Cubana narra el horror vivido en un centro para migrantes en Lituania

  • Lizandra Díaz Blanco

Bárbara Milagros Acosta Rodríguez, junto a otros cubanos en Lituania.

Hace 11 años que salió de Cuba rumbo a Moscú con la esperanza de establecerse en España, pero en el camino a su destino final enfrentó la dura realidad del inmigrante en un entorno desconocido y hostil.

“Salí de Cuba con 35 años y con mucha esperanza”, cuenta Bárbara Milagros Acosta Rodríguez, una cubana que vivió ocho años en Lituania, esperando por un permiso de residencia permanente que le permitiera establecerse de forma legal en España.

Pero la anhelada residencia permanente nunca llegó.

Hace siete meses, antes de que le llegara la orden de deportación, Bárbara decidió irse de todas formas a España, y empezar de cero, con el propósito de obtener la residencia de ese país y llevar, al fin, una vida en paz.

Mientras vivió en Lituania, bajo el amparo de una familia local, debió esperar 5 años por el primer permiso de residencia temporal y luego renovarlo año tras año. Se la concedieron por tres años, pero contradictoriamente nunca le otorgaron un permiso de trabajo.

“Los juicios ahí son un circo, porque tú desde el primer momento sabes el resultado. Aparte, los abogados que nos ponían, en vez de trabajar para nosotros, lo que hacían era trabajar para la misma Emigración”, explica.

Bárbara Milagros Acosta Rodríguez, durante sus años en Lituania

Afortunadamente, la cubana consiguió empleo en una compañía privada, cuyos directivos se daban por satisfechos con saber que el gobierno la consideraba residente temporal.

Durante 3 años trabajó como empleada de limpieza en un centro comercial. Limpiaba el lugar de 10 a.m. a 10 p.m., dos días consecutivos, y luego tenía dos días libres que empleaba en las labores domésticas del hogar donde la acogieron.

“Gracias”, “mucho gusto” y “salud” son las tres palabras que primero aprendió en lituano. Luego aprendió otras más, pero le era más fácil comunicarse en ruso. Lo aprendió en Moscú, donde vivió dos años, antes de llegar a Lituania.

“Aprendí a la fuerza”, advierte. “A la fuerza”, como todo lo que ha tenido que vivir estos 11 años fuera de Cuba.

Del centro de detención al pabellón psiquiátrico

Las leyes lituanas le hacen sumamente difícil a un inmigrante establecerse allí. Bárbara y los otros 8 cubanos que viajaron junto a ella en busca de asilo político pasaron dos años en un centro para emigrantes.

Bárbara explica que en las afueras de la ciudad de Vilnius, en Pabrade, hay dos centros de este tipo, “uno cerrado y otro abierto”, especifica. El cerrado es muy parecido a una prisión: nadie puede salir sin la autorización de los guardias; en el abierto pueden pasar el día en el pueblo y regresar a dormir.

Centro para migrantes en Pabrade.

La incertidumbre sobre su situación legal y el régimen de confinamiento provoca que muchos de los emigrantes allí terminen padeciendo trastornos nerviosos. La misma Bárbara se recuerda completamente descontrolada, caminando descalza en la nieve, mientras gritaba a los guardias que le impedían salir: “Abajo Lituania. Abajo Lituania”.

“Allí en ese campamento te tienen en una guerra psicológica”, apunta.

Terminó en el pabellón psiquiátrico, pero pasados unos días se recuperó, recuerda. Precisamente por todo lo que había vivido, es que regresaba mes tras mes a llevar alimentos y ropas a los cubanos de turno detenidos allí.

Por estos días, cuatro cubanos permanecen detenidos en el lugar. Tres en el régimen cerrado y uno en el abierto. Dos de los que permanecen en el cerrado ya padecen de trastornos nerviosos y han debido ser tratados con electrochoques, indica Bárbara.

“Hay un cubano que se araña, se muerde, mete la cabeza contra los cristales y ha intentado cortarse las venas. A él le han dado ya corriente. Hay otro cubano que le han dado corriente tres veces. Ese se ha puesto más mal todavía”, explica la cubana. “Y el otro va por el mismo camino”.

Bárbara narró los horrores que enfrentan los cubanos en este centro para migrantes.

Ese tercer caso que menciona Bárbara es el esposo de Geisy Aparicio, cuya historia fue presentada por TV Martí recientemente. Geisy y su pequeña hija permanecen en un apartamento cuyo alquiler han podido costear gracias a la ayuda de familiares y amigos. Ya tienen orden de deportación y están desesperados.

En Lituania, los migrantes con orden de deportación pueden llegar a pasar 18 meses detenidos en espera de ser devueltos a sus países de origen. A pesar de todo lo que han tenido que vivir desde que dejaron la isla, “no quieren regresar a Cuba”, dice Bárbara.

Otra vez de cero

El plan de Bárbara fue siempre fue establecerse en España. Su plan de viajar allí directamente desde Moscú se frustró, y Lituania, parte de la Comunidad Europea, se presentó como una opción. Pero año tras año esperó sin éxito por la residencia lituana de 5 años, para entrar a España y permanecer legalmente allí por tres años, hasta poder obtener la residencia española por arraigo social.

En esa espera pasaron 11 años, los mismos que lleva sin ver a sus hijos. Los dejó al cuidado de su hermano. En ese entonces, el menor tenía 8 años y el mayor, 15. No los ha vuelto a abrazar, pero los llama tan frecuentemente como se lo permite su bolsillo.

En los últimos años los teléfonos inteligentes y las aplicaciones de mensajería lo han cambiado todo, pero recuerda que en sus tiempos en Rusia solo podía hablar con ellos cada 6 meses. No tenía dinero más que para sobrevivir.

Ya son hombres y uno de ellos le da dado un nieto. Ahora, ellos también quieren irse de Cuba. “Mami, aquí no hay futuro de nada”, le dicen.

Bárbara no pierde la esperanza. La esperanza la sostiene. No se arrepiente de nada.

“A veces digo: ‘No debería’, pero después digo: ‘No’. Si ya yo pasé por todo lo más malo, ¿qué más malo podría pasar? ”