Han pasado 50 años y algunos estadounidenses no necesitan que otros los digan cómo fue ese día, pues lo recuerdan muy bien.
Aún la tienen fresca en la memoria, la voz que les dio la noticia. Fue en la radio, interrumpiendo la música, o fue en la escuela, por los altoparlantes. Recuerdan las plegarias emanadas de la gente en calles y aceras, en cafés y negocios. Los llantos, las expresiones de asombro e incredulidad. El sabor amargo de las lágrimas.
"Los recuerdos me abruman", dijo, emotivo, David Miron, de 73 años, relatando cómo se enteró de la muerte de Kennedy, siendo en ese entonces un voluntario de los Peace Corps.
Se dice que todo el mundo recuerda exactamente el momento en que se enteraron del asesinato, pero lo cierto es que se recuerdan también de las emociones que acompañaron la noticia. ¿Cómo podrían olvidarlo?
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En la Escuela Secundaria St. Mary's en Warren, Ohio, una clase de gramática fue interrumpida por la voz de la directora, la hermana Mary St. George, por el altoparlante: "El presidente ha sido objeto de un atentado".
"Todas elevamos una plegaria y todas nos pusimos a llorar, todas, hasta las monjas, las maestras, las alumnas", relata Rosa Eberle, hoy de 66 años de edad. "Todos lo queríamos, por todas las cosas buenas que él estaba tratando de hacer para el país, para los derechos civiles, tratando de arreglar las cosas. Nos sentíamos como si hubiese fallecido un familiar nuestro".
Esa misma tarde, una compañera de clases de Eberle, Nanette Baglanis, visitaba una oficina de empleo estatal.
"Yo simplemente estaba ahí esperando a ser entrevistada cuando un hombre llega corriendo, vestido de trabajo, y grita '¡mataron al presidente! ¡Mataron al presidente! ... Estaba llorando y tenía la mirada como si él mismo lo hubiera visto".
Tres años antes, cuando Kennedy era candidato y hacía campaña en Warren, Baglanis había participado en un contingente de niñas que escoltaron al candidato cuando él iba a pronunciar un discurso frente a unas 40.000 personas.
Cuando corría regresando de la oficina de empleo, "no paraba de llorar", dice hoy Baglanis.
Cuando la diócesis fundó una nueva escuela el año entrante, fue bautizada con el nombre de Kennedy. Pero Baglanis guardó su propio homenaje: un álbum lleno de fotos del presidente de su época.
"Los Kennedy eran como familia", dice Baglanis.
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Minutos después del asesinato, los inversionistas se reunían en el salón de conferencias de Bache & Co. en el edificio Chrysler de Manhattan, relata Ted Weisberg, quien entonces era un corredor bursátil de 23 años de edad. No había radio, así que se aglomeraron en torno a la máquina cablegráfica, y de tanto en tanto miraban nerviosos a una pantalla que mostraba la caída de los precios bursátiles.
Cuando le Bolsa de Valores de Nueva York suspendió sus transacciones a las 2:07 de la tarde, ya la ciudad de Nueva York estaba cerrando el día. Las oficinas, tiendas y escuelas decidieron cerrar temprano. Los empleados se dirigieron a sus casas, formando un incongruente mar humano en pleno día.
"Todos estábamos en shock", dice Weisberg, quien hoy trabaja en la sede de la bolsa de valores. "Lo que yo más recuerdo es el tráfico tan denso, pues todos estaban yendo a casa al mismo tiempo y no había manera de abrirse paso".
Weisberg recogió a su padre y salieron a la carretera, pero el tráfico no se movía. Finalmente decidieron pasar la tarde en un restaurante de comida china, donde pudieron comer algo y usar un teléfono de moneda para llamar a la casa. Pero seguían envueltos en el ambiente de luto que dominó por toda la ciudad.
"La gente estaba acongojada, y no tenía nada que ver con política", recuerda.
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El doctor H. Jack Geiger terminó su turno en el Hospital Municipal de Boston, se montó en su carro y entró en el pesado tráfico vespertino.
"Estaba manejando hacia mi casa por la Avenida Chestnut Hill", recuerda Geiger, quien en ese entonces tenía 38 años y estaba en su tercer año de residencia médica. "Había encendido la radio del carro y cuando me enteré de la noticia choqué con el carro de enfrente".
Geiger todavía recuerda la voz entrecortada del locutor al leer la noticia. Durante varias horas Geiger trató de llamar a su esposa, pero las líneas telefónicas estaban tan saturadas que sólo conseguía una señal de ocupado.
Kennedy, dice Geiger, era un símbolo tanto de la promesa del país como de sus divisiones. Meses antes, había asistido a la Marcha sobre Washington, esperanzado por la posibilidad de que el joven presidente se reuniría con Martin Luther King Jr. y juntos impulsarían un cambio social. Al año siguiente, Geiger fue a Mississippi, y la pobreza ahí le impulsó a fundar centros de salud comunitarios en las zonas de Boston y el delta del río Mississippi.
Sin embargo, en la tarde en que Kennedy fue asesinado, Geiger se sintió abatido.
"Creo que como muchas otras personas, me puse a pensar '¿a qué estamos llegando?' ¿caeremos en un espiral de violencia? Ese fue el primer sentimiento. Y después vino el sentimiento de pérdida, no sólo por este presidente en particular, sino por algo que nos pareció era el fin del contrato social. Nuestro mundo realmente cambió en ese momento".
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David Miron estaba dando una clase, mostrándole a los alumnos un programa de televisión que contenía lecciones de matemáticas, cuando el director de la escuela llegó y le pidió que cambiara el canal.
Miron estaba en un asentamiento de indígenas norteamericanos en Nueva México, entrenándose para ser maestro de los Peace Corps y para usar programas de televisión como herramienta educativa. Cuando cambió el canal, la voz apesadumbrada del locutor de noticias Walter Cronkite se escuchó por toda el aula.
"Y antes de que pudiéramos entender lo que pasaba, Cronkite se quitó los anteojos, se secó una lágrima y declara que el presidente ha sido asesinado", dice Miron, recordando lo incongruente de la tragedia y de su ambiente inmediato "pues era una soleado, brillante, espectacular, y de repente el mundo se volcó".
Miron y sus compañeros viajaron en carro de vuelta a Albuquerque, todos guardando silencio. Pero luego en un salón, pasaron la noche reflexionando sobre el significado de la muerte del presidente. Varios docentes colombianos que se les habían sumado trataron de darles consuelo, recordando la pérdida del país sudamericano con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
"Recuerdo todo el llanto, los abrazos, los intentos por encontrarle un sentido, y la reacción de los colombianos, que de ahí en adelante nos llamaban 'los hijos de Kennedy''', dice Miron, quien hoy vive en Ponte Vedra, Florida.
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Andrew Young, quien luego sería alcalde de Atlanta y embajador estadounidense ante la ONU, administraba una escuela en Carolina del Sur para enseñarle a leer y escribir a personas pobres de raza negra.
"Estábamos en medio de una clase cuando nos enteramos que hubo un atentado contra el presidente", dice Young.
Añade que "todos empezamos a llorar y sollozar, hasta que yo les dije, 'Tenemos que rezar por el presidente y por el país' y todos nos arrodillamos y empezamos a rezar".
Los llantos de la gente pasaron a ser "gemidos y gritos hasta convertirse realmente en una sesión de plegarias tradicionales del sur", recuerda Young.
Poco después del asesinato de Kennedy, Martin Luther King Jr. había lanzado una severa advertencia. Young recuerda que King en cierto momento comentó: "Nuestros días están contados. Si 400 agentes del Servicio Secreto no pueden proteger al presidente, cualquier día puede ser nuestro último día".
Young ahora reflexiona: "Así que lloramos por el futuro del país, lloramos por la memoria del presidente, por la pérdida que sufrió su familia, pero también, estábamos llorando por nosotros mismos".
"Los recuerdos me abruman", dijo, emotivo, David Miron, de 73 años, relatando cómo se enteró de la muerte de Kennedy, siendo en ese entonces un voluntario de los Peace Corps.
Se dice que todo el mundo recuerda exactamente el momento en que se enteraron del asesinato, pero lo cierto es que se recuerdan también de las emociones que acompañaron la noticia. ¿Cómo podrían olvidarlo?
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En la Escuela Secundaria St. Mary's en Warren, Ohio, una clase de gramática fue interrumpida por la voz de la directora, la hermana Mary St. George, por el altoparlante: "El presidente ha sido objeto de un atentado".
"Todas elevamos una plegaria y todas nos pusimos a llorar, todas, hasta las monjas, las maestras, las alumnas", relata Rosa Eberle, hoy de 66 años de edad. "Todos lo queríamos, por todas las cosas buenas que él estaba tratando de hacer para el país, para los derechos civiles, tratando de arreglar las cosas. Nos sentíamos como si hubiese fallecido un familiar nuestro".
Esa misma tarde, una compañera de clases de Eberle, Nanette Baglanis, visitaba una oficina de empleo estatal.
"Yo simplemente estaba ahí esperando a ser entrevistada cuando un hombre llega corriendo, vestido de trabajo, y grita '¡mataron al presidente! ¡Mataron al presidente! ... Estaba llorando y tenía la mirada como si él mismo lo hubiera visto".
Tres años antes, cuando Kennedy era candidato y hacía campaña en Warren, Baglanis había participado en un contingente de niñas que escoltaron al candidato cuando él iba a pronunciar un discurso frente a unas 40.000 personas.
Cuando corría regresando de la oficina de empleo, "no paraba de llorar", dice hoy Baglanis.
Cuando la diócesis fundó una nueva escuela el año entrante, fue bautizada con el nombre de Kennedy. Pero Baglanis guardó su propio homenaje: un álbum lleno de fotos del presidente de su época.
"Los Kennedy eran como familia", dice Baglanis.
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Minutos después del asesinato, los inversionistas se reunían en el salón de conferencias de Bache & Co. en el edificio Chrysler de Manhattan, relata Ted Weisberg, quien entonces era un corredor bursátil de 23 años de edad. No había radio, así que se aglomeraron en torno a la máquina cablegráfica, y de tanto en tanto miraban nerviosos a una pantalla que mostraba la caída de los precios bursátiles.
Cuando le Bolsa de Valores de Nueva York suspendió sus transacciones a las 2:07 de la tarde, ya la ciudad de Nueva York estaba cerrando el día. Las oficinas, tiendas y escuelas decidieron cerrar temprano. Los empleados se dirigieron a sus casas, formando un incongruente mar humano en pleno día.
"Todos estábamos en shock", dice Weisberg, quien hoy trabaja en la sede de la bolsa de valores. "Lo que yo más recuerdo es el tráfico tan denso, pues todos estaban yendo a casa al mismo tiempo y no había manera de abrirse paso".
Weisberg recogió a su padre y salieron a la carretera, pero el tráfico no se movía. Finalmente decidieron pasar la tarde en un restaurante de comida china, donde pudieron comer algo y usar un teléfono de moneda para llamar a la casa. Pero seguían envueltos en el ambiente de luto que dominó por toda la ciudad.
"La gente estaba acongojada, y no tenía nada que ver con política", recuerda.
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El doctor H. Jack Geiger terminó su turno en el Hospital Municipal de Boston, se montó en su carro y entró en el pesado tráfico vespertino.
"Estaba manejando hacia mi casa por la Avenida Chestnut Hill", recuerda Geiger, quien en ese entonces tenía 38 años y estaba en su tercer año de residencia médica. "Había encendido la radio del carro y cuando me enteré de la noticia choqué con el carro de enfrente".
Geiger todavía recuerda la voz entrecortada del locutor al leer la noticia. Durante varias horas Geiger trató de llamar a su esposa, pero las líneas telefónicas estaban tan saturadas que sólo conseguía una señal de ocupado.
Kennedy, dice Geiger, era un símbolo tanto de la promesa del país como de sus divisiones. Meses antes, había asistido a la Marcha sobre Washington, esperanzado por la posibilidad de que el joven presidente se reuniría con Martin Luther King Jr. y juntos impulsarían un cambio social. Al año siguiente, Geiger fue a Mississippi, y la pobreza ahí le impulsó a fundar centros de salud comunitarios en las zonas de Boston y el delta del río Mississippi.
Sin embargo, en la tarde en que Kennedy fue asesinado, Geiger se sintió abatido.
"Creo que como muchas otras personas, me puse a pensar '¿a qué estamos llegando?' ¿caeremos en un espiral de violencia? Ese fue el primer sentimiento. Y después vino el sentimiento de pérdida, no sólo por este presidente en particular, sino por algo que nos pareció era el fin del contrato social. Nuestro mundo realmente cambió en ese momento".
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David Miron estaba dando una clase, mostrándole a los alumnos un programa de televisión que contenía lecciones de matemáticas, cuando el director de la escuela llegó y le pidió que cambiara el canal.
Miron estaba en un asentamiento de indígenas norteamericanos en Nueva México, entrenándose para ser maestro de los Peace Corps y para usar programas de televisión como herramienta educativa. Cuando cambió el canal, la voz apesadumbrada del locutor de noticias Walter Cronkite se escuchó por toda el aula.
"Y antes de que pudiéramos entender lo que pasaba, Cronkite se quitó los anteojos, se secó una lágrima y declara que el presidente ha sido asesinado", dice Miron, recordando lo incongruente de la tragedia y de su ambiente inmediato "pues era una soleado, brillante, espectacular, y de repente el mundo se volcó".
Miron y sus compañeros viajaron en carro de vuelta a Albuquerque, todos guardando silencio. Pero luego en un salón, pasaron la noche reflexionando sobre el significado de la muerte del presidente. Varios docentes colombianos que se les habían sumado trataron de darles consuelo, recordando la pérdida del país sudamericano con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
"Recuerdo todo el llanto, los abrazos, los intentos por encontrarle un sentido, y la reacción de los colombianos, que de ahí en adelante nos llamaban 'los hijos de Kennedy''', dice Miron, quien hoy vive en Ponte Vedra, Florida.
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Andrew Young, quien luego sería alcalde de Atlanta y embajador estadounidense ante la ONU, administraba una escuela en Carolina del Sur para enseñarle a leer y escribir a personas pobres de raza negra.
"Estábamos en medio de una clase cuando nos enteramos que hubo un atentado contra el presidente", dice Young.
Añade que "todos empezamos a llorar y sollozar, hasta que yo les dije, 'Tenemos que rezar por el presidente y por el país' y todos nos arrodillamos y empezamos a rezar".
Los llantos de la gente pasaron a ser "gemidos y gritos hasta convertirse realmente en una sesión de plegarias tradicionales del sur", recuerda Young.
Poco después del asesinato de Kennedy, Martin Luther King Jr. había lanzado una severa advertencia. Young recuerda que King en cierto momento comentó: "Nuestros días están contados. Si 400 agentes del Servicio Secreto no pueden proteger al presidente, cualquier día puede ser nuestro último día".
Young ahora reflexiona: "Así que lloramos por el futuro del país, lloramos por la memoria del presidente, por la pérdida que sufrió su familia, pero también, estábamos llorando por nosotros mismos".