Así como el matrimonio cubano Ariel Serrano y Wilmian Hernández llegó un día a Estados Unidos provisto solo de su arte, parte ahora hacia el Royal Ballet de Londres su hijo Francisco Serrano, de 17 años, ganador de una beca de estudios de una de las compañías de ballet más reconocidas del mundo.
“Es un gran honor que me hayan pedido ir, porque es la compañía con la que siempre soñé estar, sobre todo porque allí se encuentra el gran bailarín cubano Carlos Acosta, mi ídolo como bailarín,” apunta Francisco.
Tras comprobar su potencial en competencia con otros aspirantes, el Youth America Grand Prix de Londres le entregó al joven cubanoamericano una beca para aprender sus modos durante dos años, con la opción de formar parte de la compañía una vez concluido el periodo de aprendizaje.
“Esta no es solo una beca escolar, es la oportunidad de entrar en la compañía, viajar por el mundo y llegar a ser alguien en el mundo del ballet,” sueña despierto este chico trigueño de exquisita constitución física, que no por usual en los bailarines deja de maravillar.
Sorprendentemente, Francisco no sigue dietas especiales. “¡Él come cubano! - explica su padre - arroz frijoles, carne… Estos muchachos pueden comer de todo, porque sus cuerpos son tan delgados.”
Francisco entrena durante seis horas diarias: dos horas de ballet clásico, dos de variaciones, una de repertorio en parejas y otra más de acondicionamiento físico, además de los ensayos de las obras en escena.
“No es nada más ponerse las zapatillas y salir a bailar - advierte Serrano - Esta es una carrera muy difícil.” Bien lo sabe Serrano. Él junto a su esposa, Wilmian Hernández, fundaron y dirigen la Escuela de Ballet Cubano de Sarasota, en la Florida, en la que se ha formado su hijo en solo 4 años.
Además del tiempo que emplea perfeccionando su técnica, Panchito, como le llaman sus padres, encuentra tiempo en casa para continuar su educación. Sigue así el consejo de su padre de tener un plan B si el cuerpo falla, porque “el ballet es un arma de doble filo”.
No obstante, donde realmente Ariel imaginó a su hijo fue en las Grandes Ligas. “Francisco jugaba pelota y era muy buen atleta. Entonces dije: bueno, si no va a ser bailarín pues que sea pelotero.”
Luego de rechazar las clases de ballet impartidas por su madre, la pelota consumió todo su tiempo por varios años. Ya estaban resignados no verle bailar cuando un día, obligado a observar la clase de ballet de su hermana menor, decidió darse otra oportunidad en la danza.
“Para mí es como el despertar del sueño. Poder ayudar a mi hijo a llegar a tan grande y prestigiosa organización es para mí increíble, no tengo palabras para describirlo. Él lo ha logrado con su trabajo arduo. Me siento súper orgulloso y agradecido de que la vida me hay dado la oportunidad de verlo llegar a hacer esto.”
El orgullo es mutuo. Francisco valora enormemente la decisión de sus padres de establecerse en los Estados Unidos. “Yo fui a allá (Cuba) y vi por lo que pasan las personas. Me enorgullece ver cómo se fueron y erigieron una nueva vida por ellos mismos,” dice el chico.
Toda la familia vive con gozo estos últimos meses de Francisco en su hogar de Sarasota, y para cerrar con broche de oro este tiempo de lauros presentarán una gala en el Opera House de Sarasota el próximo primero de agosto, a las 7 de la noche. Última oportunidad del público floridano de admirar su talento antes de que parta a Gran Bretaña.
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