Después de compartir una precaria balsa para salir de Cuba y construir un pueblo en la base naval de Guantánamo, muchos quedaron como amigos; otros no se vieron nunca más.
En cualquier caso, la reunión de este 20 de agosto en el parque Amelia Earhart de Hialeah, ha sido la ocasión propicia para reencontrarse y sacarse del pecho todas esas historias que han contado a pedacitos ya por dos décadas.
Saylí Delgado todavía recuerda entre lágrimas aquel día de agosto en altamar cuando devolvió a sus hijas pequeñas a tierra, en una embarcación que regresaba, por miedo a que la deshidratación las venciera. Saylí decidió continuar camino. Para ella no había vuelta atrás. El precio: una espera de 15 años para tenerlas a su lado nuevamente.
Los padres de Saylí, Mercedes del Toro e Issac Sánchez, recuerdan con agradecimiento la acogida de los militares estadounidenses en la base naval de Guantánamo, y cómo poco a poco, a modo de conquistadores, levantaron un pueblo y la vida se hizo llevadera.
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Otro cubano, Rodger Cruz, compró por internet, especialmente para la ocasión, los paquetes de alimentos preelaborados. Con las expresiones de asombro de muchos han comenzado largas conversaciones sobre la travesía por mar y los meses en la base. “Las compré para regalar,” advierte.
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Pablo Ojeda conserva de aquellos tiempos un álbum de fotografías y varias ediciones de ¿Qué pasa?, una publicación destinada a informar a los cubanos en la base. Los objetos, desplegados sobre una mesa del parque, le ayudan a ilustrar las historias que cuenta a quien se siente a su lado en el banco para escucharle.
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Para Carmen Sabater, el éxodo fue su camino espiritual para llegar a tierras de libertad y a Dios. Allí se convirtió al cristianismo, conoció la Biblia y cultivó la fe que sería parte de ella para siempre. Hoy es pastora.
Ojeda cuenta que en la Base de Guantánamo se construyó incluso una iglesia para que quien lo deseara fuera a orar. “Ha sido el único lugar donde he visto juntos a católicos, adventistas del séptimo día y testigos de Jehová,” dice con admiración.
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La fuerza de los cubanos de Miami
“Si el exilio no se hubiese unido, nosotros no hubiésemos podido entrar,” comenta Alicia García, presidenta de la Fundación Éxodo ’94 y organizadora del evento.
Silvia Iriondo, de la organización Mar por Cuba, destacó el papel decisivo que desempeñaron los cubanos del exilio para atender a los cubanos en la base y que, finalmente, el gobierno permitiera su entrada oficial a territorio estadounidense.
“Gracias a los esfuerzos de nuestros congresistas, de los miembros de esta comunidad cubanoamericana y de las organizaciones patrióticas del exilio cubano al final vinieron todos y nos sentimos muy orgullosos de haber sido una parte importante de ese esfuerzo,” apuntó Iriondo.
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Uno de los primeros periodistas en reportar desde la base, el hoy alcalde de la ciudad de Miami, Tomás Regalado, recuerda que la principal preocupación de los balseros era que sus familiares supieran que estaban a salvo. Cada sábado durante tres meses, Regalado llegaba a Miami con un paquete de mensajes para las familias, que serían trasmitidos por la radio.
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Tras meses de preparación, García no puede creer que el día haya llegado. Su único deseo es que este sea el comienzo de una nueva tradición entre el exilio cubano de Miami: la celebración del día oficial del balsero, una conmemoración, sobre todo, a aquellos que se perdieron en el Estrecho de la Florida en busca de una mejor vida.
Para todos todos los presentes en este evento, ser balsero es un orgullo. Balsero es sinónimo de valentía, desesperación, un poco de inocencia, pero sobre todo, de ansias de libertad.