El Partenón cubano

"Camino de palmeras", detalle de una foto tomada por William Henry Jackson (Estados Unidos,1843-1942) en La Habana de 1897.

El autor recuerda el parentesco entre la caña de azúcar, el verso y la palma real

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1

La Real Academia de la Lengua Española admite que una guardarraya es un camino estrecho entre dos espacios cultivados, sobre todo en un cañaveral. No admite, sin embargo, que recorrerla anima a escribir; que tanta verticalidad delgada y flexible, dispuesta a ser abatida, predispone al verso. El cultivo de una caña de azúcar algo más corta que la común --cuya altura es de doce o trece canutos: cada canuto, una sílaba— promueve el endecasílabo, y el cuidado de recogerla en brazadas de catorce piezas, el soneto.

La popularidad de la décima entre el campesinado cubano tiene raíces entre los primeros cortadores de caña de azúcar de la isla. Expuestos a una populosa realidad cilíndrica con la que tenían que luchar a brazo partido y que de ser mascada les almibaraba el gaznate, sintieron la urgencia de reproducir una realidad similar en sí mismos y advirtieron cómo el verso que germinaba en algunos, se incorporaba para ser talado bajo el cielo de la boca y, una vez tendido sobre la lengua, ser arrojado en grupos de diez unidades al trapiche de las entendederas de quienes les escuchaban decirlos o cantarlos y disfrutaban del dulzor de esa molienda. La voz ingenio está tan ligada a la facultad de inventar como a la de producir azúcar. No hay verso bueno que sometido a una masticación mental o recitación fervorosa no sepa a guarapo.

Sorprende que el desmantelamiento de gran parte de la industria azucarera cubana no haya arruinado la facultad del país para improvisar décimas. Al contrario, la tradición disfruta de excelente salud, como si la desgracia de un tipo de ingenio forzara a prosperar al otro, y entre las acepciones de una palabra existiera un pacto oculto, un mecanismo de compensación.

¿Qué ingenio se desmantelaría en América para que Lope de Vega --fénix de los ingenios, según Miguel de Cervantes,-- tuviera que rendir tanto?

2

Ir y venir a la sombra de una hilera de árboles bordeados por el primer sol de la mañana o el último de la tarde, mientras las sombras de sus troncos se alargan como las cintas de un palio enorme, es un recurso disponible al poeta dispuesto a solicitar los favores de la magia simpática.

Hay que pasear entre ellos adivinando en cada silueta un verso; en las franjas de luz que las separan, entrelíneas, y en la penumbra luminosa que rodea al paseante, el poema que éste anhela habitar.

Una suerte de élan acabará ganándolo, y lo que estuvo afuera le saldrá de adentro, como a un poseso los mensajes de ultratumba; como a las flores, el sonido de la campana que cesó de tocar:

En la fragancia
de las flores, el eco
de una campana.

Matsuo Basho

3

Las veredas flanqueadas por palmas reales son idóneas para la consecución de algunos poemas de altura. La columnata de sombras que vetea el suelo devuelve al versificador más humilde su condición de vate, poniendo El Partenón a sus pies.