“Trincheras: Un vértigo donde la realidad y la memoria coinciden” es el nombre del conjunto de fotografías de Juan Carlos Mirabal (La Habana, Cuba, 1964) que serán expuestas el próximo viernes en el Artefactus Cultural Center, en la ciudad de Miami.
Mirabal, poeta y fotógrafo, se mueve entre esas dos aguas que se complementan la una a la otra, con una agilidad propia de quienes alcanzan la elevada categoría de supervivientes.
Cuando apenas tenía 17 años “estaba pasando un curso de radiotelegrafía para ingresar en el Servicio Militar Obligatorio (SMO). Era un felino escalando y eso me divertía”, dice, refiriéndose a un episodio de su juventud que lo marcaría para siempre.
“No soportaba la idea de vestirme de militar, marchar, cuadrarme y saludar y pensé: si alguien se trepa aquí, está loco, y los locos escapan del SMO”, asumió al observar una de las alturas predominantes del Vedado habanero: la torre de la antena de la CMQ. Dicho y hecho: trepó con toda la energía de su recién estrenada juventud.
“Fui internado en el Centro de Menores que han cometido delitos contra la seguridad del estado. No encontraron nada porque nada había; ni estaba loco, ni nadie me pagó ni conocía a ningún grupo disidente”.
“Después de morir mi madre, decidí irme y, cuando me cogieron, tras tenerme una semana en Villa Marista y darme el tratamiento que ellos suelen dar a los agentes ’00-7’, me llevaron para Mazorra, donde me torturaron con todo, incluido con ‘electrochoks’, durante dos años”, relata.
En 1992, Mirabal logró escapar de la isla como balsero y se instaló en Miami.
Para este creador pertinaz, este cubano felizmente casado y padre de tres hijos, la fotografía le es “más fácil que la poesía” porque, apunta, “en la fotografía no se sufre, es salir a pasear con una idea preconcebida, o encontrarse con ‘algo’ que comunique. La poesía hay que esperar por ella y te puede hacer reír o llorar, te puede acariciar como una suave brisa, ¡o romperte como una maldita bomba!”.
Si le preguntas sobre si ambas formas de creación son maneras de escapar de sí mismo o de encontrarse a sí mismo, Juan Carlos Mirabal responde sin pensarlo un segundo: “Creo que ambas, soy una especie de guerrero contemplativo y, mientras uno dice, el mundo se está diciendo, se está conociendo y evolucionando”.
Para este hombre pausado y sonriente, “Cuba es un dolor muy grande, grande y largo como el pecado original. Y es la esperanza, la posibilidad de redención”, inhala profundo y añade: “Hay tantas y tantas cosas que agradezco… Me mantienen cuerdo y vivo”.