Él era alemán, ella checoslovaca. Él era importante en su país, y ella llegaba a Berlín con su carrera de actriz a cuestas a probar suerte en la meca del cine europeo. Para fortuna de Joseph, el poder le traía recompensas, una de ellas, supervisar el arte, y a las actrices. Todas las estrellas de cine pasaron por los ojos de Joseph, y sólo se quedó Lida. Su rutilante belleza lo llevaría a futuros problemas de corazón, pero no lo sabía aún. Estaba a punto de comenzar una historia de amor prohibido con publicitadas consecuencias.
Lida tenía novio, también actor, pero a Joseph no le importaba. Con tal de tenerla cerca los invitaba a su cabaña, una cómoda residencia de troncos muy cercana a un lago de Berlín. Así, en unión de otros actores que disfrutaban de tan amigable anfitrión, se fue tejiendo la cercanía de una relación inoportuna.
Luego vino la invitación personal. Joseph sólo la quería a ella, y Lida consintió. El enamorado tenía a su actriz, y la actriz toda la atención desmedida de un hombre culto, agradablemente conversador, que tocaba piano, inteligente, locuaz. Definitivamente, Lida se sintió atraída por su presencia y… por su poder.
A Magda, la historia le supo a hiel. Muy pronto se enteró. Ella estaba casada con Joseph. Juntos tenían tres hijos. Era la familia más feliz de Alemania. Eso se decía. Magda exigió ver a su rival y Joseph unió a las dos mujeres para llegar a un arreglo. Magda dijo que no, y Lida se excusó asegurándole a Magda que ella no había iniciado una relación que disfrutaba. Pero Magda tenía un arma poderosa en sus manos. Llamó entonces a su padrino de bodas, Adolfo, quien, a la vez, era el jefe de su esposo infiel.
A Adolfo no le faltaban las admiradoras, era un hombre archifamoso que, con sus penetrantes ojos azules, hacía que las mujeres camino a su casa se lanzaran delante de su auto para llamar su atención. Pero Adolfo era comedido, nada de amores escandalosos, por lo que llamó a Joseph y lo reprendió. Tal era el amor de Joseph por Lida que le pidió a su jefe abandonarlo todo e irse con su novia checoslovaca al extranjero.
Los ruegos de Joseph y las quejas de Magda colmaron la paciencia de Adolfo, quien finalmente impuso su voluntad. El precio a pagar era alto, Joseph tenía que reconciliarse con Magda, renunciar a Lida y volver a ser la familia más feliz de su país. Magda volvió a quedar embarazada y todo parecía arreglarse.
Joseph y Lida cumplieron su palabra de mantenerse alejados. Sólo volvieron a verse en el Festival de Cine de Venecia. Años después, Lida confesaría: “Debe haberme reconocido, pero no hizo ni un solo movimiento. Él siempre fue el maestro del autocontrol”.
Los dos enamorados trataron de seguir al pie de la letra los designios de Adolfo. Todo el amor que hubo se marchitaba por culpa de una orden estricta, pero también se marchitaba la vida de cada personaje involucrado.
Lee también Un abrazo para espantar demoniosAdolfo tenía enemigos muy poderosos y lo querían muerto. Cercado, difuso y malhumorado, y sin el brillo de sus ojos azules, se atrincheró en su bunker. Adolfo, de apellido Hitler, se suicidó, dejando desolado a Joseph, de apellido Goebbles, quien no concebía una Alemania sin el nazismo.
Magda tampoco podía vivir sin su ídolo y amigo protector, sin el padrino de su boda, sin el hombre que le había salvado el matrimonio y al que creía nuevo regente del mundo. Magda y Joseph concibieron un plan que ningún padre cuerdo puede acometer, asesinar a sus hijos para que no cayeran en la infamia de ser hechos prisioneros por el enemigo. Y así lo hicieron, a los niños morfina primero, cianuro después y balas para los dos padres.
Joseph debió haber huido con su enamorada checoslovaca, salvar a sus hijos, convencer a Magda, no ser más el ministro de Propaganda del Tercer Reich, abandonar el odio racial y su discurso, no más ademanes preparados y excitantes, pero una lealtad enfermiza hacia su propia creencia, y hacia un hombre endemoniado, lo ató irremediablemente a la tragedia.
Concluía la Segunda Guerra Mundial y la actriz Lida Baarová huyó a su país, fue detenida por los aliados, interrogada, condenada. Se salvó porque su papel de amante la disminuyó en su propia historia de amor. Vivió hasta el año 2000. Ya entrada en años, afirmaba: “Nunca amé a Goebbles, pero disfruté ser amada por un hombre de tanto poder. Podía tener todas las mujeres que quisiera, pero me eligió a mí”.