El 15 de abril de 1980, hace exactamente 40 años, comenzó el Exodo del Mariel, una de las escapadas masivas más grandes de la historia de Cuba. 125 mil cubanos dijeron adiós a la revolución socialista y en abarrotadas embarcaciones, piloteadas o enviadas por compatriotas exiliados, llegaron a los Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter, a recomenzar sus vidas en "tierras de libertad", frase que aún suelen repetir con orgullo los protagonistas de aquella epopeya y otros miles que han continuado huyendo del comunismo caribeño en las siguientes 4 décadas.
El germen de aquella gigantesca estampida social comenzó unos días antes, cuando un pequeño grupo de civiles desvió la ruta de un autobus público (una guagua, como se dice en Cuba) y entraron a la Embajada del Perú con el objetivo de obtener asilo político.
En esta operación un guardia de seguridad resultó herido en el fuego cruzado con sus propios compañeros y murió rumbo al hospital.
Tomando el accidente como pretexto, Fidel Castro intentó intimidar a la Embajada del Perú con el retiro de la protección si no le entregaban a quienes entraron al recinto. Los diplomáticos peruanos no cedieron ante las amenazas y protegieron a los refugiados. De ahí que el dictador, como desquite, manifestó públicamente que todo aquél que quisiera asilarse en la Embajada lo podría hacer sin enfrentar represalias.
La sorpresa
Castro jamás imaginó lo que en sólo horas desataría aquella decisión. "Craso error. En tres días entraron en la embajada 10.856 personas: 5 personas por metro cuadrado de jardín. Fue un caso único en la historia de las relaciones entre países. Eran una muestra absoluta de la sociedad: había médicos, ingenieros, agricultores, abogados, gente muy educada, menos educada y nada educada. Había personas vinculadas a la revolución, incluso miembros del Partido Comunista, y desafectos. Había niños llevados por sus padres, adolescentes estimulados por la aventura y ancianos. No eran solo habaneros. Se corrió la voz por toda la isla", recuerda el escritor, periodista y analista político cubano Carlos Alberto Montaner.
La respuesta del pueblo cubano disgustó aún más al mandatario y ante el inusitado auge del fenómeno autorizó a los exiliados cubanos a atracar en el Puerto del Mariel para recoger a los familiares que desearan abandonar el país.
El régimen cubano no podía admitir que tantos cubanos quisieran irse y les estigmatizó como delincuentes, vagos, inadaptados, enfermos mentales. Pero, según cifras que se han manejado en todo este tiempo, mucho "menos del 10% eran locos o criminales", afirma Montaner, quien reconoce que "el estigma les afectó a todos los marielitos e incluso a los cubanos en general. Cuarenta años después, los marielitos tienen un desempeño económico y social semejante al de la media blanca norteamericana, pero han servido, además, para revitalizar el mundo artístico hispano en Estados Unidos".
Lee también Los escritores y artistas de la generación del Mariel"Fidel enseguida pensó en trasladar el problema a los odiados gringos. Lo había hecho en 1965. Provocó una crisis, admitió que los cubanos del exilio recogieran a sus parientes, lo que se convirtió en un dolor de cabeza para el gobierno de Lyndon Johnson, y les dio salida por el puerto de Camarioca. Washington entró por el aro. Estableció una válvula de escape legal y le llamó “Vuelos de la Libertad”. Entre 1965 y 1973 salieron 300.000 cubanos ordenadamente. Otros dos millones se quedaron almidonados y compuestos, listos para partir. En 1980 insistió en el mismo esquema. Primero creó el conflicto. De nuevo autorizó la flotilla de exiliados que recogieran a su parentela, pero para evitar vacilaciones utilizó y "quemó" a Napoleón Vilaboa para iniciar los viajes. Se trataba de un teniente coronel de la inteligencia infiltrado entre los exiliados que le fue muy útil a La Habana. Sólo cambió el puerto de salida. En esta oportunidad no sería Camarioca, sino Mariel", precisa Montaner.
Represión vs. libertad
Aunque Castro prometió que no habría represión, sí fueron miles los cubanos a quienes en actos de repudio les tildaron de escoria, sufrieron maltratos psicológicos, vejaciones. El régimen desató una ola de odio y violencia en la que vecinos y hasta familiares de quienes manifestaron su deseo de irse les gritaron todo tipo de ofensas, sus casas fueron pintarrajeadas con improperios y malas palabras, les lanzaron huevos, piedras, les golpearon a tal punto que hubo quien perdió la vida. Todo por el hecho de no querer abrazar el comunismo y abandonar la isla.
Castro "sacó a los niños y jóvenes de las escuelas para los mítines o actos de repudio. Los estudiantes mataron a algún maestro que descubrieron fugándose. Un camarógrafo apellidado Muiñas –eso me lo contó llorando en Madrid–, cuando dijo que se iba del país, lo obligaron a caminar de rodillas entre compañeros de trabajo que lo escupían, insultaban y golpeaban. Perdió un ojo en la golpiza", relata el autor de Cuba: claves para una conciencia en crisis y Viaje al corazón de Cuba.
En sus propias palabras
En su columna dedicada a "los 40 años de aquella infamia" Montaner cita las palabras que el cineasta cubanoamericano Jorge Ulla, director del más reconocido filme sobre El Mariel, En sus propias palabras, quien en la presentación de este documental en la Biblioteca Pública de Nueva York, en abril de 1983, dijera lo siguiente:
“La película En sus propias palabras fue una encomienda de la administración Carter. La idea era documentar cómo las diferentes agencias gubernamentales prestaban sus servicios en medio de la crisis. Cuando se escuchó lo que decían los recién llegados se reveló ante todos otra película: la de un testimonio coral que desmontaba una serie de mitos ambiguos sobre Cuba —se hacían visibles muchas grietas sociales a través de las cuales muchos de los enamorados del "proyecto cubano" podrían, de repente, cuestionar o revalorizar aquel proyecto de una manera crítica. En el documental de 29 minutos hablaban con desazón desde el trabajador, un ciudadano de a pie, hasta un novelista de la talla de Reinaldo Arenas. Sería la primera vez que Arenas hablaba ante una cámara. Se trataba de un fenómeno insólito que hallaría su mejor repercusión entre la intelectualidad y las izquierdas más entusiastas. De pronto, el paraíso era una fuente de desencanto. El presidente Carter le agarró cariño a esa película y estuvo mostrándola en la Casa Blanca a varios invitados. La USIA [Agencia de Información de los Estados Unidos, creada en 1953 por el presidente Dwight D. Eisenhower] la pasó en más de 50 países. Jack Anderson escribió en The Washington Post algo exagerado: "bastaron 29 minutos para revelar lo que pasa en Cuba". Como era un material de la USIA no se podía exhibir en Estado Unidos. Una resolución del Congreso permitió que se pasara aquí y, además, que quedará archivada en la Biblioteca del Congreso. A partir de eso, la vieron en cientos de universidades y bibliotecas públicas”.
Después de tantos años de miedo
Víctor Andrés Triay es el autor de The Mariel Boatlift: A Cuban American Journey. Para este historiador y profesor cubanoamericano, el éxodo del Mariel es uno de los más intensos y reveladores momentos en la historia de Cuba y de los Estados Unidos.
"La Revolución Cubana en ese momento cumplía más de veinte años en el poder. El régimen castrista ya había tenido tiempo suficiente para imponer todos sus programas y todos sus experimentos sociales. Todos fracasaron. Pero sí había producido algunas cosas en abundancia: miseria, represión, emigración, separación –en muchos casos permanente– de la familia cubana. Nunca en la historia de Cuba ni del hemisferio un gobierno había sido responsable por la separación de tantas familias como el régimen de La Habana", precisa Triay.
Según el autor de libros sobre la Operación Pedro Pan y la invasión a Bahía de Cochinos, los cubanos en 1980 estaban "sofocados" bajo las represiones del totalitarismo. Pero "en lo más profundo del alma cubano existía el deseo y la necesidad de respirar el aire de la libertad. Los gobernantes no entendían la desesperación del pueblo. Tenían la impresión que después de tantos años de sembrar el miedo con sus Comités de Defensa, con sus expedientes acumulativos en los trabajos y en las escuelas, con su fuerte y constante adoctrinamiento a varias generaciones de jóvenes, con asegurar que la información de resto del mundo no llegara al pueblo, con aislar el pueblo de una forma que fueron superados nada más que por Korea del Norte, con sus prisiones políticas y sus campos de concentración para los jóvenes que no se adaptaban a su forma de pensar y actuar, con su presión social para que el pueblo se integrara a una sociedad totalitaria a través de organizaciones de masas, con su censura total, con sus amenazas contra el que no les siguiera, con su difamación y sus calumnias contra todos que habían escogido el exilio, con todo eso: pensaban que habían extinguido cualquier oposición, cualquier sentimiento que no aprobasen, sobre todo el deseo de marcharse para el exilio".
El régimen humillado
La magnitud del éxodo, al decir de Triay, equivalió a que mucho más de 125 mil cubanos "votaran con sus pies" en contra del régimen castrista. "Cientos de miles más se hubieran ido si las puertas se hubieran quedado abiertas. Y los 125,000 no se fueron bajo condiciones fáciles, así como el régimen, furioso al haber sido humillado delante del mundo entero, soltó a sus infames Comités de Defensa para que organizaran sus asquerosos actos de repudio a lo largo de la isla contra los hombres, mujeres, niños, y ancianos que eligieron salir. Y, sí, las turbas mataron personas inocentes, directamente o indirectamente. Pero siguieron saliendo, a pesar del peligro".
Para el autor de Fleeing Castro: Operation Pedro Pan and the Cuban Children’s Program, Bay of Pigs: An Oral History of Brigade 2506 y The Unbroken Circle, el éxodo del Mariel mostró "que a un pueblo se le puede asfixiar, se le puede tener la bota presionada contra su garganta, se le puede forzar la cabeza bajo del agua, pero en cuanto ese mismo pueblo siente la oportunidad de poder respirar, cuando ve la luz de poder vivir libremente, pierde el miedo y se estira para llegar a la luz, se llena de coraje y se le endurece el rostro y atraviesa cualquier tormento que pudiera sufrir o cualquier tormenta que pueda producir la naturaleza".
"Y hay otras preguntas: ¿Por qué el régimen tuvo que dar el permiso para que los cubanos pudieran emigrar? Emigrar se considera un derecho humano. ¿En qué país del mundo el gobierno le dice a su pueblo "se pueden ir", pero después le muestra cómo entre el momento en que expresas tu deseo y el momento en que estés en el mar, te vamos a atormentar, vamos a mandar turbas para acosarte, los maestros de tus hijos los van a humillar, las casas van a ser rodeadas con turbas insultándoles, les vamos a tirar huevos y papas con navajas incrustadas, vamos a confinarlos en centros de concentración con guardias armadas y perros, y en el barco en que se vayan si caben 25 personas obligaremos al capitán con una ametralladora a que lleve 50 para que se hundan en el mar. ¿Quién hace eso? Un sistema enfermo. Un sistema inmoral", sostiene el historiador y profesor de Middlesex Community College en Connecticut.
"Pero todos los cubanos que pudieron se fueron de todas formas. De ahí que El Mariel representa el deseo natural de la persona ser libre, y las medidas, los riesgos y las dificultades que uno está dispuesto pasar para llegar a donde pueda respirar", destacó.
Una transformación radical de la existencia
El periodista Humberto Castelló, exdirector ejecutivo de El Nuevo Herald y exdirector de Noticias de la Oficina de Transmisiones a Cuba, llegó a Estados Unidos gracias al Mariel.
“Mariel no fue una oportunidad ni una circunstancia puntual en mi vida sino una transformación radical de mi existencia. Vivir en los EE.UU. e insertarme gradualmente en su tejido social y económico fueron los pasos firmes hacia una vida con sentido de libre autodeterminación, impulso hacia el progreso y conciencia de responsabilidad cívica. Mariel fue el puente entre un hombre sin atributos y un ciudadano en la plenitud de sus derechos, aspiraciones y deberes”, declaró a Radio Televisión Martí.
Por su parte el escritor Néstor Díaz de Villegas, quien con sólo 18 años de edad, por escribir un poema contrarrevolucionario, fue condenado a 6 años en un campo de trabajo forzado, llegó al exilio en 1979 y presenció Mariel desde Miami:
"Podrá imaginarse lo que significó la toma de la embajada del Perú para los que la seguimos en tiempo real si se toma en cuenta la superioridad informática del mensaje electrónico sobre la experiencia dura. Como televidentes, vivimos la plenitud del evento –el tapiz y su reverso– mientras que los protagonistas sólo tuvieron acceso a un fragmento, a una versión censurada de la trama. Precursora del affaire Eliancito, la crisis fue la inserción de Cuba, y de su historia moderna, en el circo global. Antes de que se oyera por primera vez la palabra Mariel, y antes de que zarpara el primer camaronero, la ciudad se aprestaba para un gran evento. Nunca antes (o después) en la historia de este pueblo se había visto tamaña movilización. La gente empeñaba sus casas para comprar un bote; se acaparaban vituallas, enseres, salvavidas. Cada puerto y cada muelle se convirtió en una Compañía de Indias donde se fraguaba la gran aventura del Mariel. Había algo melvillesco en esos preparativos y no creo exagerado decir que nuestra proverbial ligereza nos llevó a precipitar el desenlace y a decidir la partida a favor del astuto monstruo de las profundidades", escribió De Villegas, quien 37 años después regresó a Cuba y escribió la crónica De donde son los gusanos.
El Mañana
No son pocos los libros, de diversos géneros, que se han publicado por 40 años sobre el fenómeno del Mariel. La periodista cubanoamericana Mirta Ojito, ganadora del Premio Pulitzer, se crió en el barrio habanero de Santos Suárez escuchando el anhelo de padres, que no estaban de acuerdo con el régimen comunista, de abandonar algún día el país. Finalmente llegó el 10 de mayo de 1980 y aprovechando el éxodo pudieron decirle adiós a la isla a bordo de un barco nombrado Mañana. De ahí el título de su libro de memorias, El Mañana, con el que regresa al evento en su adolescencia que cambió su vida, como las de tantos miles, para siempre.
"Es un relato conmovedor de cómo una niña creció desgarrada entre las críticas contra el gobierno que reinaban en su casa y el arrastre de una revolución que exigía lealtad absoluta. El Mañana ofrece una mirada inolvidable dentro del corazón de una valiente refugiada adolescente", se lee en la descripción del libro.
Recordando aquel adiós escribe Ojito en una de las páginas: "Tenía el corazón en la garganta, como si se me quisiera salir y quedarse. Tragué en seco. Siempre había pensado que me iría de Cuba de día y vería mi isla en todo su esplendor (...). Concéntrate, le ordené al cerebro, para que recordara el más mínimo detalle de mi isla. Esta es la última vez que ves a Cuba, me dije. Absórbela toda (...). Volví a mirar a tierra, pero se había vuelto más amarilla que parda, el agua más azul que verde. Debí haber traído una piedra, un poco de agua, un puñado de tierra, pensé, y me quedé mirando el horizonte hasta que me dolieron los ojos y la tenue franja de la costa se fundió en el horizonte. Nada más quedaba el agua. Me incliné fuera de la proa y empecé a vomitar".
Sobre su motivación dice la autora: "Fui a Cuba en enero del 1998 a cubrir la visita del Papa Juan Pablo II. A mi regreso pensé mucho en el Mariel. En aquella época trabajaba en The New York Times cubriendo temas de inmigración y me di cuenta que mi historia también era una historia de inmigración y no sabía mucho de ella, aparte de mi historia personal. Decidí investigarla, partiendo de una pregunta y un urgente interés por encontrar al capitán del barco que nos trajo de Cuba, fundamentalmente, para agradecerle lo que hizo por nosotros. Así que estaba motivada por dos cosas: la curiosidad y el agradecimiento".
El descrédito irreversible de Fidel
Alexis Jardines Chacón es un escritor, profesor y filósofo cubano que se exilió en 2011 en Puerto Rico y luego se radicó en Miami. Según su opinión, "la Revolución Cubana -en tanto hecho sociopolítico- cerró su ciclo histórico en 1961, mientras que su posterior proceso de sovietización, en tanto expectativa de futuro, colapsó a partir de los viajes de lo que dieron en llamar la "comunidad cubana en el exterior” o, simplemente, “La comunidad”. Es este el momento preciso en que los antiguos gusanos fueron, por obra y gracia del dictador insular, transformados en mariposas. Los 80 ya son, pues, los tiempos del postcomunismo y del descrédito irreversible de la figura de Fidel Castro".
No fue testigo ocular de los sucesos del Mariel, pues en 1978, justamente el año en que Castro legalizó "los viajes de la comunidad", arribó a la Unión Soviética, donde se licenció y obtuvo una maestría en Filosofía por la universidad Estatal de San Petersburgo. Pero luego de años de estudio, en su opinión, dichos viajes "pondrían al descubierto ante muchos cubanos la falsedad tanto del mito antimperialista como del mito revolucionario" y resultaron "una suerte de pre Perestroika".
Fidel fue el engañado
Para el autor de Filosofía cubana in nuce: Ensayo de historia intelectual y El enigma del movimiento, se impone la pregunta de si fue Castro quien en realidad provocó el éxodo del Mariel:
"Moral piensa que sí. Y aunque no brinda alguna prueba concreta es cierto que en el contexto general de la emigración hacia los Estados Unidos se pueden identificar hasta ahora tres grandes éxodos cada 15 años, aproximadamente. Visto así, no parece ser algo casual. Sin embargo, ¿qué interés podría tener Castro en el caso del Mariel? Lo que podemos constatar es una cadena de sucesos: Fidel pretendió ejercer su autoridad con los primeros refugiados en la embajada y Lima lo desafió. Quiso entonces castigar a los peruanos retirando la protección de la embajada y en día y medio el número de refugiados dentro del inmueble creció de 6 hasta algo más de 10 000. La solución de este caos creyó encontrarla en la apertura del puerto de Mariel y pronto advirtió que la cifra de los que aguardaban para enlistarse como emigrantes a lo largo de todo el territorio nacional, al decir de algunos, superaba el millón. Es en este punto donde Castro -según sostiene Moral- recurre, por una parte, al terrorismo y al populismo implementando los archiconocidos actos de repudio y, por otra, al crimen de bandera falsa, ordenando el incendio del círculo infantil más grande del país. ¿Cómo entender todo este entuerto del Mariel? ¿Acaso, Fidel creía realmente que tenía el apoyo del pueblo y se la jugó? No. Fidel creía que aún tenía engañado al pueblo y se la jugó, para terminar descubriendo, paradójicamente, que el engañado por la propia propaganda revolucionaria y por la complacencia de sus más cercanos colaboradores, había sido él mismo".
El mayor triunfo
Jardines Chacón está convencido de que el año 1980 "cambio la perspectiva de la realidad de todos los cubanos" y que a partir del Mariel "una especie de pacto entre gobernados y gobernadores regiría la vida pública, si bien no la privada. Para los primeros, la doble moral. Para los segundos, la aceptación de la apariencia en lugar de la realidad. Y la moraleja de todo esto es que Fidel Castro murió sabiendo que el proyecto socialista no funcionaba, que los dirigentes no eran confiables en absoluto y, sobre todo, que el pueblo cubano no lo quería y no lo necesitaba", asevera el doctor en Filosofía por la Universidad de La Habana, donde como ejerció como catedrático durante 15 años y obtuvo la categoría máxima de Profesor Titular Principal.
El éxodo del Mariel movilizó y mantuvo en vilo a una buena parte del país por largos meses. Culminó el 31 de octubre de 1980 cuando las tropas militares de Castro le ordenaron a los últimos 150 barcos que aún estaban atracados en el Puerto del Mariel que tenían que regresar a Estados Unidos sin esperar a que sus familiares abordaran. Miles vieron en ese momento deshacerse la esperanza de dejar atrás el comunismo. Pero para aquellos 125 mil que desembarcaron en Cayo Hueso, el haber logrado escapar del castrismo e instalarse en Estados Unidos fue el mayor triunfo que podían imaginar.