Las firmas más caras de Cuba están al borde del abismo. Mango, Gas, Zara, Paul & Shark, Adidas, Lacoste, Desigual y alguna que otra más, le sirven al gobierno cubano como tarjeta de presentación ante la ingenua mirada de empresarios extranjeros del gremio textil de alta gama que se deja seducir. Las tiendas farolean de rentables, pero todo es apariencia, no son más que castillos de naipes, frágiles y sin sostén.
Tales concesiones han sido otorgadas como utilidad, a través de amistades con alguna vinculación o afinidad política, y con personas que, directa o indirectamente, poseen autoridad, poder de decisión, e influencias.
El más reciente de estos ejemplos es la nueva comidilla habanera, Patricia Nuñez, presentadora del canal educativo, y actual novia de Antonio Castro Soto del Valle, recién se estrena como manager de la nueva tienda de la marca “Desigual” en Centro Comercial del Hotel Comodoro de Miramar.
La moda es el nuevo frenesí de la élite cubana. Pero ni la cercanía con los monarcas cubanos, le sirve a estas compañías del buen vestir para mejorar sus finanzas. Sí, está claro, existir en Cuba además de ser un referente con señalización es un plus que ayuda; aunque resulta algo costoso. Económicamente hablando, la aventura de estar en la isla sólo les reporta constantes y enormes pérdidas.
Los impagos del gobierno se acumulan en los archivos de estas firmas comerciales; pero no es la primera razón por la que sufren sus tiendas. Son los trabajadores quienes, acostumbrados a un modus vivendi, con cierta carga delictiva como forma de trabajo (o mejor dicho, de receptación) ganan dinero seguro y desgravado, en un golpe mortal a sus propios empleadores.
Por regla general, lo que se vende en las tiendas, son piezas falsas importadas por mercaderes que violan el sistema nacional de aduana, y artículos confeccionados por costureras que, de manera clandestina, con licencia de cuentapropistas o no, les pegan etiquetas hechas por artesanos locales. Blusas, faldas, camisas, leggins, pantalones. Todo lo que se puede comprar a un precio que flúctua entre 5 y 7 CUC, se vende como “original” centuplicándole el precio. Y así, no ganan las tiendas, ganan las tenderas.
Es por eso que a la clase pudiente cubana no le seduce comprar, ni le interesa, en el Mall del Hotel Comodoro; sino en 5ta Avenida de New York, la Bond Street de Londres, Rodeo Drive de Beverly Hills, Tverskaya de Rusia, Bahnhofstrasse de Suiza, Wangfujing de China, Avenue Montaigne de París, Via Monte Napoleone de Milán, P.C Hooftstraat de Amsterdam y calle Serrano en Madrid. ¿Por qué? Porque también para aquellos que tanto se llenan la boca “hablando de sacrificio y revolución”, la experiencia de comprar supera por mucho las expectativas mundanas que siente el terrícola medio (dentro o fuera de Cuba) en su paseo de tiendas.