Así titula el New York Times un amplio reportaje en el que un periodista estadounidense que viajó a la isla con su familia relata lo que vio y escuchó.
Un periodista estadounidense que visitó a Cuba en compañía de su familia, dice que las reformas emprendidas por el gobernante Raúl Castro son “pasos de bebé” hacia EE.UU. y que aunque los cubanos, no todos, pueden ahora tener autos propios, operar sus propios negocios y tener propiedades, eso puede desaparecer “por decreto” de la noche a la mañana.
En un extenso reportaje que publica este jueves el diario The New York Times, John Jeremiah Sullivan relata que la primera sorpresa que se llevó fue durante el vuelo a la isla, cuando la aeromoza les comunicó que había cambio de hora porque en Cuba no estaba en efecto el horario de verano en vigor en EE.UU. Fue un “aterrizaje en la ignorancia”, dice.
Sullivan inicia su relato explicando que su esposa Mariana viaja a Cuba con frecuencia para investigaciones (es profesora de cine) y también para visitar a la familia de su madre, que vive en la isla. Esta vez fueron los tres, incluida su hija de seis años, con la idea de conocer un poco el país antes de ver a los parientes.
Para Sullivan fue su primer contacto directo con Cuba, y no pasa por alto en el relato la extraña experiencia de ver cómo el equipaje y los bolsos eran empacados en el aeropuerto en EE.UU. con una envoltura de nailon para “desalentar” el registro de los maleteros en La Habana. “No se llevan oro ni dinero, porque nadie es tonto para llevarlos en el equipaje—dice— pero sí la pasta de dientes, el champú, necesidades…”
Tras referirse a lo absurdo que es que en Cuba circulen dos monedas diferentes, el peso común y el convertible (CUC), Sullivan destaca lo que califica de “hostilidad” de los empleados de hoteles, y menciona su estancia en uno grande, recién construido por la empresa Gaviota (manejada por los militares) donde –señala—fueron “increíblemente inamistosos”.
Para el periodista, la explicación es que “no tienen ninguna motivación para ser agradables con los turistas o para apurarse en hacer algo por ellos”. A lo que añade otro descontento, porque “Internet en toda isla depende de tres impredecibles satélites –dice—aunque había escuchado que algún tipo de cable (el venezolano) fue recientemente instalado”.
Una vez en Varadero, apunta, la “masiva operación de la cafetería se pone en movimiento sólo durante un par de horas cada mañana (para el desayuno). Y uno tiene que estar allí para la estampida (…) en la cola, mayormente con turistas europeos: alemanes, italianos, del centro de Europa y también brasileños, argentinos y canadienses”.
Antes de abandonar la isla, precisa, “pasamos el último día y noche en La Habana”, donde conoció a un taxista en bicicleta llamado Manuel, de unos 19 años, quien cuando se enteró de que estaba prestando servicio a un periodista le dijo: “Tú odiarías estar aquí. No hay libertad de expresión (…) esto es básicamente una prisión. Todo el mundo tiene miedo”.
Como corroboración a lo que le dijo el taxista, Sullivan también cita de anécdota las palabras que cruzó con un hombre que trabajaba con un miembro de la familia de su mujer, llamado Erik, quien le dijo: el problema es que “aquí no hay futuro. Estamos perdidos”.
En un extenso reportaje que publica este jueves el diario The New York Times, John Jeremiah Sullivan relata que la primera sorpresa que se llevó fue durante el vuelo a la isla, cuando la aeromoza les comunicó que había cambio de hora porque en Cuba no estaba en efecto el horario de verano en vigor en EE.UU. Fue un “aterrizaje en la ignorancia”, dice.
Sullivan inicia su relato explicando que su esposa Mariana viaja a Cuba con frecuencia para investigaciones (es profesora de cine) y también para visitar a la familia de su madre, que vive en la isla. Esta vez fueron los tres, incluida su hija de seis años, con la idea de conocer un poco el país antes de ver a los parientes.
Para Sullivan fue su primer contacto directo con Cuba, y no pasa por alto en el relato la extraña experiencia de ver cómo el equipaje y los bolsos eran empacados en el aeropuerto en EE.UU. con una envoltura de nailon para “desalentar” el registro de los maleteros en La Habana. “No se llevan oro ni dinero, porque nadie es tonto para llevarlos en el equipaje—dice— pero sí la pasta de dientes, el champú, necesidades…”
Tras referirse a lo absurdo que es que en Cuba circulen dos monedas diferentes, el peso común y el convertible (CUC), Sullivan destaca lo que califica de “hostilidad” de los empleados de hoteles, y menciona su estancia en uno grande, recién construido por la empresa Gaviota (manejada por los militares) donde –señala—fueron “increíblemente inamistosos”.
Para el periodista, la explicación es que “no tienen ninguna motivación para ser agradables con los turistas o para apurarse en hacer algo por ellos”. A lo que añade otro descontento, porque “Internet en toda isla depende de tres impredecibles satélites –dice—aunque había escuchado que algún tipo de cable (el venezolano) fue recientemente instalado”.
Una vez en Varadero, apunta, la “masiva operación de la cafetería se pone en movimiento sólo durante un par de horas cada mañana (para el desayuno). Y uno tiene que estar allí para la estampida (…) en la cola, mayormente con turistas europeos: alemanes, italianos, del centro de Europa y también brasileños, argentinos y canadienses”.
Antes de abandonar la isla, precisa, “pasamos el último día y noche en La Habana”, donde conoció a un taxista en bicicleta llamado Manuel, de unos 19 años, quien cuando se enteró de que estaba prestando servicio a un periodista le dijo: “Tú odiarías estar aquí. No hay libertad de expresión (…) esto es básicamente una prisión. Todo el mundo tiene miedo”.
Como corroboración a lo que le dijo el taxista, Sullivan también cita de anécdota las palabras que cruzó con un hombre que trabajaba con un miembro de la familia de su mujer, llamado Erik, quien le dijo: el problema es que “aquí no hay futuro. Estamos perdidos”.