No es la primera vez que escribo sobre el período 1895-1898 como la llave maestra que nos da acceso a las claves de la turbulenta historia de Cuba y su presunto diferendo con Estados Unidos.
Cabe la posibilidad de que este sea un ejercicio estéril porque tanto su pueblo como sus intelectuales han experimentado un trauma cultural que prácticamente los ha despojado de identidad y arraigo a tradiciones ancestrales, alentando en ellos el cinismo ante cualquier modelo de vida respetuoso de la ley y el orden público.
Paradójicamente, la anexión de Cuba a Estados Unidos (sin necesidad de suscribir acuerdos ni promesas comprometedoras) ya va en camino, impulsada por la convergencia de la historia, la globalización y la geopolítica, corriente subterránea en la que la ceguera de ineptos y fanáticos sólo atina a vislumbrar el fantasma de la fruta madura sin detenerse a contemplar la desembocadura del río. Como más tarde o más temprano cubanos y norteamericanos hemos de pasar de vecinos a familia, conviene conocer un poco mejor las desavenencias y los mal entendidos entre nuestros antecesores, cosa nada fácil por los diversos patrones históricos en torno al período que nos ocupa.
La intervención de Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba en 1898 impidió, a mi juicio, que el conflicto concluyera con un nuevo Pacto del Zanjón, como el que puso fin al primer intento independentista en 1878. Un hombre de la experiencia militar del entonces presidente de Estados Unidos, Ulysses S. Grant, resumió en 1875 el futuro de la contienda que aún no había terminado y la que estaba por venir: "Cada bando parece bastante capaz de producirle graves perjuicios y daños al otro [pero] ambos han fracasado en obtener ningún éxito por el cual un bando llegue a poseer y controlar la isla... En tales circunstancias, los oficios de otros, sea la mediación o la intervención, parecen ser la única alternativa que más tarde o más temprano debe invocarse para que termine la lucha".1
Tres años después de comenzada la guerra de 1895, la predicción de Grant se verá confirmada en el teatro de operaciones: Los peninsulares juraban que gastarían en Cuba hasta la última peseta por conservar la isla, pero no conseguían derrotar al heroico Ejército Libertador. Sin embargo, los insurrectos tampoco lograban ocupar y retener las mayores plazas del país; Antonio Maceo y José Martí habían muerto; escaseaban las municiones, la artillería y los alimentos. El 26 de febrero de 1897, el general español Valeriano Weyler informa a Madrid que Pinar del Río, La Habana y Matanzas estaban completamente pacificadas. Desesperado, Máximo Gómez le pide refuerzos a Calixto García y este le responde el 28 de abril de 1897, en carta pocas veces citada en su totalidad, que la insurrección estaba a punto de colapsar: "No creo que ni siquiera Maceo, que una vez llevó al oste a dos o tres mil hombres desde Oriente, pudiera hoy levantar ni quinientos... Fue un empeño en que, después de todo, fracasó Maceo, y en el que yo fallaría, y en el que creo que incluso usted, con toda su popularidad, fracasaría... Resumiendo, creo que debería disolver el ejército invasor".2
No solamente le resultaba imposible movilizar reservas, García mismo se encontraba incomunicado de Gómez por la Trocha de Júcaro a Morón, línea fortificada que contaba con fosos, alambradas y piezas móviles de artillería. El 26 de mayo, Weyler informa a Madrid que incluso en Las Villas, todavía amenazada por las tropas de Gómez, los trenes llegaban al término de sus trayectos".3
Era en verdad una lucha insostenible, la población cubana estaba siendo aniquilada como resultado de la política de "reconcentración" de los campesinos en las ciudades impuesto por Weyler para privar de ayuda a los insurrectos, ejemplo seguido por Fidel Castro en los años sesenta en los llamados "pueblos cautivos". El censo de 1887 registró una población de 1.631.687 habitantes mientras que el primer censo llevado a cabo por Estados Unidos en 1899 llegó sólo a 1.572.797. Se estima que normalmente, en ese período de tiempo, "la población cubana debió haber tenido 2 millones de habitantes, lo que representa una perdida de 400.000 personas o más del 20% de la población de Cuba".4 Y no era para menos, "España había concentrado en Cuba más soldados que los ejércitos sumados de Washington, Bolívar y San Martín: 278.447 soldados".5
Cuba postrada estaba a punto de entablar negociaciones, pero esta vez no cabía la posibilidad de una nueva "Protesta de Baraguá". Algunos de los más curtidos combatientes del Ejército Mambí eran conscientes del crucial momento que vivía la República en armas: "Lo cierto es que la guerra siguió sin posibilidades de victoria ni de derrota. Por ambas partes había pasión y desconfianza. El margen de victoria necesario lo vinieron a dar los Estados Unidos después de su intervención directa y decidida".6
Después de más de un siglo, en lugar de reconocer con todos sus defectos el bien mayor de la acción norteamericana, el régimen cubano ha declarado monumento nacional la flota española hundida por buques estadounidenses frente a las costas de Santiago de Cuba; la misma fuerza naval que procuraba sostener con sus cañones el imperio español en la isla. Al parecer, aún queda gente que hubiese preferido ver a Cuba provincia de España.
1 George F. Kennan, Fuentes de la conducta soviética. 1991.
2 Hugh Thomas, Cuba: La lucha por la libertad, 2013.
3 Ibid.
4 Herminio Portell-Vilá, Nueva Historia de la República de Cuba, 1986.
5 Ibid.
6 Orestes Ferrara, Una mirada sobre tres siglos, 1975.