El "Álbum de Recuerdos" de los actos que organizó La Habana para celebrar el centenario de "La Esquina del Pecado", ese cruce de calles cuyos 180 años me empeño en recordar sin más propósito que iluminar un recodo de la ciudad cuyo destino nos retrata, recoge más de una crónica digna de citarse.
Quien sólo repare en la afectación de algunas frases -el lenguaje, como sus usuarios, también envejece, y se despoja de giros y voces con la misma meticulosidad que la piel se despoja de sus células muertas- no comprenderá mi objetivo, que no es exaltar el talento literario de los cronistas sino ilustrar la diferencia entre la forma de sentir a la ciudad de los cubanos de 1936 y la forma actual, donde a la celebración se imponen la melancolía o la indiferencia, y al orgullo capitalino, un sabor a escombro.
Cito: Entre los números más salientes de los festejos del "Centenario de San Rafael y Galiano" en 1936 se destacaron, por su brillantez y belleza, las vidrieras presentadas por El Encanto en todo su frente de la calle Galiano. Lo más atractivo de esa exposición fue el ambiente apropiado de estas figuras, obtenido por los vestidos de novia del año 1836 hasta 1936, y el conjunto, más interesante aun, de joyas, encajes, muebles y adornos antiguos de gran valor, cedidos graciosamente por las damas más distinguidas de la sociedad habanera.
En opinión de las personas más cultas de La Habana, esta singular exhibición ha constituido el espectáculo público más importante que se ha celebrado en esta ciudad en muchos años. La concepción y ejecución de estas vidrieras, en todos sus detalles, fue obra de Ana María Borrero, mujer de positivo talento y excepcionales cualidades artísticas, actual directora del "Salón Francés" de El Encanto".
Aunque el tono de la nota resulte extemporáneo, el hecho al que alude no deja de tener interés: El Encanto, la tienda por departamentos más célebre de Cuba, decidió sumarse a la celebración del centenario de la esquina más emblemática de la ciudad de una manera singular: ofreciendo a todo el que se acercara a sus vidrieras una exhibición que aún hoy atraería a una multitud de curiosos; trajes de novia confeccionados a lo largo de un siglo y, por consecuencia, reflejo fiel de las modas femeninas que desde fechas muy anteriores a nuestras guerras patrias adoptaron muchas jóvenes cubanas.
El "Álbum" también recoge el testimonio de José Solís, uno de los dueños de El Encanto. Vuelvo a citar in extenso porque sus recuerdos nos sitúan en un entorno inédito para quienes muchos años después recorrerían y recorren la barriada, y para quienes, desde el extranjero, nos asomamos a ella a través de fotografías y vídeos:
Yo llegué a La Habana en 1885. Entonces estaba desocupada la casa de Galiano # 85, esquina a San Rafael, donde se fundó la tienda El Encanto, comenzando como una sedería que sólo ocupaba 300 metros por el frente de Galiano. Los portales de la calle tenían barandas y la mayoría de las casas de Galiano estaban ocupadas por familias cubanas de la más alta categoría social.
Junto con su preponderancia comercial, El Encanto fue adquiriendo más prestigio y terreno, pues su volumen de ventas se multiplicó asombrosamente, siendo necesario ampliar el edificio. Fue entonces que se adquirieron las casas de San Miguel # 39, 41, 43 y 62, y, por fin, todo el resto de la manzana por Galiano. Cuando se estableció El Encanto, los tranvías subían por San Rafael tirados por caballos, y sólo había líneas al Cerro y Jesús del Monte. Había que ver el espectáculo y oír el ruido que hacían los caballejos en comunión con los rieles. La Habana era una capital humilde que aspiraba a vivir apaciblemente (...)
Como dato curioso puedo decir que antiguamente se vendía muy poco en el mostrador, ya que existía la costumbre de hacerse llevar la mercancía al hogar. Por otra parte, sucedía esto porque entonces la mujer no tenía la libertad de que goza hoy. La propaganda comercial de la época en que se estableció la tienda se hacía por distintos medios, siendo uno de los más corrientes el de los cronistas, que visitaban los establecimientos en busca de noticias que después se convertían en anuncios.
Nadie sabe adónde conducen Galiano y San Rafael. Deberían conducir al futuro, sólo que el más reciente se les ha revelado tan hostil y longevo que sólo tienen ojos para mirar atrás.
Las calles van como nervios
de sus ruinas al incauto
esplendor que las perdiera.
Las calles van a buscarnos.
Y se pierden en el tiempo,
y regresan al amparo
de la memoria, y se quedan
dormidas bajo los astros.
Son las cintas del sombrero
de la muerte, son el rastro
de Dios, su rumbo indeciso,
son las líneas de sus manos.