Interrogan al escritor Carlos Manuel Álvarez: "Les dije que no era revolución, que era dictadura"

Carlos Manuel Álvares, junto a Maykel Castillo El Osorbo y Luis Manuel Otero Alcántara.

El director de la revista El Estornudo, Carlos Manuel Álvarez, fue interrogado el martes durante tres horas por la Seguridad del Estado.

El laureado escritor, que ha sido un excelente cronista de los sucesos del Movimiento San Isidro para medios tan importantes como El País y The Washington Post, fue conducido a una casa en el reparto Siboney y cuestionado sobre sus vínculos con el Movimiento San Isidro y el trabajo de la revista El Estornudo.

Horas después el autor de La tribu (2017) y Los caídos (2019) relató lo ocurrido:

"Hoy me interrogaron durante casi tres horas, salí a las 10:40 am y llegué a la 1:53 pm. Me llevaron en un Lada rojo (carro que vino de la URSS). Me dio risa, porque no hay transporte y una gente sacó la mano como si fuéramos un taxi. Terminamos en una casa por 202 y 23, Siboney. Me brindaron queso, jamón, chorizo, jugo de mango que venía en una caja de limón, y almuerzo. No acepté nada, solo agua. Fui a mear tres veces, que el aire acondicionado y el agua hacen que orine mucho. Me comieron a preguntas sobre El Estornudo, sobre OSF y la NED. Dijeron que yo era inteligente pero que me hacía el bobo. Me llamaron mentiroso muchas veces y dijeron, otras tantas, que el gobierno de Estados Unidos me financiaba. Intentaron crear las típicas divisiones entre amigos y colegas. Que Mónica nos dijo esto de ti, que Abraham dijo esto otro de ti, que en San Isidro creen tal cosa de ti. No se tragan —qué se van a tragar— que entré a San Isidro por solidaridad. Están convencidos de que alguien me manda, de que obedezco órdenes de agentes extranjeros para lo que ellos llaman la subversión. El hombre que me interrogaba dijo en un momento que él no tenía amigos irreverentes. Le dije que eso estaba muy mal. Amigos irreverentes es lo que hay que tener. Por momentos intentaban conciliar y por momentos se volvían amenazantes. Insistieron en que comiera, se dieron cuenta de que era por gusto. También se encontraban allí los dos agentes que en marzo pasado me interrogaron en el aeropuerto. Uno de ellos sacó impresa la crónica que escribí en Vice y me reprochó una línea. Le dije que era literatura, que si quería le podía explicar. Parece que no le gusta la literatura, porque me dijo que no, que no le explicara. También dijo que ese artículo no contaba toda la verdad, le dije que escribiera el suyo a ver cómo le iba y que yo lo publicaba. Dijo que iba a pensarlo. Me preguntaron por mis libros y mis planes futuros. ¡Planes futuros¡, imagínense ustedes. No tengo la menor idea de lo que eso significa. Les dije que no voy a dejar de ver a Luis Manuel Otero bajo ningún concepto y que me preocupa profundamente su estado de salud, que necesito recuperar mis libros y mis zapatos (estoy obsesionado con eso), y que voy a participar en las discusiones públicas del ámbito cultural que suceden hoy en Cuba. Me dijeron que el límite era: «con la revolución todo, contra la revolución nada». Les dije «sí, esa frase nefasta». Ahí empezaron con consignas. Dijeron de nuevo revolución y les dije que no era revolución, que era dictadura. Se molestaban cuando les disputaba el lenguaje, como si alguien los estuviera oyendo y no pudieran no salir al paso, so pena de castigo, a la palabra dictadura. Les expliqué, en un cursillo rápido de ciencia política, por qué técnicamente esto no era una revolución, pero ellos me dijeron que era una revolución viva, victoriosa, digna, fuerte, ni tantico, pim pom fuera, y no se habla más. «No se sabe qué es dentro o fuera de la revolución», les dije, «así que al final ustedes siguen controlando nuestros cuerpos y actos a discreción». Sabían que en cuanto saliera de allí iba a escribir este post, y me pareció creer que actuaban un poco en función de eso, lo cual explica que me hayan preguntado cómo me sentí en la conversación. Les dije que era un interrogatorio y me dijeron que yo no había visto lo que era un interrogatorio, como aclarando «tú no sabes nada». Les dije que habían difamado de mí en la tv, ¿cómo podía yo creer entonces que lo que allí hacíamos era conversar? Me acusaron de cosas que no hago, pero ellos están convencidos de que sí. Les dije que no recibo ni aceptaría recibir órdenes de nadie. Me dijeron: «ahora cuando escribas tu post, pon tal cosa». Pero no voy a poner tal cosa, porque es mi post. Que lo pongan ellos en el suyo, no soy el mecanógrafo de la policía política. Me preguntaron de nuevo qué me había parecido el trato. Les dije que me sentía mal. No importaba cuán amables fueran por momentos o quisieran ser, la naturaleza del hecho era en sí misma violenta, y la bondad, en la medida en que intentaba justamente tapar esa naturaleza esencial, lo volvía todo aún más violento o incómodo, antinatural. Así se siente cuando el poder que te quiere mal te trata bien. Me trajeron de vuelta a casa en el mismo Lada rojo. Les dije que solo a través del interrogatorio podrían ellos conversar conmigo. «Pero bueno», dijeron, «tú has visto que no te hemos golpeado, que no te hemos dañado». Me eché a reír. «Eso no es un mérito», les dije, «no lo es».

PD: infinitas gracias a todos por la preocupación".