"Que el MININT sea el encargado de aprobar o no la realización de un filme, y que además se inmiscuya en la elección del elenco y el equipo técnico, va más allá del insulto".
Los comisarios del Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC) quieren acabar con las producciones independientes.
Según notas publicadas en varios sitios digitales, los guiones que no sean políticamente correctos están condenados a envejecer en alguna gaveta o terminar en el basurero.
La prohibición ha caído como un cubo de agua fría para los cineastas que habían conquistado un espacio a fuerza de tesón y audacia, sin dejar de mencionar la otrora influencia de los sectores más liberales dentro del gremio.
Con esta medida es suficiente para convencerse de los límites de las llamadas actualizaciones del socialismo. Más allá del ámbito económico son escasas las esperanzas de una descentralización que determine mayores márgenes de tolerancia y pluralidad.
La gerontocracia seguirá fiel a sus intereses que nada tienen en común con un programa reformista que deje a un lado las pausas y las selectividades.
Si los afectados no logran combinar una red de solidaridad lo suficientemente sólida con una sostenida campaña en el ciberespacio donde se abogue por la derogación del decreto, es imposible pensar en resultados alentadores.
¿Se retractarían los censores con una lluvia de críticas y denuncias colgadas en centenares de blogs y páginas web?
Algo así pudiera generar cierta presión para matizar los términos de la normativa, pero no para suprimirla del todo.
El control tanto de las instituciones como de la sociedad en su conjunto es una posición que la élite de poder continuará defendiendo a cualquier precio.
Así que el portazo a los cultores del séptimo arte, es parte de una estrategia que no por obvia resulta menos chocante.
En este tipo de controversia, hay que pensar en los personajes que salen a defender lo indefendible.
Armados de las más inverosímiles justificaciones obran como legitimadores del estatus quo. Los abyectos nunca faltan en tales circunstancias.
Aliarse a las causas más innobles es su coartada para escalar posiciones y ganarse la simpatía de los dueños del monopolio cinematográfico insular.
La lectura de este episodio desborda el marco interpretativo para dar fe de la vigencia del fundamentalismo en la proyección de la nomenclatura.
Que el Ministerio del Interior (MININT) sea el encargado de aprobar o no la realización de un filme y que además se inmiscuya en la elección del elenco y el equipo técnico, va más allá del insulto.
A raíz de la entrada en vigor de la medida, un productor independiente llamado Ricardo Figueredo Oliva, mostró su desacuerdo en Facebook.
Ojalá que cuente con un buen apoyo de parte de sus colegas. Hay que esperar para ver si se trata de una simple catarsis o del inicio de un movimiento a favor de la plena libertad creativa en el cine.
Esto último entraña sus peligros. ¿Cuántos de los afectados estarían dispuestos a mantener el rechazo al humillante condicionamiento?
Enfrentarse a los gorilas del MININT no es coser y cantar.
(Publicado originalmente en Primavera Digital el 04/10/2014)
Según notas publicadas en varios sitios digitales, los guiones que no sean políticamente correctos están condenados a envejecer en alguna gaveta o terminar en el basurero.
La prohibición ha caído como un cubo de agua fría para los cineastas que habían conquistado un espacio a fuerza de tesón y audacia, sin dejar de mencionar la otrora influencia de los sectores más liberales dentro del gremio.
Con esta medida es suficiente para convencerse de los límites de las llamadas actualizaciones del socialismo. Más allá del ámbito económico son escasas las esperanzas de una descentralización que determine mayores márgenes de tolerancia y pluralidad.
La gerontocracia seguirá fiel a sus intereses que nada tienen en común con un programa reformista que deje a un lado las pausas y las selectividades.
Si los afectados no logran combinar una red de solidaridad lo suficientemente sólida con una sostenida campaña en el ciberespacio donde se abogue por la derogación del decreto, es imposible pensar en resultados alentadores.
¿Se retractarían los censores con una lluvia de críticas y denuncias colgadas en centenares de blogs y páginas web?
Algo así pudiera generar cierta presión para matizar los términos de la normativa, pero no para suprimirla del todo.
El control tanto de las instituciones como de la sociedad en su conjunto es una posición que la élite de poder continuará defendiendo a cualquier precio.
Así que el portazo a los cultores del séptimo arte, es parte de una estrategia que no por obvia resulta menos chocante.
En este tipo de controversia, hay que pensar en los personajes que salen a defender lo indefendible.
Armados de las más inverosímiles justificaciones obran como legitimadores del estatus quo. Los abyectos nunca faltan en tales circunstancias.
Aliarse a las causas más innobles es su coartada para escalar posiciones y ganarse la simpatía de los dueños del monopolio cinematográfico insular.
La lectura de este episodio desborda el marco interpretativo para dar fe de la vigencia del fundamentalismo en la proyección de la nomenclatura.
Que el Ministerio del Interior (MININT) sea el encargado de aprobar o no la realización de un filme y que además se inmiscuya en la elección del elenco y el equipo técnico, va más allá del insulto.
A raíz de la entrada en vigor de la medida, un productor independiente llamado Ricardo Figueredo Oliva, mostró su desacuerdo en Facebook.
Ojalá que cuente con un buen apoyo de parte de sus colegas. Hay que esperar para ver si se trata de una simple catarsis o del inicio de un movimiento a favor de la plena libertad creativa en el cine.
Esto último entraña sus peligros. ¿Cuántos de los afectados estarían dispuestos a mantener el rechazo al humillante condicionamiento?
Enfrentarse a los gorilas del MININT no es coser y cantar.
(Publicado originalmente en Primavera Digital el 04/10/2014)