Justo cuando el Air Force One despegaba a la dos de la tarde de la base militar Andrews rumbo a La Habana, cuarenta y seis Damas de Blanco desfilaban por el paseo central de Quinta Avenida, con gardenias, carteles en contra de la autocracia y fotos de presos políticos.
Desde hace once meses, cada domingo estas mujeres participan en una marcha que siempre termina en golpizas, detenciones e intercambios de insultos entre seguidores de Castro y opositores.
Casi treinta periodistas extranjeros, acreditados para cubrir la visita de Obama, se llegaron a la iglesia de Santa Rita a observar cuál sería la estrategia del régimen verde olivo hacia las perseverantes Damas de Blanco.
Pero hagamos una retrospectiva. Pasadas las doce del día del sábado 19, Yamilé Garro, integrante del grupo que lidera Berta Soler, preparaba en la cocina donde radica la sede en el barrio de Lawton, a media hora en auto del centro de La Habana, dos ollas de arroz blanco, perros calientes y pelaba algunas viandas para el almuerzo.
En la sala, desperdigadas en tres butacones, varias mujeres veían la tele. En el portal otras jugaban dominó o simplemente charlaban. No se notaba la tensión en el grupo. O al menos la disimulaban.
Al caer la noche, Victoria Macchi una periodista argentina que trabaja para la VOA, y yo, decidimos quedarnos a pasar la noche con las mujeres en su reducto al sur de La Habana.
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Ángel Moya, esposo de Berta Soler, desde hace veinte años es opositor al régimen de Castro. Oriundo de Jovellanos, un municipio de la provincia Matanzas al este de La Habana, ha visitado calabozos más veces de las que quisiera.
Cuando junto a otros setenta y cuatro disidentes y periodistas libres fue sentenciado a muchos años de cárcel en la primavera de 2003 por el autócrata Fidel Castro, su condena allanó el camino para que mujeres que eran ama de casas, profesionales u obreras crearan las Damas de Blanco.
Más allá de las diferencias de criterios, ese grupo simboliza la resistencia en una sociedad negada a respetar las libertades políticas y que confunde democracia con lealtad personal.
La organización original se ha escindido y varios roces o desplantes dolorosos han intentado cercenar probablemente la única bandera en pie de la actual disidencia cubana.
La mayoría de estas mujeres no son intelectuales y no se sienten cómodas delante de un micrófono. Pero cuando hablan de sus vidas cotidianas o abusos que sufren por parte de la policía política, es difícil ser indiferente.
Muchas viven en deplorables viviendas de concreto con techos de tejas o en cuarterías inmundas. Quizás les cueste encontrar la palabra exacta para definir lo que acontece en su patria. Pero si hablamos de valor, no hay quien les gane.
Margarita Barbera, con 71 años, es la más vieja. “Y se está quitando como ocho años”, chismorrea en voz baja una morena gruesa de risa fácil. La más joven tiene 17 años y se llama Roxana Moreno.
La marcha del domingo 20 de marzo será su primera. Por la mañana aparecen otros cuatros reporteros extranjeros en la sede. Juntos partimos rumbo a la iglesia de Santa Rita.
Como caído de cielo, aparece un ómnibus de la ruta P-3 completamente vacío. “La Seguridad lo tiene preparado para nosotros. Aunque a veces nos llevan directo para el calabozo”, expresa Moya.
En Miramar, otro ómnibus ‘fantasma’ de la ruta P-1 aparca sin pasajeros. Berta Soler está algo sorprendida. “¿No irán a reprimir este domingo por la llegada de Obama?”, se pregunta, para responderse de inmediato.
“Lo dudo, ellos no van a ir en contra de su naturaleza”, dice. Ya en el parque Mahatma Gandhi, en Quinta Avenida y calle 22, se arma una gresca en plena calle.
Tres represores de los servicios especiales golpean furiosamente al periodista independiente Lázaro Yuri Valle Roca. Lo cargan entre dos y lo introducen en un Lada de color blanco y con chapa particular.
Los reporteros extranjeros corren con sus cámaras para filmar la escena. Luego de terminar la misa, el grupo desfila por el paseo central de Quinta Avenida, única plaza en Cuba donde el gobierno permite disentir, y al bajar por la calle 22 rumbo a Tercera, se desata la violencia.
Alrededor de 250 personas, entre trabajadores de la zona y paramilitares, asesorados por oficiales de la Seguridad del Estado, golpean con impunidad y despliegan un lamentable linchamiento verbal.
Son los famosos actos de repudio. Un triste logro de la revolución de Fidel Castro. Una manera, aparentemente popular, de tachar la voluntad del otro. De anularlo. De intimidarlo.
Cuando el populacho se cansa de zarandear y ofender gritando “mercenarios”, la policía simula intervenir para impedir que continúe el festín de violencia.
Un señor canoso, fornido, que dice llamarse Rómulo, intentan convencer a dos periodistas extranjeros de que “estos opositores inventados por E.E.U.U son delincuentes y mercenarios”.
¿Y por eso no pueden reivindicar derechos políticos?, le pregunto. “Desde que triunfó la revolución los cubanos tenemos todos los derechos políticos que necesitamos”, responde.
¿Y por qué los detienen y golpean?, indago. “Bueno, dice dubitativo, porque violan las leyes con sus escándalos públicos”. ¿Y por qué no detienen al otro bando que también grita y arma escándalo?, curioseo.
A falta de argumentos me mira como a un bicho raro, y me dice “de qué bando tú estás”, y se marcha. Un ex funcionario del MININT, al menos así se presenta, señala que por culpa de “estos energúmenos, el Estado gasta cada domingo como cien mil pesos en combustible, corte de vías, movilizaciones de trabajadores y desvío de ómnibus del transporte público.
¿No fuera más simple, si a esta gente no la sigue nadie, según el gobierno, dejarle armar su guateque? El hombre da la callada por respuesta.
En cuatro ómnibus, dos ambulancias y numerosos patrulleros son trasladados a los calabozos cuarenta y seis Damas de Blancos y trece hombres.
Cuando el Air Force One aterrizó en La Habana, probablemente los asesores de Obama le hayan mencionado el incidente. Se abren varias interrogantes.
¿Emplazará el presidente de Estados Unidos a Raúl Castro por las reiteradas violaciones de derechos humanos? Probablemente lo haga, pero sin entrar en detalles.
Ya lo decía Obama, que esta versión para llegar a la democracia puede ser un camino largo. Las Damas de Blanco lo saben mejor que nadie.