Guantánamo, Cuba - La señora que vende los boletos en la agencia Viazul, luego de revisar detenidamente en su añeja computadora de segunda generación, me dice: “Ay, mijo, no hay pasaje para Santiago de Cuba, hoy solo tenemos asientos disponibles en el viaje de las 12 y 30 de la noche del 12 de octubre. No sé si te conviene”, me pregunta, ajustándose sus gafas de tosca armadura.
Mentalmente saqué cuentas. El viaje demoraba casi 16 horas y decidí comprar boleto de ida y vuelta. 102 pesos convertibles, el salario de mes y medio de un especialista médico.
Después que los vientos furiosos de Matthew arrasaran con poblados en Baracoa, Maisí y San Antonio del Sur, mi intención era llegar a Baracoa, la ciudad primada, y contar historias sobre el drama humano que vivieron los moradores de la zona.
Como cualquier reportero, lo ideal hubiese sido acreditarme en una oficina de prensa que, en situaciones especiales, facilitara la cobertura informativa a periodistas nacionales e internacionales. Pero Cuba es una nación singular, donde lo normal es anormal y viceversa.
Las autoridades cubanas no reconocen a periodistas que no trabajan en medios estatales. Incluso, los corresponsales extranjeros acreditados en la Isla deben ser muy cuidadosos cuando redactan sus notas, pues si el Centro de Prensa Internacional, una dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores, considera que fueron excesivamente críticos, les anula sus permisos.
Por tanto, es una postura cínica y arbitraria del régimen verde olivo, declarar en un artículo publicado en Granma que los periodistas sin acreditación que intentan cubrir noticias en Baracoa realizan una labor de provocación.
Periodismo es periodismo. Gústenos o no, reflejar el amplio abanico de opiniones sobre la labor de las autoridades en el proceso de recuperación tras el paso del huracán, forma parte de la libertad de expresión ciudadana. No es propiedad de un gobierno.
Pero volvamos al martes 11 de octubre. Luego de infructuosas gestiones, no pude conseguir un boleto de avión a Santiago de Cuba o comprar un pasaje en moneda nacional en una agencia de ómnibus interprovinciales.
No me quedo otra opción que pagar a precio de oro el viaje a Santiago y que sería una primera escala. Al llegar a la segunda ciudad más importante de Cuba, debía abordar un auto para llegar a Guantánamo y, a la mañana siguiente, intentar llegar a Baracoa, un poblado ubicado a 175 kilómetro de la capital provincial.
El ómnibus salió de la terminal, ubicada en el Nuevo Vedado, justo al frente del parque zoológico de la Avenida 26, a la hora exacta. Viajábamos alrededor de cuarenta personas. Un tercio de ellos extranjeros.
A mi lado se sentó un moreno elegantemente vestido de blanco que portaba varias valijas para sus parientes pobres en Imías, Guantánamo. El hombre reside desde hace ocho años en Lille, Francia. “Allá hago trabajos de santería. Me va muy bien. La religión afrocubana se cotiza a la alza en Europa”, cuenta el santero.
También viajaban cinco mujeres oriundas de las regiones orientales, acompañadas por sus esposos extranjeros. Todos van cargados de paquetes, televisores y computadoras para sus familias.
Your browser doesn’t support HTML5
Durante las primeras ocho horas de viaje, la mayoría de los pasajeros estuvieron durmiendo. En la primera parada para desayunar, en las afueras de Ciego de Ávila, el tema recurrente eran los daños ocasionados por el huracán Matthew en Baracoa y Maísi.
Ya en Guantánamo se percibe un sentimiento de frustración en los ciudadanos. Los restaurantes y establecimientos por divisas están vacíos.
“Ojala existiera un mecanismo para hacerles llegar ayuda y dinero a los que perdieron sus casas en Guantánamo. El gobierno debiera decretar una moratoria a los excesivos aranceles aduanales y permitir ayudas a la gente afectada por el ciclón, vengan de donde vengan las donaciones”, opina Mayara, cubana residente en Ontario, Canadá.
Cerca de las doce del día, el ómnibus hizo una parada para almorzar en una cafetería particular en Las Tunas. Arroz congrí, pollo frito, mariquitas de plátano verde, ensalada de aguacate y lechuga. La comida, bien elaborada, costaba 40 pesos, casi dos dólares.
Los pasajeros comparamos los precios. “En la capital esta comida no baja de 60 pesos. Es que para comer, La Habana, es más cara que Miami”, dice Edgar, cubano radicado en la Florida que viajaba a Jiguaní, Granma, a reunirse con su familia.
Desde Jagüey Grande hasta Santiago de Cuba, se observan campos desbordados de marabú o sin sembrar. Algunos con plantaciones caña para la zafra venidera. En pequeñas parcelas de campesinos particulares o arrendatarios, se descubren siembras de boniatos y plátanos.
Diez periodistas libres, entre ellos un equipo de Periodismo de Barrio, fueron detenidos por la Seguridad del Estado, confiscados sus equipos y a la cañona enviados a sus lugares de origen.
Es increíble como la autocracia verde olivo gasta más de 2 mil millones de dólares en comprar alimentos y no es capaz de poner a producir la tierra. Apenas se ven campesinos labrando el surco.
En las provincias orientales se percibe una pobreza aún mayor. Miserables bohíos con techo de guano o tejas metálicas y sacos de arena encima, intentando resguardar sus cubiertas de los vientos huracanados.
En Contramaestre, San Luis y Palma Soriano se observan personas haciendo colas en las bodegas, para comprar la magra canasta básica que entrega mensualmente el gobierno por la libreta de racionamiento. “Si en Cuba quitan la libreta se muere un montón de gente de hambre”, señala un guantanamero que vive en La Habana.
Pasadas las 4 y 20 de la tarde del miércoles 12 de octubre, el ómnibus por fin llega a la terminal de Santiago de Cuba.
En la piquera de los autos con destino a Guantánamo, estaban estacionados cuatro taxis en moneda dura. Luego de regatear con uno de los choferes, que pedía 30 cuc, aceptó llevarme por 20 cuc. La ciudad del Guaso está a 87 kilómetros de Santiago.
En el trayecto, el chofer me contó de la aguda situación del agua. “Yo vivo en Chicharrones, allá el agua entra cada once o doce días. No entiendo cómo la gente no sale a protestar en las calles. Toda la región oriental está en bancarrota. La gente no tiene plata ni fe en que el gobierno pueda mejorar las cosas”, indica, mientras conduce por la autopista.
Ya en Guantánamo se percibe un sentimiento de frustración en los ciudadanos. Los restaurantes y establecimientos por divisas están vacíos. Varios amigos guantanameros me dicen que es imposible llegar a Baracoa.
“Aquello está tomado. Parece un estado de emergencia. Hay entre 800 y 1,000 boinas negras, además de soldados del ejército. Ayer se encontraban en Baracoa once altos funcionarios del gobierno. Baracoa está que arde. La gente está muy descontenta por la lentitud en recibir las ayudas y por tener que pagar los materiales de construcción a mitad de precio”, me dice el custodio de un almacén.
Diez periodistas libres, entre ellos un equipo de Periodismo de Barrio, fueron detenidos por la Seguridad del Estado, confiscados sus equipos y a la cañona enviados a sus lugares de origen. Por ahora, Baracoa es una plaza sitiada.