A los extranjeros el puerto al este de La Habana se les vende como una nueva oportunidad de inversión: A los cubanos les recuerda una orgía de odio --real o simulado-- contra los buenos vecinos de al lado.
Se está presentando en Miami, en la sede del grupo Akuara Teatro, la obra “Huevos”, del matancero Ulises Rodríguez Febles, inspirada en el nacimiento, en torno al éxodo del Mariel de 1980, de los actos de repudio que continúan hasta el presente en Cuba.
Lanzar huevos a las mismas personas a las que el gobernante Fidel Castro había invitado a marcharse del país si no les gustaba su revolución fue una de las constantes de esos actos de masas compulsivos y en muchos casos espoleados por el miedo de los agresores, una reedición castrista de los de la Revolución Cultural en la China de Mao Tse Tung.
Poco antes 10.800 cubanos se habían hacinado en poco más de 72 horas en los jardines de la Embajada del Perú en La Habana, después que un incidente en el que murió un custodio de la sede motivara al gobierno a retirar las postas. El propio Castro tardó en aceptarlo, y una vez que lo hizo le quitó las postas al puerto del Mariel, por donde los exiliados podrían llegar con sus embarcaciones a buscar a sus familiares.
Lo que les ocultaba Castro era que las embarcaciones, para poder zarpar de regreso desde Mariel, tendrían que llevarse a bordo a la "escoria" del país: criminales reincidentes y enfermos mentales sacados con prisa de las cárceles y los manicomios; lacras sociales dispuestas a reconocer que lo eran para obtener en las estaciones de policía un salvoconducto con matrícula de barco.
Estos se iban fácilmente. A quienes realmente querían irse por estar hartos del paraíso socialista, el gobernante se propuso que nunca olvidaran el costo de su decisión.
En su obra teatral, Rodríguez Febles evoca esos sombríos días. "Huevos" fue estrenada en Cuba por Mefisto Teatro en 2007 bajo la dirección de Tony Díaz. Así la reseñó entonces en Cubanet el periodista independiente Luis Cino:
“Todos los que se vieron implicados en aquella deprimente orgía de odio y vileza están representados en la obra. Los combativos y entusiastas que ‘cumplían su deber revolucionario’. Los que ‘se vieron obligados’ a participar en los mítines de repudio contra ‘la escoria’ porque ‘no querían señalarse’. Los que ‘no sabían lo que hacían’. Los niños pioneros que repetían las consignas aprendidas de sus maestros. Pastora, la vieja revolucionaria inclaudicable, que no perdonaba la traición de su hijo ‘por irse con el enemigo’, pero leía sus cartas a escondidas. Y las víctimas, cuya culpa fue querer escapar del paraíso de Fidel”.
“Oscarito, veintitantos años después de tener que soportar las humillaciones en la escuela por irse con sus padres a Miami, regresa a La Habana a ajustar cuentas con el pasado que nadie quiere recordar. Eugenio vive en la casa donde vivió con sus padres hasta que se fueron, perseguidos por las turbas que gritaban insultos y lanzaban huevos y piedras contra ‘los infieles’. El combativo revolucionario, ahora un pobre viejo, sigue fiel a la revolución y pasa hambre. Oscarito no le devuelve las piedras sino que le lleva huevos, muchos huevos, ‘comprados con fulas en ‘la shoping’”.
“Todos fuimos culpables, de una forma u otra. Se impone olvidar de una vez los errores cometidos, parece ser la moraleja de la obra (…) pero para la reconciliación entre los cubanos, lo mejor es el perdón sin olvido. No olvidar los males es la mejor forma de evitar que se repitan”, concluye diciendo el comunicador.
El problema es que sí se repiten: los organiza constantemente la Seguridad del Estado contra las Damas de Blanco, contra la Asamblea de la Resistencia, contra la Unión Patriótica de Cuba, contra la Campaña por otra Cuba... Y si bien cuentan con algunos actores de tiempo completo que siempre aparecen, también siguen engrosando los repudios trabajadores y estudiantes.
En una reseña de la puesta en escena de Akuara Teatro, dirigida por Alberto Sarraín, el colaborador del portal Café Fuerte José Luis Llanes repara en la persistencia de los actos de repudio hasta hoy en Cuba.
Llanes señala que “las agresiones y vejaciones entre compatriotas para castigar la disensión son -y siguen siendo- uno de los elementos claves de la naturaleza corrupta de cualquier ideología que las promueva, y constituyen un obstáculo permanente a cualquier posibilidad de reconciliación”.
Lanzar huevos a las mismas personas a las que el gobernante Fidel Castro había invitado a marcharse del país si no les gustaba su revolución fue una de las constantes de esos actos de masas compulsivos y en muchos casos espoleados por el miedo de los agresores, una reedición castrista de los de la Revolución Cultural en la China de Mao Tse Tung.
Poco antes 10.800 cubanos se habían hacinado en poco más de 72 horas en los jardines de la Embajada del Perú en La Habana, después que un incidente en el que murió un custodio de la sede motivara al gobierno a retirar las postas. El propio Castro tardó en aceptarlo, y una vez que lo hizo le quitó las postas al puerto del Mariel, por donde los exiliados podrían llegar con sus embarcaciones a buscar a sus familiares.
Estos se iban fácilmente. A quienes realmente querían irse por estar hartos del paraíso socialista, el gobernante se propuso que nunca olvidaran el costo de su decisión.
En su obra teatral, Rodríguez Febles evoca esos sombríos días. "Huevos" fue estrenada en Cuba por Mefisto Teatro en 2007 bajo la dirección de Tony Díaz. Así la reseñó entonces en Cubanet el periodista independiente Luis Cino:
“Todos los que se vieron implicados en aquella deprimente orgía de odio y vileza están representados en la obra. Los combativos y entusiastas que ‘cumplían su deber revolucionario’. Los que ‘se vieron obligados’ a participar en los mítines de repudio contra ‘la escoria’ porque ‘no querían señalarse’. Los que ‘no sabían lo que hacían’. Los niños pioneros que repetían las consignas aprendidas de sus maestros. Pastora, la vieja revolucionaria inclaudicable, que no perdonaba la traición de su hijo ‘por irse con el enemigo’, pero leía sus cartas a escondidas. Y las víctimas, cuya culpa fue querer escapar del paraíso de Fidel”.
“Oscarito, veintitantos años después de tener que soportar las humillaciones en la escuela por irse con sus padres a Miami, regresa a La Habana a ajustar cuentas con el pasado que nadie quiere recordar. Eugenio vive en la casa donde vivió con sus padres hasta que se fueron, perseguidos por las turbas que gritaban insultos y lanzaban huevos y piedras contra ‘los infieles’. El combativo revolucionario, ahora un pobre viejo, sigue fiel a la revolución y pasa hambre. Oscarito no le devuelve las piedras sino que le lleva huevos, muchos huevos, ‘comprados con fulas en ‘la shoping’”.
“Todos fuimos culpables, de una forma u otra. Se impone olvidar de una vez los errores cometidos, parece ser la moraleja de la obra (…) pero para la reconciliación entre los cubanos, lo mejor es el perdón sin olvido. No olvidar los males es la mejor forma de evitar que se repitan”, concluye diciendo el comunicador.
El problema es que sí se repiten: los organiza constantemente la Seguridad del Estado contra las Damas de Blanco, contra la Asamblea de la Resistencia, contra la Unión Patriótica de Cuba, contra la Campaña por otra Cuba... Y si bien cuentan con algunos actores de tiempo completo que siempre aparecen, también siguen engrosando los repudios trabajadores y estudiantes.
En una reseña de la puesta en escena de Akuara Teatro, dirigida por Alberto Sarraín, el colaborador del portal Café Fuerte José Luis Llanes repara en la persistencia de los actos de repudio hasta hoy en Cuba.
Llanes señala que “las agresiones y vejaciones entre compatriotas para castigar la disensión son -y siguen siendo- uno de los elementos claves de la naturaleza corrupta de cualquier ideología que las promueva, y constituyen un obstáculo permanente a cualquier posibilidad de reconciliación”.