Se dirá que siempre hubo violencia. Es cierto. Pero antes estaba focalizada en determinados sectores políticos, en el gangsterismo y en los espacios marginales...
La violencia, directa o indirectamente, forma parte hoy de la vida de los cubanos. La practican niños, jóvenes, adultos y hasta ancianos, tanto de uno como de otro sexo. La violencia hace acto de presencia en hogares, escuelas, institutos y universidades, en centros de trabajo y de recreación, comercios y hasta en el deporte, y se refleja con crudeza en la literatura, el teatro, la música, la plástica y el cine.
Se dirá que siempre hubo violencia. Es cierto. Pero antes estaba focalizada en determinados sectores políticos, en el gangsterismo y en los espacios marginales. La sociedad cubana, como tal, no era violenta.
Hoy hablamos de una sociedad violenta.
Causas puede haber muchas, pero sin lugar a dudas, entre las principales se encuentra la situación de pobreza que afecta a la mayor parte de la población, obligándola a tener que luchar por la subsistencia sin esperanzas de progreso. También el deterioro y la pérdida de la disciplina social y del respeto mutuo, la falta de moral ciudadana (la doble moral es simplemente ausencia de ella), la carencia de libertades básicas y la corrupción.
Todo lo anterior conforma un caldo de cultivo propicio para el "sálvese quien pueda", del que pocas personas logran escapar.
A lo anterior debe agregarse que, desde sus inicios, el castrismo ha utilizado la violencia como arma ideológica y política contra sus opositores. Ya en el temprano 1959 grupos de jóvenes de la entonces Juventud Socialista y del 26 de Julio, se organizaron para enfrentar y disolver, de manera violenta, las pacíficas manifestaciones políticas y religiosas. Esta vergonzosa tarea pasó después a manos de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) y, posteriormente, de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Las actuales Brigadas de Respuesta Rápida y los "mítines de repudio" contra quienes piensan diferente de la línea gubernamental, constituyen su prolongación más sofisticada, ahora bajo la dirección y el control de los órganos represivos.
La violencia actual, verbal y física, presente las 24 horas del día, aunque nadie la desee, tarde o temprano involucra a todos: en un ómnibus del precario transporte urbano, en un comercio en moneda nacional o convertible, caminando por una acera rota o en un estadio de béisbol. Bochornoso resulta el ya habitual espectáculo de los peloteros de diferentes equipos, ofendiéndose o agrediéndose físicamente ante una jugada controversial. Producto de la tensión en que se vive, el control se pierde con suma facilidad y, de las ofensas iniciales, se pasa al empleo de las palabras groseras y, de ahí, a la agresión. El esquema se repite demasiado ante la indolencia de las autoridades y de la población.
Ante estas situaciones, los representantes del orden público generalmente no están presentes o procuran no estarlo, apareciendo solo al final, más preocupados por el control político de los ciudadanos que por prevenir la violencia y los actos delictivos. Al menos, esta es la opinión de la mayoría de los cubanos de a pie, pues ya en cualquier calle y cualquier barrio se comercializan drogas, se practica la prostitución, se juega a la "charada" y a la "bolita", se apuesta en todos los eventos deportivos, principalmente en el béisbol y el boxeo, se celebran peleas de perros y se ejecutan decenas de actividades ilegales ante la inercia o la tolerancia cómplice de las autoridades.
Los últimos llamados a restablecer el orden social, a rescatar valores perdidos y a desterrar las groserías y la violencia, para que sean efectivos deben ir acompañados de hechos que involucren a toda la sociedad, sin distingos ideológicos, políticos, religiosos o sexuales. Nadie pide más represión, máxime conociendo que, por lo regular, nuestras autoridades tienden a extralimitarse. Lo que desea y exige la ciudadanía es que cada quien asuma sus responsabilidades y las cumpla, y que se acaben de introducir sin más dilaciones los cambios económicos, políticos y sociales necesarios para salir de la crisis nacional, permitiendo a los cubanos desarrollar sus iniciativas para lograr una vida mejor, dejando atrás las tensiones, presiones, absurdos y frustraciones que engendran la violencia.
Artículo publicado el 16 de abril en Diario de Cuba
Se dirá que siempre hubo violencia. Es cierto. Pero antes estaba focalizada en determinados sectores políticos, en el gangsterismo y en los espacios marginales. La sociedad cubana, como tal, no era violenta.
Hoy hablamos de una sociedad violenta.
Causas puede haber muchas, pero sin lugar a dudas, entre las principales se encuentra la situación de pobreza que afecta a la mayor parte de la población, obligándola a tener que luchar por la subsistencia sin esperanzas de progreso. También el deterioro y la pérdida de la disciplina social y del respeto mutuo, la falta de moral ciudadana (la doble moral es simplemente ausencia de ella), la carencia de libertades básicas y la corrupción.
Todo lo anterior conforma un caldo de cultivo propicio para el "sálvese quien pueda", del que pocas personas logran escapar.
A lo anterior debe agregarse que, desde sus inicios, el castrismo ha utilizado la violencia como arma ideológica y política contra sus opositores. Ya en el temprano 1959 grupos de jóvenes de la entonces Juventud Socialista y del 26 de Julio, se organizaron para enfrentar y disolver, de manera violenta, las pacíficas manifestaciones políticas y religiosas. Esta vergonzosa tarea pasó después a manos de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) y, posteriormente, de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Las actuales Brigadas de Respuesta Rápida y los "mítines de repudio" contra quienes piensan diferente de la línea gubernamental, constituyen su prolongación más sofisticada, ahora bajo la dirección y el control de los órganos represivos.
La violencia actual, verbal y física, presente las 24 horas del día, aunque nadie la desee, tarde o temprano involucra a todos: en un ómnibus del precario transporte urbano, en un comercio en moneda nacional o convertible, caminando por una acera rota o en un estadio de béisbol. Bochornoso resulta el ya habitual espectáculo de los peloteros de diferentes equipos, ofendiéndose o agrediéndose físicamente ante una jugada controversial. Producto de la tensión en que se vive, el control se pierde con suma facilidad y, de las ofensas iniciales, se pasa al empleo de las palabras groseras y, de ahí, a la agresión. El esquema se repite demasiado ante la indolencia de las autoridades y de la población.
Ante estas situaciones, los representantes del orden público generalmente no están presentes o procuran no estarlo, apareciendo solo al final, más preocupados por el control político de los ciudadanos que por prevenir la violencia y los actos delictivos. Al menos, esta es la opinión de la mayoría de los cubanos de a pie, pues ya en cualquier calle y cualquier barrio se comercializan drogas, se practica la prostitución, se juega a la "charada" y a la "bolita", se apuesta en todos los eventos deportivos, principalmente en el béisbol y el boxeo, se celebran peleas de perros y se ejecutan decenas de actividades ilegales ante la inercia o la tolerancia cómplice de las autoridades.
Los últimos llamados a restablecer el orden social, a rescatar valores perdidos y a desterrar las groserías y la violencia, para que sean efectivos deben ir acompañados de hechos que involucren a toda la sociedad, sin distingos ideológicos, políticos, religiosos o sexuales. Nadie pide más represión, máxime conociendo que, por lo regular, nuestras autoridades tienden a extralimitarse. Lo que desea y exige la ciudadanía es que cada quien asuma sus responsabilidades y las cumpla, y que se acaben de introducir sin más dilaciones los cambios económicos, políticos y sociales necesarios para salir de la crisis nacional, permitiendo a los cubanos desarrollar sus iniciativas para lograr una vida mejor, dejando atrás las tensiones, presiones, absurdos y frustraciones que engendran la violencia.
Artículo publicado el 16 de abril en Diario de Cuba