Cuentapropistas cubanos con la soga al cuello

El cuentapropismo enfrenta desde elevadísimos impuestos, absurdos legales hasta multas cuantiosas.

Un año después de que Raúl Castro relanzara el trabajo privado en Cuba, el paisaje comercial de muchas ciudades de la isla ha cambiado y la oferta para los consumidores ha mejorado sustancialmente. Cubanos emprendedores no lo han pensado mucho para decidirse entre esa alternativa o la de sobrevivir con un ridículo salario estatal.

Sin embargo, el cúmulo de dificultades que enfrentan incluye desde los múltiples y elevadísimos impuestos, que permiten al gobierno llevarse la tajada del león, hasta absurdos legales como prohibir a un joyero que confeccione joyas, o multar a un vendedor ambulante si se detiene.

En el rosario de contrariedades se insertan también la falta de créditos; de un mercado mayorista de insumos; de entrenamiento empresarial, y de un mayor poder adquisitivo de los compradores.

Estos inconvenientes han precipitado cierres de negocios y un considerable número de devoluciones de licencias. Como en el reino animal, sólo los más fuertes y aptos han sobrevivido y continúan evolucionando. Muchos creen que en el mercado negro estaban mejor

Dos medios noticiosos, la agencia France Presse y el diario puertorriqueño El Nuevo Día pulsaron el estado de ánimo de los nuevos cuentapropistas, un año después de salir del closet de la bolsa negra (más del 60 %).

Uno de los primeros entrevistados para el reportaje de AFP, fue Félix Sánchez, quien gestiona un puesto de venta de CDs piratas, algo que en Cuba paradójicamente es legal Comenta Sánchez."Hay más desenvolvimiento. Antes yo vendía cualquier cosa por la izquierda pero vivía con miedo a la policía. La competencia está dura, pero algo se gana".

Bajo el plan de reformas las microempresas pueden ahora contratar empleados, comercializar bienes y servicios a empresas estatales, alquilar locales, y recibir créditos. Sin embargo, los altos impuestos ya provocaron quiebras y devoluciones de permisos (un 25% en La Habana).

Maira Ibarra, de 55 años, abrió ilusionada en enero su cafetería "Doña Maira", pero tuvo que cerrarla y regresar a su empleo estatal. "No tenía suficiente clientela y la cuenta no me daba. Yo no sobreviví, pero me parece muy bien esta apertura, hay más opciones para la gente", le dijo Ibarra a la corresponsal de AFP Isabel Sánchez.

Celia, de 34 años, espera a que su madre le envíe dinero de Orlando, en Estados Unidos, para legalizar su alquiler de disfraces infantiles. Aún no lo ha hecho pues teme no aguantar los tributos. Pero 'Pepe', un masajista de Miramar, que no quiso dar su apellido, comentó a AFP: "No hay que tener miedo; mira a Vietnam como está: disparado".

Yasmán Sánchez, 26 años, se queja que "a cada rato caen inspectores" a pedirle licencia de "útiles del hogar" y recibos de la mercancía que expone en su mesa, en un mercado del Vedado: desde hilo y tenis Puma o calzoncillos Hugo Boss -falsificados--, hasta biosensores de glucosa.

Los economistas Pavel Vidal y Omar Pérez, del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana, han advertido que la expansión de la oferta requiere demanda, actualmente contraída por la crisis. "Ahora hay muchas más paladares, pero yo no puedo ir con mi salario de 420 pesos (o 17 dólares)", dijo a France Presse Alina García, una maestra de 43 años.

En un reportaje paralelo, el enviado especial del diario puertorriqueño El Nuevo Día, Mario Alegre Barrios, recuerda que Las reformas incluyeron una considerable reducción de los alimentos subsidiados por la libreta de racionamiento. También, que de los 500 mil "trabajadores estatales" que quedarían "disponibles", 200 mil debían ser absorbidos por cooperativas que se formarían en empresas operadas por el Estado, una avenida -dice-- de la que poco o nada se ha sabido desde entonces.

En Marianao, un letrero pintado a mano declara: "Se arreglan prendas", y otro anuncia que también se venden cds. Sin dejar de mirar el anillo que intenta enderezar, Tony, el joyero, cuenta a los reporteros del diario boricua: "Llevo unos cuatro años en esto... lo aprendí en la calle, mirando, preguntando. Toda mi vida he trabajado por cuenta propia y ahora resulta que el gobierno tiene que darme una licencia para ganarme la vida haciendo lo que sé hacer", se queja. "Pero en fin... esto está empezando ahora. Hay cosas que molestan, como lo que hay que pagarle al gobierno, aunque no saques ni para comer. Son cosas que no encajan...".

"Aquí en la casa todo el mundo depende de lo que yo hago con esto y de lo que hace mi esposa con los discos", agrega. "A veces sacamos al mes 500 pesos cubanos, unos 20 dólares. Con eso se hace difícil mantener a la familia. Pero es menos malo que trabajar por el salario del estado".

"¿Y el futuro?", pregunta el periodista borinqueño. "Francamente lo veo con pesimismo... no se acaban de crear las estructuras y los mecanismos para que esto funcione y se desarrolle", explica. "El gobierno no da apoyo; ni siquiera la oportunidad de conseguir las herramientas y la materia prima. Esto no tiene nada de próspero... además, no tengo permiso para fabricar y vender prendas, sólo puedo repararlas... sirve para el sustento, pero no te saca de la miseria".

En El Vedado -cuenta Alegre Barrios-- una casa de tamaño más que mediano alberga en su jardín a media docena de "cuentapropistas" con un variado inventario: bisutería, ropa, plantas medicinales, revistas, libros, discos compactos... Por un peso convertible, Maricel Trujillo le vende casi cualquier disco que le pida, y si no lo tiene, lo consigue, y al día siguiente se lo tiene listo.

"Llevo siete años en este negocio, que antes era ilegal, pero me iba muy bien, porque no tenía que pagar patente ni impuestos", explica con una media sonrisa. "Si me cogían los inspectores, pagaba una multa y al otro día seguía. Así se vivía. Ahora... empezamos más o menos bien pagando 60 pesos mensuales por la licencia. De pronto, sin avisar, la subieron a 250 pesos y ahora apenas me alcanza para pagarla y que me sobre algo".

"Para peor, ahora hay mucha más competencia, tanta, que las ventas han bajado un 80 por ciento. Las mías no compaginan con lo que tengo que pagarle al Estado. La semana pasada apenas gané 90 pesos".Con tres hijos adolescentes, Maricel suspira: "En pocas palabras, antes me daba para vivir, ahora no. A veces no nos alcanza ni para comer, porque le tengo que pagar al Estado más de lo que saco de ganancia"

"Hay que pedir ayuda allá arriba", concluye diciendo Maricel al enviado de El Nuevo Día, mientras mira al cielo y pasa sus dedos por una Biblia, que permanece abierta al lado de su mercancía.