Una oportunidad de oro la tiene este mes la oposición para reclamar su espacio en el escenario político cubano como tiene pensado hacerlo con un foro alternativo.
Después de tres años de haberse producido los levantamientos populares en Egipto y Túnez se han hecho pasos en estos últimos días para la aprobación de nuevas constituciones para estos dos países. Ambos han trabajado en nuevos textos normativos aunque los resultados y los contextos en los dos casos son distintos y en ninguno al gusto de todo el mundo.
Mientras algunos analistas señalan que Egipto se debate entre la dictadura militar y la religiosa, la prensa en Europa ha publicado otros comentarios elogiosos hacia la nueva Constitución de Túnez, considerada como la primera de corte democrático en el marco del mundo árabe. Ambos ejemplos, tanto por sus componentes positivos como también por los negativos, son un ejemplo para otros países en otras latitudes como podría ser el caso de Cuba, país del que se espera que en un futuro se suba, sin más demoras, a ese tren de lo que se considera como “democracias emergentes”.
La aprobación de un mero texto puede que, en el terreno práctico, no vaya a significar mucho, pues no sería el primer caso en que una constitución se queda en papel mojado, pero estos momentos iniciales son los que sirven para insuflar al proceso de transición con un nuevo ánimo y esperanzas a una ciudadanía que confía en las nuevas oportunidades de una situación nueva, alejado el pasado del domino autocrático.
El ejemplo de Túnez, y lamentablemente no tanto el de Egipto, sirve también para mostrar que cambiar el rumbo de un país es una empresa factible, mediante el diálogo y la concertación de los diversos intereses que coinciden en un mismo lugar, los cuales deben encontrar ese encaje y el engranaje necesario para llegar a una coexistencia pacífica y dejar que los mecanismos de la democracia pongan cada cosa en su merecido sitio.
Sea dicho de paso, aunque la situación en estos países esté lejos de ser “feliz”, al menos es un paso adelante hacia contextos distintos y en los que, en principio, no va a prevalecer la autoridad de un solo caudillo por encima de la voluntad de todos los demás. Los pasos hacia la democratización deben incluir la habilitación de zonas para la oposición política, para disentir en los medios de comunicación o incluso para cear los propios en contra del gobierno. Porque lo que está claro es que en cualquier democracia se tiene que poder estar en contra del gobierno y que la oposición pueda un día dejar de serlo para convertirse en quien dirija los asuntos del país. Y no como en Cuba, donde la cohesión social se sustituye por el cerrar filas en torno a un partido que, en esa teoría que nunca se cumple, presume de ser el partido de todos sin en realidad serlo.
Una oportunidad de oro la tiene este mes la oposición para reclamar su espacio en el escenario político cubano como tiene pensado hacerlo con un foro alternativo durante los mismos días en que la Isla va a recibir a los mandatarios que participarán en la CELAC. La cumbre de la CELAC que se va a celebrar en La Habana debería ser una oportunidad no solo para la oposición en la Isla, también es un momento importante para que los líderes latinoamericanos definan qué concepto de democracia quieren para la región y si realmente piensan que el país anfitrión es un modelo de algo en este sentido. Será interesant ver qué comportamiento van a tener las autoridades durante el evento y de qué manera los órganos represivos van a lidiar con posibles protestas que se organicen para dar visibilidad a las legítimas demandas de democracia que sostienen los opositores cubanos.
Finalmente, será más interesante todavía conocer las opiniones de los líderes que se van a reunir en La Habana ante cualquier episodio de represión que se vay a desarrollar durante esos días. A pesar de lo malo que es que la CELAC esté presidida por un gobierno dictatorial, en este caso quizás se le podrá dar la vuelta y sacar algo de positivo. Algo que signifique un paso adelante en ese escenario futuro en el que las diferentes fuerzas políticas puedan consensuar un cambio real en el país, como lo han hecho en Túnez. Parece muy poco probable, es cierto, una fantasía, casi. Pero a veces las fantasías acaban convirtiéndose en una realidad.
Mientras algunos analistas señalan que Egipto se debate entre la dictadura militar y la religiosa, la prensa en Europa ha publicado otros comentarios elogiosos hacia la nueva Constitución de Túnez, considerada como la primera de corte democrático en el marco del mundo árabe. Ambos ejemplos, tanto por sus componentes positivos como también por los negativos, son un ejemplo para otros países en otras latitudes como podría ser el caso de Cuba, país del que se espera que en un futuro se suba, sin más demoras, a ese tren de lo que se considera como “democracias emergentes”.
La aprobación de un mero texto puede que, en el terreno práctico, no vaya a significar mucho, pues no sería el primer caso en que una constitución se queda en papel mojado, pero estos momentos iniciales son los que sirven para insuflar al proceso de transición con un nuevo ánimo y esperanzas a una ciudadanía que confía en las nuevas oportunidades de una situación nueva, alejado el pasado del domino autocrático.
El ejemplo de Túnez, y lamentablemente no tanto el de Egipto, sirve también para mostrar que cambiar el rumbo de un país es una empresa factible, mediante el diálogo y la concertación de los diversos intereses que coinciden en un mismo lugar, los cuales deben encontrar ese encaje y el engranaje necesario para llegar a una coexistencia pacífica y dejar que los mecanismos de la democracia pongan cada cosa en su merecido sitio.
Sea dicho de paso, aunque la situación en estos países esté lejos de ser “feliz”, al menos es un paso adelante hacia contextos distintos y en los que, en principio, no va a prevalecer la autoridad de un solo caudillo por encima de la voluntad de todos los demás. Los pasos hacia la democratización deben incluir la habilitación de zonas para la oposición política, para disentir en los medios de comunicación o incluso para cear los propios en contra del gobierno. Porque lo que está claro es que en cualquier democracia se tiene que poder estar en contra del gobierno y que la oposición pueda un día dejar de serlo para convertirse en quien dirija los asuntos del país. Y no como en Cuba, donde la cohesión social se sustituye por el cerrar filas en torno a un partido que, en esa teoría que nunca se cumple, presume de ser el partido de todos sin en realidad serlo.
Una oportunidad de oro la tiene este mes la oposición para reclamar su espacio en el escenario político cubano como tiene pensado hacerlo con un foro alternativo durante los mismos días en que la Isla va a recibir a los mandatarios que participarán en la CELAC. La cumbre de la CELAC que se va a celebrar en La Habana debería ser una oportunidad no solo para la oposición en la Isla, también es un momento importante para que los líderes latinoamericanos definan qué concepto de democracia quieren para la región y si realmente piensan que el país anfitrión es un modelo de algo en este sentido. Será interesant ver qué comportamiento van a tener las autoridades durante el evento y de qué manera los órganos represivos van a lidiar con posibles protestas que se organicen para dar visibilidad a las legítimas demandas de democracia que sostienen los opositores cubanos.
Finalmente, será más interesante todavía conocer las opiniones de los líderes que se van a reunir en La Habana ante cualquier episodio de represión que se vay a desarrollar durante esos días. A pesar de lo malo que es que la CELAC esté presidida por un gobierno dictatorial, en este caso quizás se le podrá dar la vuelta y sacar algo de positivo. Algo que signifique un paso adelante en ese escenario futuro en el que las diferentes fuerzas políticas puedan consensuar un cambio real en el país, como lo han hecho en Túnez. Parece muy poco probable, es cierto, una fantasía, casi. Pero a veces las fantasías acaban convirtiéndose en una realidad.