunamente. Abandonó la senda justiciera que le exigían importantes grupos de presión nacionales para volver al tradicional sentido práctico anglosajón. Rebajó el rasero de sus exigencias, admitió a Rusia de interlocutor sobre el problema sirio y dejó flotando en el aire la espada de Damocles de unas represalias militares ¡a partir de junio del 2014!, si para esta fecha tope, Damasco no cumple con el desarme de su arsenal químico. Así no sólo ha salvado la cara, sino que en un año pueden pasar tantísimas cosas que hablar de lo que sucederá para entonces resulta absurdo
Ese retorno al mundo de las realidades ha determinado también que el presidente estadounidense orillase tácitamente la cuestión del liderazgo internacional. Ha visto que en un caso discutible – como los castigos militares a Damasco – le faltaban seguidores y se ha ahorrado eventuales disgustos mayores y gestiones inútiles al no plantear la pregunta del por qué. Por último, la flexibilidad diplomática del Presidente Obama encierra un punto esencial de realismo. La guerra civil siria y los crímenes contra la humanidad del presidente sirio, Assad (pero no sólo de él en esa guerra) no es más que una ubicación marginal del gran problema que enfrentan en el Medio Oriente los EEUU y en buena medida, todo el mundo democrático: la confrontación ideológica con el Irán de los ayatolá.
Pero, puesto que este problema no es agudo (porque poco a poco Teherán también se va orientando hacia el pragmatismo), la Casa Blanca ha evitado cuidadosamente meterse en este otro berenjenal, mucho más peliagudo que el sirio.
En cuanto a las preguntas que genera el encuentro-desencuentro de norteamericanos y rusos, la primera que surge es la de ¿Cuál es la auténtica correlación de fuerzas en el mundo del siglo XXI?. Desde un punto de vista meramente militar, la superioridad estadounidense es absolutamente indiscutible. Pero, por un lado potencias menores que EEUU disponen también de arsenales de aterrador poder destructivo, lo que descarta la tentación de toda confrontación directa; una guerra ahora sería un morir matando para todos.
Por otra parte, como decía ya Napoleón, “las guerras se ganan con tres cosas : dinero, dinero y dinero”. Y el mundo no ha salido aún de la crisis económica global, de forma que si a todos les sobran armas devastadoras – a EEUU, más que a los otros -, en cambio, dinero para hacer una guerra les falta a todos. La crisis económica mundial debería ser catastrófica para que una gran guerra resultase más apetecible que la debacle financiera.
Por otro lado, las realidades de Washington, donde la política exterior se ve influída por los politiqueos domésticos, han distanciado hoy en día a EEUU de sus principales aliados. El que un socio histórico tan leal como Gran Bretaña rechazase la idea de una operación militar de castigo contra Damasco es realmente alarmante.
Y el presidente Obama no sólo se percató de ello, sino que reaccionó oportunamente. Abandonó la senda justiciera que le exigían importantes grupos de presión nacionales para volver al tradicional sentido práctico anglosajón. Rebajó el rasero de sus exigencias, admitió a Rusia de interlocutor sobre el problema sirio y dejó flotando en el aire la espada de Damocles de unas represalias militares ¡a partir de junio del 2014!, si para esta fecha tope, Damasco no cumple con el desarme de su arsenal químico. Así no sólo ha salvado la cara, sino que en un año pueden pasar tantísimas cosas que hablar de lo que sucederá para entonces resulta absurdo
Ese retorno al mundo de las realidades ha determinado también que el presidente estadounidense orillase tácitamente la cuestión del liderazgo internacional. Ha visto que en un caso discutible – como los castigos militares a Damasco – le faltaban seguidores y se ha ahorrado eventuales disgustos mayores y gestiones inútiles al no plantear la pregunta del por qué. Por último, la flexibilidad diplomática del Presidente Obama encierra un punto esencial de realismo. La guerra civil siria y los crímenes contra la humanidad del presidente sirio, Assad (pero no sólo de él en esa guerra) no es más que una ubicación marginal del gran problema que enfrentan en el Medio Oriente los EEUU y en buena medida, todo el mundo democrático: la confrontación ideológica con el Irán de los ayatolá.
Pero, puesto que este problema no es agudo (porque poco a poco Teherán también se va orientando hacia el pragmatismo), la Casa Blanca ha evitado cuidadosamente meterse en este otro berenjenal, mucho más peliagudo que el sirio.