Con botas pantaneras, maletas envueltas en bolsas plásticas y machetes recién afilados, emigrantes cubanos se adentran en la selva que les llevará a Panamá desde la localidad caribeña de Capurganá (Chocó), en Colombia, donde el gobierno lanzó un plan de deportaciones.
"No queda otro recurso que echarnos a la selva. Responsabilizamos de lo que nos pase al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos; a su canciller, María Ángela Holguín (...) y a la coalición internacional, encabezada por (el mandatario ecuatoriano) Rafael Correa, por darnos la espalda", dice a AFP Luis González, mientras se apertrecha.
De 30 años y acompañado por su pareja, González es uno de los centenares de cubanos que quedaron varados en la ciudad colombiana de Turbo, a unas tres horas en lancha de Capurganá, cuando en mayo Panamá incrementó sus controles fronterizos.
Esta semana el gobierno de Colombia lanzó un "plan de choque" contra la migración irregular, ofreciendo salvoconductos a quienes prefirieran dejar el país por sus medios o la "deportación obligatoria" en caso contrario.
González optó entonces por seguir camino por la inhóspita selva del Darién que separa a Colombia de Panamá.
"¿Va hacia Estados Unidos?", se le pregunta antes de abandonar Capurganá junto a una veintena de cubanos guiados por un coyote, y responde: "Viajamos hacia donde encontremos libertad".
Ante las acciones del gobierno, en los últimos días ha aumentado el número de cubanos que ha salido desde el puerto de Turbo, por el que -según autoridades locales- han pasado en menos de tres meses casi 8.000 emigrantes, la mayoría, cubanos, aunque también de Haití y de países asiáticos y africanos.
RCN Radio reporta que los que llegan tras viajar unas dos horas y media por mar desde Turbo a Capurganá buscan evitar una posible deportación.
El gobernador de Chocó, Jhoany Palacios, aseguró que la mayoría son cubanos, y advirtió que la administración local no tiene recursos para brindar una atención humanitaria a estas personas, entre ellos, niños.
“Es de preocupación. Han llegado muchos inmigrantes que han querido pasar por nuestro departamento para llegar a Panamá. Los coyotes trafican con estas personas. Es algo muy difícil de controlar porque nosotros no tenemos los recursos”, dijo el mandatario local.
“En Capurganá, más de 600 inmigrantes llegaron y cuando amaneció, ya no estaban. Todos los días los presupuestos se han ido deteriorando y creemos que el Gobierno debe controlarlo desde la frontera”, puntualizó Jhoany Palacios.
Los caseríos de Capurganá y Sapzurro, junto al paso fronterizo con Panamá, son su primer destino. A sus playas llegan en lanchas y luego se pierden en la espesura del Darién.
El párroco de Capurganá, José Medina, dice que llegan unos "300 inmigrantes diarios", por lo que "es imposible hacerle frente" a la situación. Solo hay 13 policías y las mafias de tráfico de personas son más poderosas.
Si "hay muertes en los montes o selvas, no hay cómo saberlo", asegura.
Según los locales, el recorrido selvático puede durar desde seis horas hasta una semana, dependiendo del grupo, la carga y cuán avezado sea el coyote.
A Odalys Sabatés, enfermera cubana, casi se le va la vida en esa selva, donde se vio perdida hace unos meses junto a su esposo, su sobrina y su hijo de 11 años.
Al cruzar un río se separaron del grupo. "Pasaron cuatro noches y cinco días, no teníamos comida, los pies destrozados, mi esposo y yo llorando porque se iba a morir nuestro hijo en la selva. Hasta que encontramos unos indígenas que nos cruzaron en canoa y nos vendieron comida", relata Sabatés, de 51 años, entre sollozos.
Habían salido de Sapzurro en abril, y allí están otra vez porque, aunque lograron llegar a Panamá, fueron devueltos a Colombia.
"Salimos de Cuba en 2015 porque mi esposo era periodista independiente y presidía una asociación de ayuda a presos políticos. Como éramos opositores, a mi hijo en la escuela lo maltrataban y los otros niños no jugaban con él", relata, asegurando que primero estuvieron varios meses en Ecuador.
"No teníamos apuro por llegar a Estados Unidos en un día, sino que nuestro hijo estuviera en un país donde se pudiera vivi,r y en Ecuador pedimos refugio, pero cuando nos dijeron que no daban a cubanos decidimos salir hacia aquí", cuenta.
La locura del Darién no piensa volver a vivirla, así que por ahora espera respuesta a una solicitud de asilo, a ver si puede instalarse junto a su familia en Bogotá, donde tienen un amigo cubano.
Mientras tanto, trabajan limpiando la playa o echando una mano en restaurantes de Sapzurro, por donde ven pasar a diario a cientos que, como ellos, probarán suerte en la selva.
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