La guerra ruso-ucraniana ha estado ocurriendo durante casi un año y medio. Ninguno de los objetivos declarados de la llamada "operación especial" se logró, y su resultado fue cientos de miles de muertos y heridos graves del personal militar ruso, bombardeos de ciudades rusas y una caída significativa en el nivel de vida de la población rusa. Sin embargo, según la última encuesta realizada por el Centro Levada, al 68% de los rusos le gustaría ver a Vladimir Putin como presidente de Rusia después de 2024, escribe CEPA.
Además, la sociedad rusa ignoró en su mayor parte el escandaloso discurso de Yevgeny Prigozhin, el fundador del grupo paramilitar Wagner, en el que refutó todos los pilares de la propaganda rusa sobre las causas de la guerra en Ucrania. Aunque Prigozhin fue oficialmente “perdonado” por las autoridades rusas y se reunió personalmente con Putin en el Kremlin 5 días después de la rebelión, y sus declaraciones — sin haber sido refutadas oficialmente por nadie— no causan disonancia en nadie.
La guerra como fenómeno natural
Estas tendencias inquietantes son bastante comprensibles si tenemos en cuenta la evolución de la actitud psicológica de la mayoría de los rusos hacia la guerra. Al comienzo de la invasión a gran escala de Ucrania, los sociólogos notaron que, en el fondo, muchos de los que apoyan la guerra "conocen la verdad", pero tratan de evitarla de todas las formas posibles debido a la intolerancia de tal conciencia. Esta necesidad dio lugar al fenómeno del "conformismo suicida", en el que las propias personas luchaban por creer que un golpe más a la vida normal era necesario, correcto y emprendido por su propio bien.
Impulsado por esta necesidad, el ciudadano promedio ruso buscó obtener alguna explicación de lo que estaba sucediendo, sin importarle su verosimilitud. Al comienzo de la guerra abierta, la mayoría rusa trató de justificar la necesidad de iniciar la llamada "operación especial", eligiendo entre sus justificaciones más absurdas la más adecuada para ellos. Sin embargo, con el tiempo, los sociólogos notan un aumento en la negación del hecho mismo de que Rusia lanzó una “operación especial”, y la percepción de la guerra como una especie de fenómeno espontáneo y natural que surgió como por sí solo.
Como señala Svetlana Yerpyleva, investigadora del Centro de Investigación de Europa del Este de la Universidad de Bremen, “dentro de esta justificación, la guerra se presenta como un fenómeno natural desagradable e incluso catastrófico. Puede ser terrible, cobrar vidas humanas, pero no tiene sentido “oponerse” a él: no nos oponemos a las inundaciones, los huracanes y los terremotos. Esto significa que hay que aguantar la guerra, como un desastre natural”.
Esta explicación es peligrosa, porque las causas del conflicto pasan a un segundo plano y, en general, dejan de tener importancia. Si la guerra se convierte en un fenómeno natural, entonces no importa cómo comenzó y qué tan justificada fue, al igual que las personas están poco interesadas en las causas de los desastres climáticos, y solo es importante la estrategia de supervivencia en su contexto. En este sentido, las palabras de Prigozhin —que podrían haber resonado en los primeros meses de la guerra— ya no son significativas para la mayoría rusa.
Agente del gobierno mundial
Otro peligro de tal conciencia radica en el hecho de que sobre su base surge una percepción mitificada de la guerra, que no puede ser refutada, ya que básicamente carece de toda lógica. Se pueden distinguir las siguientes características.
Primero, es la certeza de que la guerra fue iniciada por algún mal absoluto. El papel de este mal lo puede jugar Estados Unidos, que de esta manera trata de mantener su tambaleante estatus de hegemonía mundial, o el Occidente, que se ha esforzado por destruir a Rusia durante siglos. Al mismo tiempo, no importa en absoluto cómo, según la propaganda, el "terrible enemigo" comenzó la guerra: si había provocado que Moscú tomara una "decisión de fuerza", si la desató con sus propias manos o, incluso, atacó a Rusia de alguna manera incomprensible. Lo principal es que el objetivo del conflicto es la "destrucción de Rusia".
Para aquellos que están aún más inclinados a las teorías de la conspiración, se está difundiendo la teoría sobre una poderosa "secta mafia judía". Se trata de un "gobierno mundial masónico judío" que supuestamente provocó la guerra para "expandir el espacio vital a expensas de Ucrania y Rusia." Es significativo que con el inicio de una invasión a gran escala, dichos pasajes antisemitas comenzaron a aparecer no solo en medios marginales, sino también en los canales de Telegram, los cuales, según investigaciones periodísticas, son supervisados directamente por el Kremlin.
Los predicadores ortodoxos aseguran que los "globalistas" han creado un "plan para despoblar el planeta a finales del siglo XXI", y solo Rusia está salvando al mundo de esto. ¿Cómo Putin —que dio la orden de matar a un gran número de personas— salva la vida en el planeta?, los teóricos de la conspiración no se molestaron en explicar. Al mismo tiempo, es muy significativo que la audiencia de tal propaganda evite por toda costa hechos simples: incluso si asumimos que el "Gobierno Mundial" existe y realmente soñó con comenzar una guerra en Ucrania, Vladimir Putin realmente la inició. En esta lógica, resulta que él es el agente de los "globalistas",”de los estadounidenses” y otras formas del "mal absoluto".
Es interesante que algunos de los teóricos de conspiración, sin la carga de acuerdos con las autoridades, llegaron a tal conclusión e, incluso, comenzaron a hablar con sentimientos contra la guerra, por supuesto, a su propia manera. En particular, Andrey Devyatov, un exoficial de inteligencia militar bastante conocido entre ellos, llama directamente a la guerra con Ucrania como si fuera un "plan de Israel", y Putin es el conductor de este plan. Según él, las letras V y Z —que se han convertido en un símbolo de la invasión rusa— no significan nada más que "Victoria de Zion" (en algunas versiones - Vivat Zion).
Con todo el matiz abiertamente nazi de tales conclusiones, se puede ver que los radicales antisemitas argumentan con más lógica que la mayoría de la sociedad rusa, aunque solo sea porque no niegan la culpabilidad de Vladimir Putin en desatar la guerra. Sin embargo, en la mente de la "mayoría de Putin" ganó la imagen mitológica del mundo, según la cual el presidente ruso se opone al "mal absoluto" y, por lo tanto, no puede ser parte de él, haga lo que haga.
Fatalismo sin rumbo fijo
En segundo lugar, otro peligro de percibir la guerra como un fenómeno natural conduce a la pérdida del significado de sus objetivos para la mayoría de los rusos. Si la guerra es un proceso tan natural como la lluvia o la nieve, esto significa que no sólo su aparición, sino también su final no depende de la voluntad de las personas. En este contexto, el hecho de no lograr los "objetivos de la operación especial" declarados o, incluso, la ignorancia del público de tales objetivos no es capaz de causar decepción para los rusos, solo significa que las autoridades aún no han encontrado una manera de hacer frente a los elementos furiosos.
La tercera consecuencia de tal conciencia es el crecimiento de la "impotencia aprendida" y un fatalismo peligroso en el que las personas están dispuestas a morir sin rumbo fijo. Según las encuestas de opinión, en septiembre el 55% de los rusos opinaba que el país avanzaba en la dirección correcta. Para junio, esta cifra ya había crecido al 73%, y esto a pesar de los ataques en territorio ruso y la pérdida de partes de las regiones ocupadas ucranianas (las regiones de Járkiv y de Jersón). Al mismo tiempo, más de la mitad de los rusos no pueden nombrar un solo objetivo militar específico logrado.
La disposición a morir y matar sin ningún propósito consciente es bastante aterradora. El único punto alentador aquí es que, según muchos expertos, si Putin entiende que una respuesta dura es inevitable, no hay necesidad de temer el uso de armas nucleares por su parte. Sea como fuere, la sociedad rusa claramente no es una fuerza capaz de detener que sus autoridades cometan actos dementes.
(Artículo reproducido con autorización del Center for European Policy Analysis (CEPA))