La muerte de Chávez, que no estaba en el guión original de Fidel y Raúl Castro, puede cambiar todo el libreto. Para bien o para mal.
Me llaman a menudo periodistas extranjeros indagando sobre la salud del mandatario venezolano Hugo Chávez. Mi respuesta es invariable: no por vivir en La Habana, ciudad donde recibe tratamiento el hombre fuerte de Caracas, uno tiene acceso a noticias de último minuto.
El misterio que rodea la salud de Chávez es notorio. Al no tener acceso libre a la red, la fuente de los cubanos son los medios locales, todos oficiales. Que más que informar, desinforman.
Fuera de Cuba es a la inversa. Poseen una información más exacta sobre el estado del teniente coronel de Barinas. Yo me suelo informar del culebrón cubano-venezolano cuando me conecto a internet una vez por semana desde algún hotel habanero.
O cuando me llama mi madre desde Lucerna y amigos en Estados Unidos y otros países. Pero ya se sabe que a los reporteros nos les gusta fallar un swing. Entonces desean comentarios o análisis sobre el futuro de Cuba.
Algo complejo, debido a la poca transparencia del régimen verde olivo. Pero en Cuba todos nos mojamos cuando se trata de diseñar el futuro de nuestra patria.
Babalaos, pitonisas, periodistas independientes o disidentes políticos leemos entre líneas las noticias codificadas del régimen y creemos percibir el rumbo que tomará Cuba en los próximos 5 años.
Parecemos émulos de Walter Mercado. Lo que está por ver si nuestras predicciones se cumplen. Unos creen que después de los Castro aterrizará la democracia real.
Otros son más pesimistas.
Y piensan que habrá una dinastía al estilo de los Sung en Corea del Norte. Es cierto que si no aprendemos de las reformas en los años 90 en algunas naciones comunistas de la Europa del este, puede que la isla sea el paraíso perfecto de líderes reciclados que se cambian apresuradamente de camisa y tejen una red tupida de socios y compadres.
Son varios los escenarios posibles. La mayoría sueña con una democracia con elecciones presidenciales cada 4 o 6 años, varios partidos políticos, donde no sea delito criticar el estado de cosas, libertades a granel y una prosperidad del primer mundo que nos convierta en una suerte de 'tigre caribeño', al estilo de los asiáticos (Taiwan, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur).
Tanto optimismo me asusta. A quienes piensan así, les pregunto de dónde sacaremos recursos y dónde están esos dirigentes honestos que nos llevarían por esa senda. La respuesta es casi idéntica en aquellos que consideran que a la vuelta de 10 años, Cuba no le envidiaría nada a Suiza.
Dicen que los cubanos exiliados en Miami y el resto del mundo, vendrán con sus alforjas desbordadas de dólares y experiencias capitalistas e invertirán en su tierra. Ojalá sea así. Cuánto lo deseo. Pero el dinero de tipos como Fanjul, Saladrigas o Bacardí no necesariamente nos traerá la democracia a la cual todos aspiramos.
Apuesto más por los compatriotas de la diáspora que hoy tienen dos trabajos y duermen con el malecón debajo de su almohada.
Los optimistas de libro consideran que no será un problema, si al día siguiente de la ausencia de los hermanos Castro, la isla amaneciera sin un centavo en la caja chica. Tampoco perciben como amenaza para una futura democracia, los cientos de militares reconvertidos en empresarios y que hoy disponen de dinero, recursos y conexiones políticas.
En Cuba pocos se detienen a reflexionar de qué manera vamos a negociar el litigio sobre las deudas a empresas y personas que perdieron sus bienes, cuando fueron nacionalizados por Fidel Castro. "Se les pagará, con bonos u otra cosa, pero todo se arreglará", dicen aquéllos que en voz baja aseguran que en 2013 sucederán hechos importantes para la vida nacional.
El optimismo siempre contagia. Pero cuando un periodista extranjero te pide un análisis sobre los futuros líderes, mi mente se queda en blanco. Porque lo mismo pudiera ser un furibundo castrista como Balaguer en Dominicana, tras la muerte del dictador Trujillo, que reaparezca vestido de demócrata. O un disidente actual.
A los reporteros foráneos les gusta que les mencionen nombres. La quiniela la encabeza Yoani Sánchez, aunque la bloguera en diversas entrevistas ha dicho que la silla presidencial no es lo suyo. No estaría mal que el futuro presidente sea una mujer. Menos Mariela Castro, votaría por cualquiera. Ahí están abogadas como Laritza Diversent o Yaremis Flores, aunque a ellas por su mente no les ha pasado ser estadistas.
O Rosa María Payá. Si algo se necesita en la futura Cuba es del alma femenina. Sobra testosterona. De cualquier manera, no me queda claro si los actuales líderes de la disidencia, de uno y otro sexo, estén en condiciones de formar un gobierno abierto, transparente y con una democracia real.
Dentro de la disidencia hay demasiados egos y protagonismos destructivos que poco o nada ayudan. Si se dejaran a un lado, se hiciese un mejor trabajo en la comunidad y hubiese una posición común en su lucha pacífica de cara a una república democrática, es probable que el sueño de muchos no sea una ilusión.
Mientras, seguimos gobernados por los Castro. Y ellos, además del poder y los medios para reprimir a la disidencia, ya tienen en su gaveta los planes de sucesión. Pero la vida suele traer sorpresas inesperadas.
La muerte de Chávez, que no estaba en el guión original de Fidel y Raúl Castro, puede cambiar todo el libreto. Para bien o para mal.
El misterio que rodea la salud de Chávez es notorio. Al no tener acceso libre a la red, la fuente de los cubanos son los medios locales, todos oficiales. Que más que informar, desinforman.
Fuera de Cuba es a la inversa. Poseen una información más exacta sobre el estado del teniente coronel de Barinas. Yo me suelo informar del culebrón cubano-venezolano cuando me conecto a internet una vez por semana desde algún hotel habanero.
O cuando me llama mi madre desde Lucerna y amigos en Estados Unidos y otros países. Pero ya se sabe que a los reporteros nos les gusta fallar un swing. Entonces desean comentarios o análisis sobre el futuro de Cuba.
Algo complejo, debido a la poca transparencia del régimen verde olivo. Pero en Cuba todos nos mojamos cuando se trata de diseñar el futuro de nuestra patria.
Babalaos, pitonisas, periodistas independientes o disidentes políticos leemos entre líneas las noticias codificadas del régimen y creemos percibir el rumbo que tomará Cuba en los próximos 5 años.
Parecemos émulos de Walter Mercado. Lo que está por ver si nuestras predicciones se cumplen. Unos creen que después de los Castro aterrizará la democracia real.
Otros son más pesimistas.
Y piensan que habrá una dinastía al estilo de los Sung en Corea del Norte. Es cierto que si no aprendemos de las reformas en los años 90 en algunas naciones comunistas de la Europa del este, puede que la isla sea el paraíso perfecto de líderes reciclados que se cambian apresuradamente de camisa y tejen una red tupida de socios y compadres.
Son varios los escenarios posibles. La mayoría sueña con una democracia con elecciones presidenciales cada 4 o 6 años, varios partidos políticos, donde no sea delito criticar el estado de cosas, libertades a granel y una prosperidad del primer mundo que nos convierta en una suerte de 'tigre caribeño', al estilo de los asiáticos (Taiwan, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur).
Tanto optimismo me asusta. A quienes piensan así, les pregunto de dónde sacaremos recursos y dónde están esos dirigentes honestos que nos llevarían por esa senda. La respuesta es casi idéntica en aquellos que consideran que a la vuelta de 10 años, Cuba no le envidiaría nada a Suiza.
Dicen que los cubanos exiliados en Miami y el resto del mundo, vendrán con sus alforjas desbordadas de dólares y experiencias capitalistas e invertirán en su tierra. Ojalá sea así. Cuánto lo deseo. Pero el dinero de tipos como Fanjul, Saladrigas o Bacardí no necesariamente nos traerá la democracia a la cual todos aspiramos.
Apuesto más por los compatriotas de la diáspora que hoy tienen dos trabajos y duermen con el malecón debajo de su almohada.
Los optimistas de libro consideran que no será un problema, si al día siguiente de la ausencia de los hermanos Castro, la isla amaneciera sin un centavo en la caja chica. Tampoco perciben como amenaza para una futura democracia, los cientos de militares reconvertidos en empresarios y que hoy disponen de dinero, recursos y conexiones políticas.
En Cuba pocos se detienen a reflexionar de qué manera vamos a negociar el litigio sobre las deudas a empresas y personas que perdieron sus bienes, cuando fueron nacionalizados por Fidel Castro. "Se les pagará, con bonos u otra cosa, pero todo se arreglará", dicen aquéllos que en voz baja aseguran que en 2013 sucederán hechos importantes para la vida nacional.
El optimismo siempre contagia. Pero cuando un periodista extranjero te pide un análisis sobre los futuros líderes, mi mente se queda en blanco. Porque lo mismo pudiera ser un furibundo castrista como Balaguer en Dominicana, tras la muerte del dictador Trujillo, que reaparezca vestido de demócrata. O un disidente actual.
A los reporteros foráneos les gusta que les mencionen nombres. La quiniela la encabeza Yoani Sánchez, aunque la bloguera en diversas entrevistas ha dicho que la silla presidencial no es lo suyo. No estaría mal que el futuro presidente sea una mujer. Menos Mariela Castro, votaría por cualquiera. Ahí están abogadas como Laritza Diversent o Yaremis Flores, aunque a ellas por su mente no les ha pasado ser estadistas.
O Rosa María Payá. Si algo se necesita en la futura Cuba es del alma femenina. Sobra testosterona. De cualquier manera, no me queda claro si los actuales líderes de la disidencia, de uno y otro sexo, estén en condiciones de formar un gobierno abierto, transparente y con una democracia real.
Dentro de la disidencia hay demasiados egos y protagonismos destructivos que poco o nada ayudan. Si se dejaran a un lado, se hiciese un mejor trabajo en la comunidad y hubiese una posición común en su lucha pacífica de cara a una república democrática, es probable que el sueño de muchos no sea una ilusión.
Mientras, seguimos gobernados por los Castro. Y ellos, además del poder y los medios para reprimir a la disidencia, ya tienen en su gaveta los planes de sucesión. Pero la vida suele traer sorpresas inesperadas.
La muerte de Chávez, que no estaba en el guión original de Fidel y Raúl Castro, puede cambiar todo el libreto. Para bien o para mal.