Con 300 cuc puedes disfrutar de cuatro días de sol y mar. La diferencia de precios la marca la calidad del servicio.
En un país como Cuba, sin una reconocida clase media, se puede aseverar que aquellas familias capaces de pagar un paquete de ‘todo incluido’ -entre 300 y 800 pesos convertibles- en Varadero son las menos.
Aunque un empleado al frente de un buró de turismo habanero, mecánicamente repite una retahíla de números y estadísticas para reforzar la tesis sobre el crecimiento de turistas cubanos a hoteles de lujo, tras las cifras se esconden diferentes matices.
Nada es en blanco y negro. Menos en Cuba, donde un ciudadano de a pie recibe un salario mensual en pesos equivalente a 15 y 25 dólares. Según previsiones del Ministerio de Turismo, para 2013 casi un millón y medio de cubanos se podrán dar un chapuzón en Varadero.
Es una buena noticia. Pero la fabulosa playa y el confort de sus hoteles aún no están al alcance de la mayoría. Un millón y medio de cubanos representa el 10% de la población total.
Una cifra muy poco gratificante para un gobierno que se desgañitaba con un discurso populista a favor de los pobres, como el de aquel día de abril de 1961, previo a la invasión de Bahía de Cochinos, cuando un delirante Fidel Castro aseguraba que su revolución era de los humildes, por los humildes y para los humildes.
Tras una serie de nacionalizaciones, decretos y expropiaciones a empresas, mansiones y obras de arte a los cubanos que generaban riquezas, la clase media desapareció de golpe.
Muchos se vieron obligados a huir al sur de la Florida. A menos de la mitad bajo el número de médicos y profesionales en la isla. A base de voluntarismo y utopías, un furibundo Ernesto Guevara enterró un kilometro bajo tierra las reglas del juego económico.
Todas las propiedades de veraneo que las personas de clase alta y media poseían en Varadero pasaron a ser residencias veraniegas de pesos pesados del Estado revolucionario.
0tras viviendas engrosaron el fondo inmobiliario de la CTC, el único sindicato autorizado, encargado de otorgar una semana de descanso a los más leales y esforzados trabajadores.
El descuido, falta de mantenimiento, saqueo y robo de vacacionistas en hoteles y villas, que se llevaban a casa desde un lavamanos hasta un candelabro de bronce, provocó que la mejor playa de Cuba entrara en una etapa de indigencia. Daba pena ver espléndidos chalets destruidos por el salitre y la desidia estatal. Allá por los años 80, cuando el otrora paraíso soviético de obreros y campesinos recortó los subsidios a la isla, Fidel Castro decidió apostar por el turismo capitalista.
Las casas de los sindicatos fueron expropiadas y remozadas por el Estado. Las rentaban en dólares, la moneda del enemigo de Castro. Generales, ministros y funcionarios mantuvieron sus residencias en Varadero.
También su flota de yates. Personajes tenebrosos como el alemán Markus Wolf, tenían a su disposición una mansión. Bajo el sol del Caribe, el maestro de espías podía relajarse sin que nadie le molestara.
Con la caída del Muro de Berlín y el adiós al estrafalario comunismo soviético, Castro mantuvo su discurso antiyanqui y continuó enarbolando una prédica agradable a los oídos de los desposeídos.
Pero, en la práctica, se fue desmantelando el 'Estado Benefactor'. Y los albergues de pioneros al estilo de Tarará y las casas en Varadero y otras zonas costeras, fueron alquiladas a turistas y visitantes foráneos.
A los ‘esforzados compatriotas’ no les quedó más remedio que pasar sus vacaciones en un campismo, nadar en ríos y costas o playas sin condiciones. Varadero se convirtió en una ciudad prohibida. Solo tenían acceso los habitantes y trabajadores del poblado. Se montó un puesto de control policial en el puente de entrada.
Colgadas del brazo de rollizos europeos o canadienses se colaban jineteras y ‘pingueros'. Luz verde también tenían los familiares y amigos de los ‘gusanos' o 'escorias’. Cubanoamericanos que gracias a su poder adquisitivo, ahora eran recibidos por el régimen con alfombra roja.
Fue una etapa de un vergonzoso apartheid. Los cubanos no podían cenar en el restaurant de un hotel o entrar a la habitación de un extranjero en un centro turístico. Éramos ciudadanos de tercera categoría en nuestra propia patria.
Raúl Castro, designado a dedo presidente por su hermano, echó abajo las absurdas normativas anticonstitucionales. A partir de 2008, cualquier cubano divisas puede disfrutar de una estancia en instalaciones turísticas de todo el país.
Aunque existen zonas vedadas. Exclusivas. Cotos para cazar jabalíes, campos de golf y villas destinadas a altos oficiales. Pero van siendo menos. De 2008 a la fecha, gradualmente, ha ido creciendo en flecha el turismo nacional.
Varadero es el enclave preferido por la mayoría de los habaneros, por su cercanía a la capital -unos 140 kilometros-, sus 52 hoteles y decenas de casas particulares de alquiler.
Quienes tienen poco dinero, por 70 u 80 pesos (3 dólares) per cápita, alquilan un ómnibus y se pasan ocho horas en la playa. Llevan agua, comida y ron barato. Suelen ser viajes de un solo día, programados por la izquierda, y el chofer del bus y el jefe de transporte de alguna empresa se reparten la plata a partes iguales.
Hay familias que ahorran todo el año y en verano alquilan una casa particular. Los precios no están al alcance de los cubanos de a pie: 40 cuc, la más barata, y 100 cuc, diarios.
Y está la opción del ‘todo incluido’. La preferida por aquéllos con cierto poder adquisitivo. De antemano, reservan y pagan en una de las varias agencias de viajes turísticos (Cubatur, Cubanacán, Gaviota, Isla Azul o Gran Caribe).
Cada una tiene un abanico de ofertas. Cubanacán, Gran Caribe y Gaviota son las más caras. Ofrecen habitaciones en hoteles de 4 y 5 estrellas. Una estadía de tres o cuatro noches cuesta alrededor de 600 pesos convertibles.
Cubatur e Isla Azul son más económicas. Con 300 cuc puedes disfrutar de cuatro días de sol y mar. La diferencia de precios la marca la calidad del servicio. En los hoteles agrupados por Cubanacán, Gran Caribe o Gaviota se encuentran las firmas españolas Meliá y Barceló, y la comida es más surtida y mejor elaborada. Casi todos los hoteles de esas cadenas son administrados por gerentes extranjeros.
Un breve sondeo entre 30 cubanos, perteneciente a ese 10% que puede pasar unas mini vacaciones en Varadero, arrojó que 14 pudieron disfrutar de la estancia, gracias a remesas recibidas por parientes residentes en Estados Unidos o Europa. Ocho eran discretas jineteras que veraneaban con sus ‘novios’ italianos o españoles. Cuatro, trabajadores por cuenta propia que fueron guardando el dinero.
Los otros cuatro cubanos habían sido cooperantes en el extranjero y con lo ahorrado o ciertos servicios prestados por la izquierda, como abortos ilegales o cirugías estéticas, les alcanzó para reparar su casa, adquirir un auto y disfrutar de cinco noches en Varadero.
En los hoteles ‘todo incluido’ es muy difícil tropezarse con un profesional o un obrero que pueda sufragar unas vacaciones con su mísero sueldo de 15 a 25 dólares mensuales.
Con escaso barullo mediático, Cuba se ha fragmentado en diversas castas. Y los hoteles de Varadero se han convertido en sitios de recreo para unos pocos.
Aunque un empleado al frente de un buró de turismo habanero, mecánicamente repite una retahíla de números y estadísticas para reforzar la tesis sobre el crecimiento de turistas cubanos a hoteles de lujo, tras las cifras se esconden diferentes matices.
Nada es en blanco y negro. Menos en Cuba, donde un ciudadano de a pie recibe un salario mensual en pesos equivalente a 15 y 25 dólares. Según previsiones del Ministerio de Turismo, para 2013 casi un millón y medio de cubanos se podrán dar un chapuzón en Varadero.
Es una buena noticia. Pero la fabulosa playa y el confort de sus hoteles aún no están al alcance de la mayoría. Un millón y medio de cubanos representa el 10% de la población total.
Una cifra muy poco gratificante para un gobierno que se desgañitaba con un discurso populista a favor de los pobres, como el de aquel día de abril de 1961, previo a la invasión de Bahía de Cochinos, cuando un delirante Fidel Castro aseguraba que su revolución era de los humildes, por los humildes y para los humildes.
Tras una serie de nacionalizaciones, decretos y expropiaciones a empresas, mansiones y obras de arte a los cubanos que generaban riquezas, la clase media desapareció de golpe.
Muchos se vieron obligados a huir al sur de la Florida. A menos de la mitad bajo el número de médicos y profesionales en la isla. A base de voluntarismo y utopías, un furibundo Ernesto Guevara enterró un kilometro bajo tierra las reglas del juego económico.
Todas las propiedades de veraneo que las personas de clase alta y media poseían en Varadero pasaron a ser residencias veraniegas de pesos pesados del Estado revolucionario.
0tras viviendas engrosaron el fondo inmobiliario de la CTC, el único sindicato autorizado, encargado de otorgar una semana de descanso a los más leales y esforzados trabajadores.
El descuido, falta de mantenimiento, saqueo y robo de vacacionistas en hoteles y villas, que se llevaban a casa desde un lavamanos hasta un candelabro de bronce, provocó que la mejor playa de Cuba entrara en una etapa de indigencia. Daba pena ver espléndidos chalets destruidos por el salitre y la desidia estatal. Allá por los años 80, cuando el otrora paraíso soviético de obreros y campesinos recortó los subsidios a la isla, Fidel Castro decidió apostar por el turismo capitalista.
Las casas de los sindicatos fueron expropiadas y remozadas por el Estado. Las rentaban en dólares, la moneda del enemigo de Castro. Generales, ministros y funcionarios mantuvieron sus residencias en Varadero.
También su flota de yates. Personajes tenebrosos como el alemán Markus Wolf, tenían a su disposición una mansión. Bajo el sol del Caribe, el maestro de espías podía relajarse sin que nadie le molestara.
Con la caída del Muro de Berlín y el adiós al estrafalario comunismo soviético, Castro mantuvo su discurso antiyanqui y continuó enarbolando una prédica agradable a los oídos de los desposeídos.
Pero, en la práctica, se fue desmantelando el 'Estado Benefactor'. Y los albergues de pioneros al estilo de Tarará y las casas en Varadero y otras zonas costeras, fueron alquiladas a turistas y visitantes foráneos.
A los ‘esforzados compatriotas’ no les quedó más remedio que pasar sus vacaciones en un campismo, nadar en ríos y costas o playas sin condiciones. Varadero se convirtió en una ciudad prohibida. Solo tenían acceso los habitantes y trabajadores del poblado. Se montó un puesto de control policial en el puente de entrada.
Colgadas del brazo de rollizos europeos o canadienses se colaban jineteras y ‘pingueros'. Luz verde también tenían los familiares y amigos de los ‘gusanos' o 'escorias’. Cubanoamericanos que gracias a su poder adquisitivo, ahora eran recibidos por el régimen con alfombra roja.
Fue una etapa de un vergonzoso apartheid. Los cubanos no podían cenar en el restaurant de un hotel o entrar a la habitación de un extranjero en un centro turístico. Éramos ciudadanos de tercera categoría en nuestra propia patria.
Raúl Castro, designado a dedo presidente por su hermano, echó abajo las absurdas normativas anticonstitucionales. A partir de 2008, cualquier cubano divisas puede disfrutar de una estancia en instalaciones turísticas de todo el país.
Aunque existen zonas vedadas. Exclusivas. Cotos para cazar jabalíes, campos de golf y villas destinadas a altos oficiales. Pero van siendo menos. De 2008 a la fecha, gradualmente, ha ido creciendo en flecha el turismo nacional.
Varadero es el enclave preferido por la mayoría de los habaneros, por su cercanía a la capital -unos 140 kilometros-, sus 52 hoteles y decenas de casas particulares de alquiler.
Quienes tienen poco dinero, por 70 u 80 pesos (3 dólares) per cápita, alquilan un ómnibus y se pasan ocho horas en la playa. Llevan agua, comida y ron barato. Suelen ser viajes de un solo día, programados por la izquierda, y el chofer del bus y el jefe de transporte de alguna empresa se reparten la plata a partes iguales.
Hay familias que ahorran todo el año y en verano alquilan una casa particular. Los precios no están al alcance de los cubanos de a pie: 40 cuc, la más barata, y 100 cuc, diarios.
Y está la opción del ‘todo incluido’. La preferida por aquéllos con cierto poder adquisitivo. De antemano, reservan y pagan en una de las varias agencias de viajes turísticos (Cubatur, Cubanacán, Gaviota, Isla Azul o Gran Caribe).
Cada una tiene un abanico de ofertas. Cubanacán, Gran Caribe y Gaviota son las más caras. Ofrecen habitaciones en hoteles de 4 y 5 estrellas. Una estadía de tres o cuatro noches cuesta alrededor de 600 pesos convertibles.
Cubatur e Isla Azul son más económicas. Con 300 cuc puedes disfrutar de cuatro días de sol y mar. La diferencia de precios la marca la calidad del servicio. En los hoteles agrupados por Cubanacán, Gran Caribe o Gaviota se encuentran las firmas españolas Meliá y Barceló, y la comida es más surtida y mejor elaborada. Casi todos los hoteles de esas cadenas son administrados por gerentes extranjeros.
Un breve sondeo entre 30 cubanos, perteneciente a ese 10% que puede pasar unas mini vacaciones en Varadero, arrojó que 14 pudieron disfrutar de la estancia, gracias a remesas recibidas por parientes residentes en Estados Unidos o Europa. Ocho eran discretas jineteras que veraneaban con sus ‘novios’ italianos o españoles. Cuatro, trabajadores por cuenta propia que fueron guardando el dinero.
Los otros cuatro cubanos habían sido cooperantes en el extranjero y con lo ahorrado o ciertos servicios prestados por la izquierda, como abortos ilegales o cirugías estéticas, les alcanzó para reparar su casa, adquirir un auto y disfrutar de cinco noches en Varadero.
En los hoteles ‘todo incluido’ es muy difícil tropezarse con un profesional o un obrero que pueda sufragar unas vacaciones con su mísero sueldo de 15 a 25 dólares mensuales.
Con escaso barullo mediático, Cuba se ha fragmentado en diversas castas. Y los hoteles de Varadero se han convertido en sitios de recreo para unos pocos.