La visita de mi mujer y un grupo de defensores de los derechos de los animales a un funcionario público del sur de la Florida --a quien se proponían solicitar apoyo para una campaña de adopción de animales sin hogar-- se reveló inútil cuando el susodicho rechazó la petición asegurando que en su casa el único animal era él. Nadie sabe a qué reino pertenecen su mujer y sus hijos.
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Las gallinas tienen mala fama. Se les identifica con la mujer fácil, promiscua. Y aunque esa reputación no tiene fundamento --porque los códigos morales de las aves no son idénticos a los nuestros--, la belleza de este animal no ha pasado inadvertida a los chinos.
Un cable procedente de la ciudad de Yichang reza: “Siete gallinas compitieron para ser coronadas como la gallina más atractiva de China antes de ser puestas en subasta. El señor Gang Peng y su gallina Mei quedaron en primer lugar. Los aspectos que se tomaron en cuenta durante la selección fueron: la densidad de la pluma, las proporciones del cuerpo, la forma de caminar y cualquier talento especial. El señor Peng declaró a los medios de prensa: “No me sorprende que haya ganado: es una absoluta belleza”.
La declaración recuerda El gallo en el espejo, cuento de Enrique Labrador Ruiz cuya protagonista se enamora perdidamente de un gallo sin más falta que la de olvidarse de cantar cuando se mira al espejo; falta que la dama, coqueta, disculpa argumentando: Será que se asusta de verse tan buen mozo, ¡el muy majo!
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La reaparición de un loro gris, africano, perdido durante cuatro años, que antes hablaba inglés y ahora habla español, ha intrigado a los expertos y vecinos de una localidad de California. La mujer que lo encontró, trasladó a una clínica veterinaria y le propició el regreso al hogar de su dueño --el animal portaba un microchip-- asegura que el loro no parecía triste, al contrario: "Era el ave más feliz del mundo. Cantaba y decía constantemente. Yo soy de Panamá, yo soy de Panamá, ¿qué pasó?, ¿qué pasó?” Un detalle curioso: cuando el dueño del loro, conmovido por el reencuentro, se acercó a él para acariciarlo éste lo mordió. Los loros no se pierden, huyen de los dueños que hablan demasiado.
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No es lo mismo suicidarse ingiriendo un frasco de barbitúricos que arrojándose a un estanque lleno de cocodrilos. Una mujer tailandesa, de 65 años de edad, saltó una barrera de madera de un metro de alto de un zoológico de su país para caer entre una multitud de estos animales y ser devorada por ellos.
El único cocodrilo sobre el cual yo me arrojaría saltando de la cubierta de un barco, la escalerilla de un avión o un globo aerostático es Cuba, y aun así, dado su historial, y pese a mi emoción, lo haría con cautela.
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Manuel Linares, físico español de 34 años de edad, decidió aplicar sus vastos conocimientos científicos a un arte: la gastronomía. La peripecia dio origen a un nuevo tipo de helado, denominado “Xamaleón”, que cambia de color a medida que se derrite. El heladero declaró: “Todo el mundo se echó a reír cuando me oyó hablar del proyecto, pero como físico sabía que tendría éxito, y que lo tendría recurriendo a ingredientes estrictamente naturales. Esto fue lo que más me demoró”. Sólo falta que el helado también saque la lengua.
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Entre las águilas más célebres de José Martí se encuentran las que aparecen en “Versos sencillos”: Yo he visto al águila herida / volar al azul sereno, y en “Los zapaticos de rosa”: Se fue la niña a jugar, / la espuma blanca bajó, / y pasó el tiempo, y pasó / un águila sobre el mar.
Un cable procedente de París describe cómo un grupo de científicos ató una cámara de vídeo a una de estas aves para que filmara la ciudad mientras la sobrevolaba: la Torre Eiffel, los Campos Elíseos, Notre Dame, el Sena… Si las cámaras de vídeo hubieran estado al alcance de las águilas en los años de Martí es posible que hoy tuviéramos una imagen de éste, en movimiento, siguiendo a Pilar por una playa neoyorquina o recorriendo un paraje solitario de las Montañas de Catskill.
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No hay que hacer caso de los aficionados al boxeo: el mejor púgil de todos los tiempos es Octopoteuthis deletron, un calamar de 25 centímetros de largo que vive en las profundidades del océano Pacífico y que al ser atacado por un depredador dispara sus puños bioluminiscentes y los clava en su contrario para, acto seguido, desprenderse de ellos y dejarlos agitándose ante el desconcertado atacante. La estrategia permite al molusco escapar mientras su agresor intercambia jabs con esos fragmentos resplandecientes pero desechables que él no tardará en volver a lucir gracias a un mecanismo de regeneración similar al que devuelve la cola a la lagartija.
El día que Cuba sepa defenderse de la Historia como ese calamar de sus adversarios, otro gallo cantará.