Un total de 205 jugadores estaban hasta este martes en las listas de lesionados de las diferentes organizaciones de Grandes Ligas, de los cuales 151 son lanzadores, 81 abridores y 70 relevistas.
Eso significa que los pitchers representan el 73.7% del total de jugadores lesionados, muchos de los cuales se perderán toda la temporada, tras someterse a cirugías del brazo que requieren varios meses de recuperación.
Las más comunes son lesiones del codo en el brazo de lanzar, que terminan casi siempre con la operación Tommy John, para reconstruir los ligamentos.
Entre los estelares que están en ese largo proceso de sanación figuran los dominicanos Sandy Alcántara y Eury Pérez (Miami Marlins), el japonés Shohei Ohtani (Los Angeles Dodgers), Shane Bieber (Cleveland Guardians) y Jacob deGrom (Texas Rangers).
Otros que no han pasado por el quirófano, pero no han podido debutar esta campaña son Justin Verlander (Houston Astros) y Gerrit Cole (New York Yankees).
Hay algunos que ya van por su segunda Tommy John, procedimiento que se ha convertido en algo tan habitual como tomarse una aspirina para un dolor de cabeza.
Es una epidemia que ha provocado un enfrentamiento –uno más- entre el Sindicato de Jugadores (MLBPA) y las Grandes Ligas, en busca de un culpable.
Los Astros, por ejemplo, tienen lastimados, en mayor o menor medida, a sus cinco serpentineros que se proyectaban para formar parte de su rotación abridora: Verlander, el venezolano Luis García, el mexicano José Urquidy, Lance McCullers y más recientemente, el dominicano Framber Valdez.
Tony Clark, líder de MLBPA, achaca la epidemia al reloj de pitcheo implementado por MLB la temporada pasada, que concedía 15 segundos a cada lanzador para realizar cada envío sin hombres en bases y 20 cuando había corredores en circulación. Este último tiempo se bajó este año de 20 a 18 segundos.
La respuesta de la Oficina del Comisionado rechazó de plano esa acusación y alegó que no existe ningún estudio que evidencie que lanzar con premura, medida adoptada para acelerar el ritmo de juego, sea la causa de la epidemia de lesiones.
El brazo humano no está diseñado para lanzar naturalmente una pelota de béisbol a 95, 100 y hasta 105 millas por hora.
Hacerlo requiere una carga física sobrehumana, lo que, unido a las rotaciones que se le da al hombro, el codo y la muñeca para los lanzamientos rompientes, son la tormenta perfecta para que se dañen los brazos.
¿Por qué unos sí y otros no? Es la naturaleza humana. No todas las personas responden igual, como mismo pasa con las enfermedades, algunos las contraen y otros se mantienen inmunes.
Ahí está el cubano Aroldis Chapman, el hombre que más duro ha tirado una pelota en la historia (105.8 mph), quien lleva 15 temporadas imprimiéndole tres dígitos a su bola rápida, como si nada.
La causa hay que buscarla quizás en este béisbol moderno, donde a los aspirantes a firmar contratos profesionales como serpentineros se les exige, como condición primera –y casi única- tirar duro.
Mientras más fuerte lance un jovencito de 16, 17 años, más chance tiene de ser captado por una organización profesional. Lo demás se enseña por el camino, dicen.
Con ese criterio, hoy nadie firmaría a Greg Maddux, uno de los más excelsos lanzadores que haya pasado por Grandes Ligas y cuya velocidad no excedía de las 89 mph.
“Creo que el juego ha cambiado mucho, sería más fácil echarle la culpa al reloj de lanzamiento, pero en realidad, todo influye un poco. Lo más importante es que el estilo de lanzamiento ha cambiado mucho, todos están lanzando igual de fuerte, como puedan y hacer girar la pelota lo más fuerte que puedan. Es un arma de doble filo”, dijo Verlander a una emisora local de Houston.
El sindicato busca un culpable por aquello de tener que defender la salud de sus afiliados.
Pero, por otro lado, los dueños de equipos sufren con cada lesión, porque conlleva un costo económico millonario en salarios que deben pagar por peloteros que están fuera de acción.
Olvídense si esos sueldos los cubre un seguro. Al final, es dinero que sale del bolsillo de las franquicias.
Nadie tiene la verdad sobre el tema. Pero lo cierto es que existe un problema que crece cada día como una avalancha de nieve y no se sabe a dónde va a parar.