Subiendo por la calle Águila desde Monte, rumbo a Reina, apenas tres cuadras, usted observa personas con caras enojadas, ofertando libros viejos, discos piratas o herrajes de plomería. En Monte esquina Indio, a la entrada de una cuartería ruinosa, una joven con el pelo teñido de rubio, en chancletas, short muy ceñido y corto que muestra un caballito de mar tatuado en la cadera, vende pie de coco y refresco instantáneo.
La falta de higiene es evidente. Con la misma mano que ella acaricia un perro sucio, le alcanza dos porciones de dulce a dos transeúntes, quienes lo devoran mientras caminan apresurados.
Lo que antes de 1959 fueron kilómetros de portales lineales de granito fundido y hermosas columnas, comercios al detalle, tiendas elegantes, bares, fondas de chinos y cafeterías surtidas, son ahora un racimo de timbiriches sucios, calurosos y desvencijados que venden mercancías y alimentos en envolturas feas y chapuceras.
En un bodegón, una frase de Fidel Castro dice que "el socialismo es el futuro luminoso de la humanidad". Un dependiente aburrido, con un periódico aparta las moscas que revolotean sobre diversos panes y un nailon abierto de galletas de chocolate que se ofertan a granel. La pinta del vendedor invita a salir corriendo. Una camisa blanca sucia, un tajo de navaja en el rostro y ojos enrojecidos por el alcohol, de un botellín plástico que sin disimulo guarda debajo de un estante.
Tres viejos que viven de su mísera pensión, compran galletas a 9 pesos la libra, pan suave con minuta de ¿pescado?, a 5 pesos, y a 10 un trozo de pan de corteza dura con lasquitas de jamón.
Similar a este cafetín estatal hay muchos en toda la Habana Vieja o Centro Habana, un municipio que comienza en el antiguo Mercado Único, ahora en peligro de derrumbe, y tanto al norte como al este, sus callejuelas terminan besando el mar. Por estos lares se lucra con cualquier cosa. Hay recogedores ilegales de lotería; se venden drogas, desde un pitillo de marihuana a cinco pesos convertibles, un yayuyo o una piedra a igual precio, hasta un gramo de melca a 60 cuc.
Un fotógrafo particular lo mismo hace fotos para cumpleaños, bodas o quince, que filma películas caseras pornográficas. Se vende de todo y a toda hora. Camarones, ron Santiago o jabones de lavar. Todo a mejor precio que el Estado, robado la semana anterior de algún almacén estatal.
En cualquier entrecalle de Jesús María, Belén, San Leopoldo o Colón, chicas muy jóvenes ofrecen media hora de sexo por 5 cuc y se cuelgan del brazo de cualquiera que las invite a tomar cerveza o bailar en la Casa de la Música de Galiano.
En la peletería El Cadete, en Águila y Monte, que vende solo en moneda dura, sus vidrieras exhiben zapatos que imitan cuero, comprados al bulto en algún rastro de Panamá y luego en Cuba venden con un gravamen del 350%. Un señor se rasca la cabeza al observar los precios de escándalo. “Estoy buscando un par de zapatos de salir. He caminado toda La Habana, pero ninguno baja de 25 pesos convertibles, casi todos feos y de mala calidad”, dice.
Una embarazada no puede dar crédito a lo que ve. Una silla alta de comida para bebé cuesta 83 cud. “Esta gente (el gobierno) ha perdido la cabeza. ¿Habrán olvidado que aquí la mayoría de los trabajadores ganamos 400 pesos al mes (17 cuc)?”, se pregunta la futura madre.
Pero la capital tiene espacio para todos. Bajo el paraguas de las tímidas reformas económicas y aperturas de Raúl Castro, las desigualdades sociales se hacen cada día más evidentes. Frente a la peletería El Cadete, en una boutique de calzado Adidas, New Balance y Nike, entre otras marcas, dos jineteras que dicen ser asiduas a discotecas y bares particulares de glamour, parece que han tenido una buena temporada de verano. Indecisas, finalmente cada una compró dos pares de zapatos brasileños de tacón alto. En total se gastaron 243 pesos convertibles, el salario de 14 meses de un profesional en Cuba.
A pesar de las calles rotas, las tiendas sin climatizar y las vendedoras de mal humor, como hace 55 años, aunque la gente viva en Arroyo Naranjo o Marianao, sigue yendo a los establecimientos comerciales situados en las calles céntricas de la ciudad, para hacer sus compras o simplemente mirar las vidrieras.
"Ir a La Habana" es ya un tópico capitalino. Al llegar frente al Capitolio Nacional, en obras que lo transformarán en sede del monocorde parlamento, dos cocheros con sus caballos, sentados en sus quitrines, esperan por clientes extranjeros. A su lado, varios ancianos abandonados o dementes piden limosnas. Es exactamente el sitio que marca el kilómetro cero de La Habana.