Que se tenga noticias, sería la primera ocasión que el régimen de los Castro importa delincuentes para adoctrinarlos.
Todavía se desconoce el número de malhechores venezolanos que recalarán en Cuba, como parte de un proyecto de reeducación para reinsertar dentro de la sociedad morocha a sujetos de alta peligrosidad.
Recientemente, Wandolay Martínez, viceministra de Seguridad en Venezuela, anunció que “varios delincuentes que voluntariamente entregaron sus armas viajarán a Cuba en noviembre para rehabilitarse y vuelvan a Venezuela a laborar legalmente”. No ofreció detalles de la cantidad de antisociales ni la duración de los cursos.
Se sabe que en Venezuela la vida se cotiza a la baja. Caracas es un matadero. Según cifras oficiales, en 2012 se registraron 16,072 homicidios, un 14% más que el año anterior, equivalente a 54 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Una tasa que la ONG Observatorio Venezolano de Vigilancia eleva a 73.
Es casi una guerra civil. El gobierno de Nicolás Maduro ha desplegado más de 12 mil soldados dentro de las fuerzas policiales, en un intento por frenar la violencia callejera. Pero el crimen sigue.
Los medios oficiales de la isla no han divulgado la noticia del arribo de delincuentes venezolanos. Pero cubanos que navegan por internet conocen la información. Y están preocupados. “Si Maduro quiere rehabilitarlos, que los mande a Finlandia, donde las cárceles tienen hasta aire acondicionado. ¿Esos tipos andarán sueltos por la calles? ¿O estarán recluidos? ¿Dónde trabajaran? No creo que Cuba sea el mejor sitio para reeducar marginales”, señala Arturo, ingeniero de 42 años.
Según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional que preside Elizardo Sánchez, en el país existen más de 200 prisiones. Todas a reventar, con mala alimentación y condiciones precarias.
El régimen reconoce que la población penal supera los 57 mil reclusos. Fuentes de la disidencia creen que el número de presos se acerca a 100 mil. Al margen de una u otra cifra, Cuba ocupa el quinto lugar a nivel mundial de reos comparado con su población.
Las cárceles cubanas no son campamentos veraniegos. Si usted dedica tiempo a rastrear en sitios donde escriben periodistas independientes, podrá leer decenas de denuncias sobre malos tratos, suicidios y automutilaciones que ocurren en el Gulag tropical.
Que se tenga noticias, sería la primera ocasión que el régimen de los Castro importa delincuentes para adoctrinarlos.
En las décadas 1960-1980, militares cubanos y soviéticos en Punto Cero o Escuela Caribe, en las cercanías de Guanabo, entrenaron a anarquistas y militantes radicales de izquierda en el uso de explosivos y estrategias de subversión, entre ellos el mexicano Rafael Sebastián Guillén, más conocido por el Subcomandante Marco. O perlas del terrorismo mundial como el venezolano Ilich Ramírez, alias Carlos ‘El Chacal’, sentenciado a cadena perpetua en Francia.
Tras un acuerdo con el mandatario español Felipe González, casi dos centenares de etarras se establecieron en la isla en los años 80. También ha sido un santuario de prófugos de la justicia de Estados Unidos. Según autoridades federales, más de 70 fugitivos estadounidenses han residido o residen en la mayor de las Antillas.
Con una solicitud de extradición de Estados Unidos, tras ser expulsado de las Bahamas, en 1978 el empresario estadounidense Robert Vesco llegó a Cuba. Fidel Castro declaró que no le importaba su dinero ni lo que hubiera hecho. Con el seudónimo de Tom Adams, supuesto inversionista canadiense, hizo negocios con el gobierno. Tuvo un trato privilegiado hasta que en 1996 cayó en desgracia, acusado de defraudar a Antonio Fraga Castro, sobrino del comandante que dirigía una empresa de investigaciones médicas. Lo juzgaron y condenaron 13 años de prisión. Excarcelado en 2005, dos años después habría fallecido de un cáncer pulmonar en La Habana.
Quizás el caso más llamativo sea el de Joanne Chesimard, de 65 años, una integrante de las Panteras Negras quien hace 40 años escapó a Cuba luego de ser condenada por asesinar a sangre fría a un policía de carretera en Nueva Jersey en 1973. A la isla llegó en 1979, tras una fuga espectacular de una prisión de mujeres.
El régimen le concedió asilo político. Se hace llamar Assata Shakur. A inicios de abril, autoridades federales estadounidenses aumentaron a dos millones de dólares la recompensa por su captura. Shakur aparece en una lista de los 10 terroristas más buscados a escala internacional.
En 1980, un colérico Castro, asombrado ante la fuga de 10 mil cubanos que saltaban la verja de la embajada de Perú, diseñó un plan y por el puerto del Mariel envió rumbo a la Florida a cientos de dementes y convictos peligrosos.
Mario pudo haber sido uno de esos ‘indeseables’. “Cumplía mi sanción en La Cabaña. Un oficial nos formó en el patio y nos conminó a marcharnos a Estados Unidos. En caso de negarnos, nos aumentarían la condena. Por esa fecha había nacido mi hija. Me faltaban dos meses para cumplir la sanción y me negué. Me enviaron a una celda de castigo. Salí de la cárcel diez meses después de cumplida la condena”.
Muchos de estos convictos protagonizaron sucesos violentos en el sur de la Florida. Varios participaron en el sonado motín acaecido en la prisión federal de Atlanta en la década de los 80.
La llegada de presos venezolanos para su rehabilitación en Cuba despierta sospechas dentro de la oposición. Utilizar delincuentes comunes para acosar a disidentes ha sido un método habitual del régimen.
Está por ver dónde y cómo adiestrarán a los ‘panas’ venezolanos. A pesar del aumento del consumo de drogas, violencia y pandillas juveniles, aún no se puede decir que las calles de La Habana sean una jungla al estilo de Caracas.
Pero si mezclamos a los malandros de Venezuela con los de Cuba, iremos por ese camino.
Recientemente, Wandolay Martínez, viceministra de Seguridad en Venezuela, anunció que “varios delincuentes que voluntariamente entregaron sus armas viajarán a Cuba en noviembre para rehabilitarse y vuelvan a Venezuela a laborar legalmente”. No ofreció detalles de la cantidad de antisociales ni la duración de los cursos.
Se sabe que en Venezuela la vida se cotiza a la baja. Caracas es un matadero. Según cifras oficiales, en 2012 se registraron 16,072 homicidios, un 14% más que el año anterior, equivalente a 54 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Una tasa que la ONG Observatorio Venezolano de Vigilancia eleva a 73.
Es casi una guerra civil. El gobierno de Nicolás Maduro ha desplegado más de 12 mil soldados dentro de las fuerzas policiales, en un intento por frenar la violencia callejera. Pero el crimen sigue.
Los medios oficiales de la isla no han divulgado la noticia del arribo de delincuentes venezolanos. Pero cubanos que navegan por internet conocen la información. Y están preocupados. “Si Maduro quiere rehabilitarlos, que los mande a Finlandia, donde las cárceles tienen hasta aire acondicionado. ¿Esos tipos andarán sueltos por la calles? ¿O estarán recluidos? ¿Dónde trabajaran? No creo que Cuba sea el mejor sitio para reeducar marginales”, señala Arturo, ingeniero de 42 años.
Según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional que preside Elizardo Sánchez, en el país existen más de 200 prisiones. Todas a reventar, con mala alimentación y condiciones precarias.
El régimen reconoce que la población penal supera los 57 mil reclusos. Fuentes de la disidencia creen que el número de presos se acerca a 100 mil. Al margen de una u otra cifra, Cuba ocupa el quinto lugar a nivel mundial de reos comparado con su población.
Las cárceles cubanas no son campamentos veraniegos. Si usted dedica tiempo a rastrear en sitios donde escriben periodistas independientes, podrá leer decenas de denuncias sobre malos tratos, suicidios y automutilaciones que ocurren en el Gulag tropical.
Que se tenga noticias, sería la primera ocasión que el régimen de los Castro importa delincuentes para adoctrinarlos.
En las décadas 1960-1980, militares cubanos y soviéticos en Punto Cero o Escuela Caribe, en las cercanías de Guanabo, entrenaron a anarquistas y militantes radicales de izquierda en el uso de explosivos y estrategias de subversión, entre ellos el mexicano Rafael Sebastián Guillén, más conocido por el Subcomandante Marco. O perlas del terrorismo mundial como el venezolano Ilich Ramírez, alias Carlos ‘El Chacal’, sentenciado a cadena perpetua en Francia.
Tras un acuerdo con el mandatario español Felipe González, casi dos centenares de etarras se establecieron en la isla en los años 80. También ha sido un santuario de prófugos de la justicia de Estados Unidos. Según autoridades federales, más de 70 fugitivos estadounidenses han residido o residen en la mayor de las Antillas.
Con una solicitud de extradición de Estados Unidos, tras ser expulsado de las Bahamas, en 1978 el empresario estadounidense Robert Vesco llegó a Cuba. Fidel Castro declaró que no le importaba su dinero ni lo que hubiera hecho. Con el seudónimo de Tom Adams, supuesto inversionista canadiense, hizo negocios con el gobierno. Tuvo un trato privilegiado hasta que en 1996 cayó en desgracia, acusado de defraudar a Antonio Fraga Castro, sobrino del comandante que dirigía una empresa de investigaciones médicas. Lo juzgaron y condenaron 13 años de prisión. Excarcelado en 2005, dos años después habría fallecido de un cáncer pulmonar en La Habana.
Quizás el caso más llamativo sea el de Joanne Chesimard, de 65 años, una integrante de las Panteras Negras quien hace 40 años escapó a Cuba luego de ser condenada por asesinar a sangre fría a un policía de carretera en Nueva Jersey en 1973. A la isla llegó en 1979, tras una fuga espectacular de una prisión de mujeres.
El régimen le concedió asilo político. Se hace llamar Assata Shakur. A inicios de abril, autoridades federales estadounidenses aumentaron a dos millones de dólares la recompensa por su captura. Shakur aparece en una lista de los 10 terroristas más buscados a escala internacional.
En 1980, un colérico Castro, asombrado ante la fuga de 10 mil cubanos que saltaban la verja de la embajada de Perú, diseñó un plan y por el puerto del Mariel envió rumbo a la Florida a cientos de dementes y convictos peligrosos.
Mario pudo haber sido uno de esos ‘indeseables’. “Cumplía mi sanción en La Cabaña. Un oficial nos formó en el patio y nos conminó a marcharnos a Estados Unidos. En caso de negarnos, nos aumentarían la condena. Por esa fecha había nacido mi hija. Me faltaban dos meses para cumplir la sanción y me negué. Me enviaron a una celda de castigo. Salí de la cárcel diez meses después de cumplida la condena”.
Muchos de estos convictos protagonizaron sucesos violentos en el sur de la Florida. Varios participaron en el sonado motín acaecido en la prisión federal de Atlanta en la década de los 80.
La llegada de presos venezolanos para su rehabilitación en Cuba despierta sospechas dentro de la oposición. Utilizar delincuentes comunes para acosar a disidentes ha sido un método habitual del régimen.
Está por ver dónde y cómo adiestrarán a los ‘panas’ venezolanos. A pesar del aumento del consumo de drogas, violencia y pandillas juveniles, aún no se puede decir que las calles de La Habana sean una jungla al estilo de Caracas.
Pero si mezclamos a los malandros de Venezuela con los de Cuba, iremos por ese camino.